¡Cuán amargo y frustrante debe de ser, amigo lector, pasar la vida intentando cuadrar el círculo, esperando que la realidad termine corroborando nuestras más preciadas convicciones, y comprobar luego que dicha realidad no hace sino contradecirlas sin piedad!

Es en esa situación particularmente ingrata en la que se encuentra la autodenominada izquierda revolucionaria.

En efecto, dicha izquierda no ha cesado de afirmar desde hace más de un siglo (equivocándose una y otra vez) que el capitalismo entró en su crisis final; que el socialismo (es decir, el control estatal de los medios de producción a costa de la destrucción de los incentivos del mercado) es más apto que el capitalismo para promover la base material y tecnológica (las “fuerzas productivas” en la jerga marxista) de la sociedad; que del socialismo surgirá un “hombre nuevo” (como lo llamó el Che Guevara) liberado de motivaciones individualistas, pecuniarias, y entregado en cuerpo y alma a la promoción del “bien común”.

Muy a su pesar, a esa izquierda no le queda más remedio que admitir que el capitalismo termina rebasando cada una de sus crisis; que el socialismo ha resultado ser un fiasco, cuando no una tragedia, doquiera se instala; que los regímenes socialistas, de Stalin a Maduro, se mantienen en el poder a fuerza de represión; que en los países socialistas prima el “sálvese quien pueda” –no el cacareado “bien común”– y que el “hombre nuevo” del Che no acaba aún de nacer.

¿Cómo reaccionar ante esos hechos? ¿Haciendo tabla rasa y renunciando a tan arraigadas creencias? Para un militante revolucionario, eso equivaldría a abjurar de la lucha de toda una vida. Entonces, ¿por qué no buscar subterfugios que permitan seguir apostando a favor de ideas manidas y proyectos malogrados?

De ahí que muchos izquierdistas hagan caso omiso de la implacable realidad y, tratando de convencerse, repitan una y otra vez: “Poco importa si el maldito capitalismo supera cada crisis; poco importa si los regímenes socialistas han cometido ‘errores’ que les llevan al fracaso; poco importa si el socialismo nunca ha engendrado el ‘hombre nuevo’ del Che; poco importa todo eso, pues yo sigo convencido de la muerte cercana del capitalismo y del triunfo ineluctable de la revolución”.

A partir de ahí, amigo lector, el raciocinio se anquilosa; la lucidez se entumece; las creencias se transforman en dogmas de fe, como ocurre en la religión.

Ese tipo de reacción presenta un problema. Pues si bien la fe tiene perfectamente cabida en el campo de la religión (ya que esta aborda temas que se sitúan más allá de nuestras facultades cognitivas), no es menos cierto que recurrir a dicha fe para negar hechos observados empíricamente carece totalmente de justificación.

George W. Bush y el opio de la revolución

Ironía de la historia: el divorcio entre la teoría y los hechos, que nuestros revolucionarios, con razón, tanto le reprocharon a George W. Bush (en aquel caso en torno a la falsa existencia de armas de destrucción masiva en Iraq), es lo que esos mismos revolucionarios practican, desde hace un largo tiempo, en torno a su tan anhelada muerte del capitalismo y a la falsa superioridad de su sacrosanto socialismo.

Ironía de la historia, además: el marxismo, que había definido la religión como el “opio de los pueblos”, se refugia hoy en una mágica fe religiosa que, a la manera de una droga, crea la ilusión artificial de la victoria futura de un ideario a la deriva.

En esa actividad casi mística que consiste en utilizar la fe como tabla de salvación de un pensamiento revolucionario desahuciado por los hechos, juegan un papel preclaro antiguos paladines y actuales simpatizantes de la extinta “teología de la liberación” que tanta influencia llegó a tener en América Latina en los años setenta y ochenta del siglo pasado.

Diríase que, formados en la práctica de los dogmas de la fe, a esos teólogos les resulta fácil, por no decir instintivo, transponer la fe al plano de la política para tratar de mantener en vida sus estropeadas certidumbres.

Es así como algunos abanderados y seguidores de la teología de la liberación se han convertido en personajes claves de lo que podríamos llamar teología de la ofuscación, la cual prefiere darle la espalda a la realidad, e incluso negarla, con tal de mantener viva la fe cuasi religiosa en la revolución.

¡Y qué importa la realidad!

En los momentos actuales, nadie ha asumido más explícitamente, y no sin cierto orgullo, su indiferencia ante la evidencia empírica que el teólogo revolucionario Juan José Tamayo. En efecto, para dejar claro que los hechos observados no alteran sus ideas, Tamayo ha hecho suya, citándola en más de una ocasión, la famosa frase del filósofo marxista alemán de inicios del siglo XIX Ernst Bloch (frase tomada a su vez de Hegel): “Si una teoría no está de acuerdo con los hechos, peor para los hechos”. Más claro ni el agua, amigo lector.

En su combate contra los molinos de viento de los hechos, Tamayo no se detiene ahí y afirma: “Que nos robe la esperanza es uno de los mayores latrocinios que está cometiendo el neoliberalismo”. Grandioso: si las ilusiones revolucionarias no se concretizan, o si las mismas producen resultados execrables, no es porque están reñidas con la realidad, sino porque la supuesta hegemonía del malvado neoliberalismo les impide triunfar. Con ese tipo de subterfugio, resulta imposible cuestionar certidumbres y ajustarlas a la realidad.

