En algún momento de 2011, la población del mundo cruzó la barrera de los 7.000 millones. Usted, que ahora invierte unos minutos de su tiempo tan valioso en leer este artículo, forma parte de un colectivo de varios miles de millones de personas, que continúa creciendo. Por sí mismo, el pensamiento resulta sobrecogedor: cada uno de nosotros no es más que un individuo con expectativas y necesidades, en un planeta donde convive con más de 7.000 millones de individuos, también con expectativas y necesidades.

Apenas hace unos 250 años, estas cifras de hoy eran simplemente inconcebibles. Alrededor de 1750, consejeros de Jorge II, rey de Inglaterra, afirmaban que en el mundo había unos 400 millones de habitantes, y que se requerirían unos mil años más para que esa población se duplicara. Se equivocaban. Entonces la humanidad ya había superado los 900 millones de habitantes. Alrededor de 1800 ya sumaba los mil millones. Apenas se han necesitado 200 años para multiplicar por siete aquella cifra.

Los informes de varias instituciones, incluyendo los de la Organización de Naciones Unidas, señalan que, al cierre de 2017, la población del mundo se ubicó entre 7.400 y 7.500 millones de personas. En este momento, se producen alrededor de 9.500 nacimientos por hora. Durante ese mismo período de tiempo, fallecen alrededor de 6.700 personas. Eso significa que la población, en lo inmediato, crece a una velocidad de 2. 800 personas por hora. Pero estos comportamientos, que tienen vigencia hoy, podrían cambiar en cualquier momento. Sobre la demografía pesan demasiados factores que han de tenerse en cuenta para establecer proyecciones.

De hecho, el Fondo de Población de Naciones Unidas ha definido tres escenarios, muy distintos entre sí, al momento de proyectar cuál podría ser la población del planeta en el año 2100. Una de ellas, sorprendente, es que la población podría disminuir con respecto a la de hoy, y llegar a 7.000 millones de habitantes.

Ese es el escenario bajo. El escenario intermedio es de 11.000 millones de habitantes, que supera en mil millones a las estimaciones que habían hecho en el año 2000, y que es el preferido por los planificadores. El escenario alto, resulta impactante: 17.000 millones de personas, estimación que, de producirse, provocaría un crecimiento exponencial de los conflictos en el mundo, de todo orden: por los recursos acuíferos y minerales, por las especies, los mares y las tierras, por el control de las riquezas y los territorios, por el poder político y económico.

Hay regiones del planeta, como América Latina, cuya población está creciendo. En otras, como en Europa, hay una tendencia al decrecimiento. Es llamativo el caso de España, donde el número de muertes supera al de nacimientos, desde hace cuatro años. En este país, los especialistas han comenzado a hablar de “invierno demográfico”.

De la sumatoria de elementos como el comportamiento de la tasa de fecundidad; la actitud cultural que predomine con respecto a que las parejas tengan o no hijos; la posible aparición de epidemias y el control que pueda hacerse de ellas; los avances en las ciencias médicas que permitan reducir el número de muertes por las enfermedades de mayor prevalencia; el control de las múltiples factores –entre ellos el suicidio, los accidentes de tránsito y las causadas por el negocio de las drogas– que están matando a cientos de miles de jóvenes en el mundo, entre 15 y 29 años de edad; la existencia de condiciones socioeconómicas para que las familias puedan crecer y hacerse sostenibles: todos estos factores intervendrán y definirán si la población del planeta sigue creciendo de forma indefectible o si, a partir de algún momento próximo, comenzará a decrecer.

El caso de España guarda interés, no solo por las consecuencias que podría tener si el invierno demográfico se prolonga: tenderá a producirse una brecha todavía mayor en la disponibilidad de recursos para mantener las pensiones, al reducirse la base de las personas que cotizan a la seguridad social. Pero también, entre el análisis de las causas de este declive, resulta llamativo el peso que tienen las fuerzas culturales y los estilos de vida. Cuando se suman, entre otros, la tendencia a la maternidad tardía –que estadísticamente resulta más peligrosa–; el descenso del porcentaje de matrimonios; la tendencia a matrimonios cada vez más tardíos –en España la edad promedio es 34 años–; o al objetivo de tener solo uno o dos hijos –2,1 debe ser la tasa mínima para asegurar que la población no disminuya–, se entiende la complejidad por la que atraviesan España y otros países como Japón, cuya población también se está reduciendo de forma preocupante.

Pero, por otra parte, y visto en conjunto, el planeta tiene alrededor de 1.800 millones de jóvenes entre 15 y 25 años, lo que, a un mismo tiempo, es significativo, tanto por el potencial que ello representa, como por los desafíos relativos al futuro inmediato: ¿Serán las sociedades capaces de revertir la tendencia actual y generar empleos suficientes para las nuevas generaciones? ¿Se les formará adecuadamente para afrontar la era de la digitalización? ¿Podrá cada sociedad manejar adecuadamente la demanda alimentaria, educativa o de salud pública; y asegurarnos un crecimiento económico sustentable que facilite la inclusión social?

Sin duda alguna el crecimiento poblacional convoca a un ejercicio de innovación en el campo público y privado, al desarrollo de iniciativas de cooperación público-privadas exitosas a través del emprendimiento de impacto social.

@lecumberry


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