Desde el 1° de noviembre, Maduro y los burócratas de la clase política gobernante “decretaron” que se iniciara “una Navidad feliz para todos los venezolanos”, y han “ordenado” que la gente baile, se ría y sea feliz, aunque sea a juro. Incluso el Ministerio de Relaciones Exteriores llegó al extremo de exigir a nuestras representaciones diplomáticas en otros países inventar mensajes navideños que se refirieran a la felicidad y al agradecimiento del pueblo hacia Maduro y su gobierno por tanta dicha en esta época decembrina.

La decadente propaganda oficial nos asfixia con unas cuñas empalagosamente falsas, que muestran venezolanos inexistentes preparando hallacas, intercambiando regalos y celebrando sonrientes una Navidad que solo existe en los palacios de quienes nos gobiernan. Lo cierto es que, a diferencia de esta falsía mediática, el signo de estos tiempos en Venezuela no es la alegría, sino la confusión, la tristeza y la rabia contenida.

En el último estudio de la UCAB sobre actitudes de los venezolanos hacia su realidad política (Ratio-UCAB, noviembre 2016), 60,6% de los encuestados afirmó que algún familiar o amigo cercano se había ido del país por razones políticas o económicas, que 62,7% ha padecido en los últimos meses alguna enfermedad y no ha tenido acceso a los medicamentos, 58,4% que lo habían asaltado o robado, 48,1% que habría tenido que vender cosas de su propiedad para pagar deudas o compromisos, 62,3% que ha tenido que dejar de hablar de política para evitar meterse en problemas, y que uno de cada cuatro venezolanos (26,3%) ha sido víctima de abuso policial o militar.

La Navidad de 2017 encuentra a Venezuela con más de 4 millones de compatriotas sin acceso a medicamentos, 1 millón de niños menores de 3 años que no están comiendo lo que necesitan, incremento de más de 65% de mortalidad materna y de más de 30% de mortalidad infantil. Según Cáritas, 15,7% de los niños menores de 5 años muestran desnutrición aguda, cifra que se duplicó desde un 8% que se había registrado en octubre. Somos el único país latinoamericano de una lista de 17 naciones del mundo, la mayoría de ellas en África y Medio Oriente, en la categoría de emergencia humanitaria y que requeriría asistencia de la comunidad internacional.

La característica principal de nuestro paisaje cotidiano es la explotación y la angustia: hiperinflación, caída de los ingresos económicos, deficiencia (cuando no ausencia) de los servicios básicos, erosión de las instituciones democráticas, delincuencia desatada y represión política. Para 2018, todos los pronósticos aseguran un empeoramiento de estas condiciones, lo que hará más comprometida y difícil la supervivencia de la población.

Si se asume la Navidad como la concibe el gobierno, esto es, como una conveniente excusa para mirar hacia otro lado y distraernos de la lacerante realidad, o como un evento circunscrito a la banalidad del festejo vacuo, ciertamente no tiene ningún sentido celebrarla en medio de este desierto de dolor, sufrimiento y muerte. Más que celebración, es una insultante burla. La única forma de celebrar con sentido la Navidad hoy en Venezuela es rescatando su verdadero significado.

Hace poco más de 2.000 años, un pueblo explotado y sin rumbo recibió la buena noticia de que su liberación se había iniciado. Esa fue la primera Navidad. Desde entonces, su celebración es una invitación a la reflexión y al compromiso sobre la permanente y continua redención. La redención de la persona es así la razón última de ser de la Navidad. Redención de toda violencia, egoísmo, orden injusto, opresión y exclusión que impide que las personas sean felices, que es lo que Dios quiere para todos sus hijos.

Para los venezolanos de estos tiempos de odio, cinismo y tristeza, la Navidad no es una fiesta oficial obligada, sino una oportunidad para rescatar su esencia como símbolo y advenimiento de liberación –en la persona y mensaje del niño de Belén– de todo aquello que no nos permite crecer como personas, como sociedad y como país.


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