La crisis final una vez más

En ese mismo orden de ideas, nadie ha mostrado mayor perseverancia en anunciar que hemos entrado en la crisis final del capitalismo que el gran exponente de la teología de la liberación Leonardo Boff. En 2011, en medio de la Gran Recesión que atravesaba la economía mundial, Boff se adelanta a sostener que “la crisis actual del capitalismo es más que coyuntural y estructural; es terminal”. Admite al mismo tiempo que es “consciente de que pocas personas sustentan esta tesis”, pero tal solitud parece más bien fortalecerlo en su posición.

Hoy, la Gran Recesión ha quedado atrás. Todos los indicadores muestran que el crecimiento económico repunta a nivel mundial. Aun así, Leonardo Boff persiste y afirma en 2015, reincidiendo en 2018, que “el sistema del capital ha entrado en colapso”, añadiendo sin embargo que se trata de simples “hipótesis”.

Para mantener incólume su fe en la “hipótesis” de la crisis final, Boff arguye que “la crisis es terminal porque todos nosotros, pero particularmente el capitalismo, nos hemos saltado los límites de la tierra”.

El argumento de que el capitalismo ha de morir a causa de los desajustes ecológicos producidos por él mismo no tiene nada de nuevo. Nos lo vendieron en los años setenta y ochenta del siglo pasado, con el llamado Club de Roma y su famoso informe Los límites del crecimiento, informe que anunciaba el agotamiento de recursos naturales (entre ellos el petróleo), y por ende el cese del crecimiento económico, a causa de un capitalismo “desenfrenado y depredador”.

No obstante, el progreso tecnológico (fruto de ese capitalismo) ha llevado al descubrimiento de nuevos yacimientos y a la invención de nuevas técnicas de explotación, entre ellas la de la explotación de gas y petróleo de esquisto. Resultado: la disponibilidad de recursos naturales, en vez de agotarse, no ha cesado de expandirse.

La catástrofe ecológica que podría dar al traste con el capitalismo es ahora de otro tipo: ya no se trata de un eventual agotamiento de recursos, sino de un cambio climático (calentamiento del planeta).

Camaradas, tened fe, la crisis final ya está aquí

Con eso, amigo lector, tendremos crisis final del capitalismo para rato. Pues un apocalipsis ecológico debido al calentamiento global está supuesto a tomar décadas, o siglos, para concretarse (si es que llega finalmente a tener lugar).

La espera será tanto más larga cuanto que estimaciones científicas publicadas en enero del año en curso en la prestigiosa revista Nature indican que el calentamiento climático es menos pronunciado de lo previsto.

Tan amplio margen de tiempo les ofrece a los agoreros de la crisis final del capitalismo la posibilidad de afirmar indefinidamente que la muerte del capitalismo está al doblar de la esquina a causa del deterioro ecológico, pero que es menester darle tiempo al tiempo para que ese apocalipsis pueda cuajar.

Mientras tanto, la globalización de la economía capitalista ha logrado reducir la pobreza extrema en el mundo en magnitudes nunca vistas anteriormente: el porcentaje de personas que viven en tan penosa situación ha disminuido en más de la mitad en los últimos 30 años.

Mientras tanto, también, el capitalismo ha venido desarrollando lo que se ha dado en llamar la geoingeniería, es decir, un conjunto de técnicas destinadas a enfrentar el calentamiento climático y otros problemas ecológicos (como ese mismo capitalismo hizo exitosamente para expandir la disponibilidad de recursos naturales y desmentir las predicciones del Club de Roma). La geoingeniería está llamada, pues, a desempeñar un papel, no de primer plano, pero sí complementario, en los esfuerzos tendientes a contrarrestar o revertir el calentamiento climático.

Nada sobre la represión de los regímenes socialistas

Al mismo tiempo, la teología de la ofuscación revolucionaria sigue defendiendo y justificando las dictaduras socialistas de Cuba y Venezuela. Un ejemplo flagrante de tal actitud es un artículo publicado por Leonardo Boff en agosto de 2017, luego, pues, de la feroz represión desatada por el régimen, la cual dejó un saldo de miles de detenidos, cientos de prisioneros y más de 120 muertos. En ese artículo, Boff asume la defensa del castrochavismo que gobierna en Venezuela, loando los supuestos logros sociales del mismo y atribuyendo –como hace la dictadura del presidente Nicolás Maduro– el desastre humanitario reinante, no al socialismo, sino a una supuesta “guerra económica” desatada por la derecha y el imperio.

El Juicio Final

Por sus yerros intelectuales, y por su indiferencia cómplice ante los horrores perpetrados por las dictaduras socialistas, los pontífices y feligreses de la teología de la ofuscación revolucionaria no tendrán mejor suerte ante el juicio de la historia que aquellos curas fascistas (defensores de un Estado corporativo de corte mussoliniano) que tomaron partido en contra del liberalismo y del capitalismo, al mismo tiempo que pasaban por alto los crímenes del funesto “Caudillo”, Francisco Franco.


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