He escrito que no quiero tener la razón pero sí tener razón. Todo esto necesita una mayor explicación. Como ya escribí, tener la razón implica el encierro en un solo punto de vista, en un solo sistema de razones. Tener razón es otra cosa. Es pensar de manera organizada y sistemática pero abierta al cambio, al diálogo con otras razones, a la consideración, razonada, de otras posibilidades de pensamiento. Sobre todo cuando las consecuencias de los razonamientos y opiniones que se han defendido demuestran en los hechos ser  negativas para la persona y para para la sociedad.

Lo contrario, el empecinamiento, es caer en el capricho y tomarlo como guía inmodificable de conducta. El capricho es productor de caos. Y seguir el capricho como norma inmodificable, cuando esta afecta a todo un pueblo, es producir el caos general. El extremo de tener la razón es caer en la irracionalidad. El camino de la irracionalidad es asumir las palabras como realidades, las suposiciones como afirmaciones firmemente sostenidas, las fantasías como realidades dotadas de soportes imposibles de cambiar. Lo propio de tener la razón es asumir el pensamiento como una muralla medieval irrompible. Lo peor de todo es cuando no se puede, estrictamente no se puede, salir de esa cárcel mental. En esa noche no hay caminos. No queda otra salida sino barrer con todo falso camino que se nos ofrezca. Y falsos son todos los caminos que en esa espantosa llanura se ofrecen.

Aquí estamos hoy en Venezuela. En el caos de la locura. Por mucho que pensemos, por muchas vueltas que le demos al pensamiento, si no encontramos la vía que nos saque de esta irracionalidad caprichosa impuesta por el poder, solo tendremos el caos y al final la muerte del país, la destrucción de la sociedad como espacio posible de convivencia, la incapacidad de producir, desde una teoría totalmente fuera de razón, algo que se pueda llamar humano.

Es absolutamente necesario salir del marasmo y encontrar el camino de la racionalidad abierta, de la racionalidad dialogante, de la racionalidad comunicativa, de la racionalidad convivencial.

El régimen que nos oprime no lo entenderá nunca precisamente porque él mismo está oprimido por su propia irracionalidad.

Todavía podemos unirnos todos los que estamos fuera de él y formar un bloque compacto de libertad de imaginación, de razón y de acción convivida, comunitaria (no comunal), una unión de mentes y corazones para preservar toda la inmensa riqueza de venezolanidad que nos queda viva en medio de tanta promoción de muerte.

Todavía podemos tener razón.

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