La guerra de los sexos está en pleno apogeo, tras la sombra de las denuncias por acoso. El cine de la cartelera expresa el problema en una serie de títulos que hemos disfrutado, a pesar de no contar con el respaldo ecuménico de la Academia. Fueron nominados en categorías inferiores o simplemente ignorados a la hora de repartir las estatuillas.

La primera que vimos fue la contenida y minimalista El hilo fantasma, un trabajo de depuración del genio del plano secuencia, Paul Thomas Anderson, de regreso a sus universos signados por la entropía.

El realizador vuelve a su terreno predilecto, el de las emociones reprimidas al límite del estallido existencial, para narrar una metafórica historia de corte y confección, en la que un diseñador de modas busca ejercer el máximo control sobre su emprendimiento.

Puede ser el filme un símbolo de la industria de la alta costura, pero también una alegoría de las tensas relaciones entre hombres y mujeres dentro de la producción en masa de películas a la medida de los gustos de un autor dominante. 

Acierta la profesora Daniela Benaim en enmarcar la impronta de la pieza en un contexto de largometrajes que revisitan el género del fashion filme, desde el campo de la espectralidad terrorífica, como el caso de Personal Shooper y Neon Demon.

En tal sentido, la comunicadora afirma: “Me apasiona mucho el tema de Frankenstein, la creación y autodestrucción, y de cómo el genio deja una parte de sí en la obra y termina creando monstruos o convirtiéndose más bien en uno”.

Bordeando el aura del género fantástico, El hilo fantasma revive el argumento de la desaparición de una mujer en La aventura y Vértigo, para relatar cómo el protagonista reconstruye a su fetiche en un laboratorio de experimentaciones estéticas, no muy distante de las pesadillas de Los ojos sin rostro y su remake de Pedro Almódovar, La piel que habito.

La negrísima conclusion del anticuento de hadas le da un giro feminista a la moraleja de sumisión de La Bella y la Bestia, al cambiar los juegos de rol y establecer una equivalencia de autoridad en la relación de la pareja traumática.

Juntos aprenden a purgar, a extinguirse y a resucitar después de conocer el abismo de la pérdida, del fracaso, del colapso. Menos fatalista que Dead Ringers de David Cronenberg, una obra maestra sobre los retos de aceptar al otro, de claudicar ante el amor, de decidir entregarse de por vida a una persona. Aquí no hay victoria, sino tregua y posibilidad de escape en conjunto. Muere el macho, resurge un híbrido como en La forma del agua.

La trepidante Molly’s Game es más desesperada y polarizante. Si bien estima necesaria la comunicación y el entendimiento de la apostadora emperdenida con sus dos padres (el natural y el adoptivo en la defensa de su caso), su guion plantea la reivindicación de una dama de armas tomar, que estuvo a la sombra de un pequeño imperio económico. Suerte de respuesta al Casino de Scorsese, una densa apología del éxito de una mujer, basado en el reconocimiento del fracaso de los negocios al margen de la ley.

En consecuencia, una ácida lectura del capitalismo de nuestros días, lo que viene siendo recurrente en la obra del guionista y ahora director Aaron Sorkin.

Ella reclaman su espacio y se lo gana, empleando las mismas artimañas que sus competidores.

Este ciclo culmina con la venganza de la madre de Todo el dinero del mundo, quien vence a un oponente similar en una trama clásica de secuestro y liberación.

La señora lucha por sus derechos, doblegando a un magnate que recuerda a Trump en su frialdad de no negociar con terroristas. Ridley Scott filma su ocaso, dice la crítica Malena Ferrer, en una secuencia que es puro Blade Runner en la mansión shakesperana de Ciudadano Kane.

La actriz Michelle Williams cobró un porcentaje ínfimo por repetir las escenas que provocaron la salida de Kevin Spacey y el fichaje de Christopher Plummer. En cambio, a su colega Mark Whalberg le pagaron 1 millón de dólares. Ante los reclamos de la actriz y sus colegas del medio, Whalberg donó su salario a la campaña del Times Up, el fondo dedicado a solidarizarse con las víctimas de acoso sexual en Hollywood.

Por tanto, la protesta siempre cobra sentido.


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