Mientras el mundo observa perplejo la creciente ola de denuncias sobre episodios de acoso sexual en la política de Estados Unidos (comenzando por aquel audio en el que se escuchaba al hoy presidente Donald Trump jactándose de sus hazañas de acosador, hasta los recientes escándalos que involucran a dirigentes de ambos partidos políticos), el pasado 25 de noviembre, en centenares de ciudades de todo el planeta se hicieron jornadas para promover el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Tal como se repitió en muchas partes, no fue una celebración sino una protesta. Una legítima, necesaria y urgente protesta.

Basta con revisar las cifras de los últimos años para constatar que, al contrario de tantos otros problemas de nuestro tiempo, la violencia contra las mujeres va en alza. Hay quienes sostienen que lo que ha cambiado es la actitud social y que hoy se denuncia lo que antes permanecía silenciado. Es posible, pero ello no disminuye la gravedad de lo que está ocurriendo.

Las estimaciones más conservadoras –léase bien, las más conservadoras– señalan que al menos 35% de las mujeres han sido agredidas física o sexualmente por sus parejas o por otros hombres. En algunos países, en África o América Latina especialmente, estas tasas se disparan y pueden alcanzar niveles de horror: 2 de cada 3 mujeres. Ello incluye violencia verbal, acoso psicológico, discriminación y muchas otras prácticas de ensañamiento sexista. Del total de mujeres asesinadas en 2015, aproximadamente la mitad lo fueron por sus parejas o ex parejas.

En la Unión Europea la cuestión no es menos seria: en 2014, un reporte de la Agencia Europea de los Derechos Humanos señala que 25 millones de mujeres fueron víctimas de la violencia machista: 13 millones fueron agredidas físicamente, 9 millones sufrieron acoso sexual y 3,7 millones fueron objeto de violencia sexual. Las estimaciones de violencia psicológica son aún más extendidas: 43% de las europeas sufre alguna modalidad de atropello psíquico por su condición femenina.

La cuestión de lo que ocurre con las niñas merece especial atención: 750 millones de las mujeres del planeta se casaron siendo menores de 18 años. En países de África Occidental y África Central la situación es peor: una de cada 7 mujeres se casó o se estableció con una pareja antes de los 15 años. Casi 150 millones de niñas han sufrido algún tipo de agresión sexual entre 2012 y 2016. Alrededor de 200 millones de niñas, antes de los 5 años, han sufrido la mutilación de sus genitales, en alrededor de 30 países (aquellos en los que existen cifras al respecto). A lo anterior debe sumarse el uso de gestualidad y verbosidad obscena con las mujeres, los ataques a través de sistemas de mensajería y el uso de las redes sociales para sexualizar, de modo unilateral, el intercambio con las mujeres.

La situación en América Latina también registra recurrentes tragedias. Algunas cifras de 2014, de asesinato de mujeres: en México, país líder en esta categoría, 2.289; El Salvador, 183 (he leído que solo en los 6 primeros meses de 2015 la cifra se elevó a 230); Argentina, 225; Colombia, 145; Guatemala, 217; Nicaragua, 85; Venezuela, 74 (esta cifra se incrementó en los siguientes años con tal énfasis que, según la ONG Avesa, 358 mujeres han sido asesinadas en ese país en lo que va de 2017); República Dominicana, 93; Bolivia, 104; y Ecuador, 97. Mientras, en relación con el tamaño de la población el número de feminicidios es especialmente escandaloso en México y varios países de Centroamérica, el país donde menos mujeres fueron asesinadas en 2014 fue Uruguay (24).

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer coincide, este 2017, con las denuncias de acoso sexual en Norteamérica y Europa, principalmente en la industria del entretenimiento y la política. Estos hechos han amplificado el debate acerca de qué debe considerarse violencia de género. Hay grupos de homosexuales que sugieren que la violencia homofóbica, privada y en las calles, debe ser considerada violencia de género, de modo que las leyes que, en teoría, protegen a las mujeres, también los alcancen con su beneficio.

Quien se interese por comprender las causas que podrían explicar la violencia contra las mujeres se asomará a una problemática de inmensa complejidad, donde concurren variables psicológicas, biológicas, culturales, religiosas, económicas y morales. En años recientes, la psicología ha aportado importantes estudios que establecen la existencia de una conexión profunda en los hombres, entre una necesidad de sentirse propietario y, a la vez, miedo a la mujer. En los análisis de casos específicos de hombres que han acabado con la vida de sus parejas mujeres, la cuestión de la mujer entendida como propiedad parece ocupar un lugar central.

Parece una obviedad, pero las evidencias señalan lo contrario: este es una realidad sobre la que hay que volver todos los días. Las palabras del presidente Emmanuel Macron, de Francia, son inequívocas: “Nuestra sociedad está enferma; deberíamos sentir horror y vergüenza”.

No hay lugar donde esta epidemia no exija ser combatida. Las escuelas deben incorporar, desde ya, programas de educación en igualdad y respeto a las mujeres. Las empresas y todas las instituciones están obligadas a imponer claras políticas al respecto.

Hace falta ordenanzas de interdicción al abuso contra las mujeres en negocios y lugares públicos. No hay tiempo que perder. Actuar es imperativo. Y nadie está excluido de este mandato.


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