Aunque a ratos uno lo creía eterno, Teodoro Petkoff falleció hace unos días, a los 86 años de edad. Una muerte prematura, piensan muchos, sintiendo que su figura aún hace falta por estos lares. Me resulta imposible no escribir hoy sobre él, aunque sea solo para repetir lo que muchos ya han dicho. En mi caso la reiteración lleva, además, el propósito de un homenaje y, por otro lado, de un desagravio por las fingidas condolencias de un gobierno que lo hostigó con ferocidad hasta el final de sus días.

Teodoro desempeñó su actividad pública en diversos planos y en todos ellos actuó de manera honesta, inteligente y responsable, siempre con la capacidad de reconocer errores y desatinos. En medio de los diversos escenarios en los que participó, fue además –me inclinaría a decir que sobre todo–, un importante intelectual de la política. Sus ideas, volcadas en varios libros, artículos y discursos, constituyen, sin duda, una referencia ineludible para pensar y calibrar los movimientos de izquierda, sus crisis y posibilidades después del barranco que representó el llamado “socialismo real”, así como los recientes errores latinoamericanos en nombre del “progresismo”, incluyendo los extravíos y aberraciones del casi eterno fidelismo cubano. Referencia, igualmente, para pensar y calibrar la actual realidad nacional luego de dos décadas bajo un gobierno que presumió ser de izquierda y que ha dejado como saldo un país fuera de cauce en casi todos los sentidos y necesitado de recomponerse en casi todos sus ámbitos, esto último, era siempre su propuesta, desde los códigos de la democracia, la justicia social y la civilidad, lo que, por cierto, habla muy bien de quien fue protagonista de primera línea en la lucha guerrillera librada en la década de los setenta.

En sus reflexiones, elaboradas junto a compañeros como Pompeyo Márquez, Bayardo Sardi, Freddy Muñoz y otros cuantos más, es posible encontrar el libreto que guio la construcción del MAS, reinvento de la izquierda criolla que, no obstante haber tenido muy poco éxito electoral, gravitó de manera muy significativa en la vida política nacional.

En este breve relato no puedo dejar de mencionar –quizá media en ello un antojo personal, lo confieso– que Teodoro fue seguidor de Los Tiburones de La Guaira, hecho que no debe sorprender a nadie, al punto de que resultaba casi absurdo imaginarlo apoyando a cualquiera de los otros equipos de la liga de beisbol. Fue coherente, así pues, hasta en sus convicciones deportivas, al ser parte emblemática de una feligresía, la guaireña, que alienta a su equipo mediante un acto de fe, al margen de logros y conveniencias. Algo así como lo que hacía en la política, ¿o no?

En suma, dicho con plena justicia, el último tramo de nuestra historia no podrá ser contada sin incluir la historia de Teodoro Petkoff. En este sentido, varios escritores han señalado que con él tal vez se cierra el ciclo de los grandes políticos venezolanos, los que fueron hombres de acción, líderes que sirvieron de referencia desde el punto de vista moral y, además, intelectuales muy leídos e influyentes. Ojalá estén equivocados, piensa uno, viendo a este país, el de ahora, tan agrietado y con no pocas ganas de resignarse.


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