Hay dirigentes políticos, algunos de izquierda, que no se han pronunciado sobre el abierto intervencionismo cubano que tiene lugar en el país en los tortuosos años de régimen castrochavista. Es como si se hubiesen quedado congelados en la épica fidelista de la Sierra Maestra. Más aún, es como si hubiesen borrado de sus memorias que, antes de esta, hubo dos invasiones que también consiguieron el terreno abonado con traición.

Semejantes aventuras, de aquellos protagonistas de entonces, las llevaron a cabo con autenticidad al ejecutar acciones fieles a su equivocado modo de pensar. Se jugaron la vida y muchos cayeron en combate. Fueron derrotados y pacificados por líderes demócratas y unas FAN institucionales que supieron defender la integridad nacional. Es de mencionar la reinserción de aquellos conversos extremistas en el ámbito político nacional e incluso en la administración pública.

Hoy la tercera invasión es diferente en este sentido. Con una metodología “sui generis”, ese castrocomunismo ha logrado lo que las anteriores no alcanzaron, el poder. El 27 de febrero del 89 y los golpes militares del 92, sirvieron la mesa para que se desatara la epidemia que hoy diezma al pueblo venezolano. Luego el llamado “chiripero” terminó por traer esta peor plaga. Chávez, convertido en factótum, reclutó a las FAN para una causa ajena a su esencia. A los altos mandos les desnaturalizó al transformarles en un factor político-partidista, para corromperlos y desmoralizarlos, anulándoles su eficacia para preservar nuestra soberanía y finalmente ponerlos al servicio de los invasores.

Ha sido una invasión consensuada, que se ha materializado por una vil entrega a quienes no pudieron sembrar por la fuerza en el colectivo venezolano un comunismo que siempre ha rechazado. Así recurrieron a la inmoralidad de valerse de las vías democráticas con el velado fin de llevarnos a un régimen de facto, con un cogobierno de esos militares traidores y cubanos. De esa increíble manera el castrocomunismo, hoy con Maduro como gestor, con toda su resentida carga de odio y miseria, se instaló en Venezuela hasta nuestros días, primero desciudadanizándola y luego deshumanizándola por completo.

Por ello es increíble el inexplicable silencio de esos dirigentes ante esta trágica situación, y quienes por el contrario apuntan sus dardos contra los que muestran el coraje que a ellos les falta para denunciar internacionalmente a cubanos y traidores. La ofensiva contra este régimen requiere de todo cuanto acontezca en el plano internacional. Almagro y presidentes de otros países, así como dirigentes venezolanos, han sido objeto de inexcusables ataques por el solo hecho de enfrentar con determinación y valentía el peligro que representa este régimen para una Venezuela exhausta y una región que ya ha recibido embates del “internacionalismo” cubiche.

Como lo hemos sostenido, debe el TSJ declarar la traición a la patria y, en consecuencia, invadido y penetrado el Poder Ejecutivo y secuestrado el “poder constituyente” en Venezuela, por lo que debe pronunciarse por un gobierno de transición, con lo que marcaría una extraordinaria iniciativa en la agenda política del país. Todo ello, dejaría de bulto una condenable injerencia cubana que sensibilizaría a las instancias internacionales para las próximas decisiones, medidas y pronunciamientos que deben tomarse, fundamentalmente sobre la ayuda humanitaria y la actuación de la CPI, en el contexto de una determinante presión internacional.

Más todavía, los efectos que esa decisión del TSJ tendrían en el país serían determinantes en el seno de las FANB con respecto a esa tercera invasión cubana, así como también para enfrentar las pretensiones de imponernos a todo trance y en contra de la voluntad de los venezolanos lo que he denominado como la “constitución exprés”.

Un grupo de dirigentes opositores tuvimos la oportunidad de reunirnos en dos ocasiones con la presidente Bachelet. Una de ellas fue en Caracas, que se produjo motivada por la crisis política ya muy acentuada en el año 2007, en la que le hice ver para aquel momento que estábamos frente a una dictadura chavista en ciernes y que en el país no tendríamos una salida electoral con las condiciones que aún subsisten. Hoy, consciente ella de esa alta responsabilidad que ostenta, no la pondrá en entredicho. Con seguridad sabe que la protección de los derechos, en esta Venezuela deshumanizada, no puede esperar. Será más terrible lo que constate la comisión que designe para levantar otro informe, esta vez “in situ”. Se encontrará con una realidad más cruel que las referidas en los dos anteriores.

Cuesta creer que con toda esa avalancha de sucesos aún haya quienes, fuera de toda lógica, explicación o justificación, subestimen, e incluso rechacen, los efectos y la repercusión de estos acontecimientos en el futuro inmediato del país. Sobre todo, para una transición que solo espera un acuerdo de todos los factores políticos para tomar cuerpo.


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