Veo, en una fotografía de hace pocas semanas, una calle de Montevideo. Decenas de personas, en su mayoría jóvenes que no esconden su rostro, forman fila a la entrada de una farmacia de nombre Antártida, para comprar hasta 10 gramos de marihuana, cantidad permitida a la semana. El costo por gramo es de 1 dólar y 30 centavos. Desde el 19 de junio, los uruguayos pueden adquirir la llamada “marihuana recreativa”. El que era un rubro de la economía sumergida, reflota ahora como negocio lícito.

El caso de Uruguay tiene aspectos de enorme interés, porque la ley aprobada en 2013 comenzó con la adquisición, por parte del Estado uruguayo, de una planta de diseño genético propio. Dos empresas resultaron ganadoras de un proceso de licitación para producirla y distribuirla. El precio fijado se aproxima al que tenía en el mercado negro. La marihuana no pagará IVA y la parte de los beneficios que recibirá el Estado, 10% del PVP, se utilizará para el presupuesto del Instituto de Regulación y Control del Cannabis.

Este proceso, que puede considerarse un gran avance, sigue envuelto en polémicas. Por ejemplo, el Banco Santander, en cumplimiento de políticas de carácter global, ha avisado a las farmacias que expendan marihuana que cancelará sus cuentas. Entre tanto, el gobierno uruguayo y quienes apoyan esta iniciativa esperan reducir la delincuencia que rodea el consumo y tráfico de las drogas ilícitas. Uruguay, además, aspira a convertirse en líder mundial en la producción y venta de cannabis medicinal.

La legalización del cannabis regresa después de décadas. Fue legal de alguna forma hasta los años entre 1920 y 1930, en Estados Unidos, cuando la industria farmacéutica ganó una poderosa campaña mediática y de lobby para ilegalizar e incluso criminalizar la venta y consumo de cannabis o marihuana, sacándola del mercado ante su definitivo avance en múltiples aplicaciones medicinales. En aquella época, como hoy, al calor de la tendencia de legalización, se ventilaban numerosos estudios científicos que advierten que la marihuana es peligrosa e impacta la cognición, estimula los trastornos de la psique y obstruye el funcionamiento de la memoria. Hay expertos que dicen que el debate entre prohibición y legalización es inapropiado, porque la segunda solo resuelve la problemática del tráfico ilegal, pero no la cuestión de la adicción y los impactos sobre la salud. Pero, con la legalización del cannabis, la lucha contra el consumo de drogas y sustancias estupefacientes o psicotrópicas se enfoca en otros rubros, como la cocaína, el opio y diversas formas de drogas duras y sintéticas de efecto comprobadamente letal; que no es el caso para la mayoría de los estudios médicos sobre la marihuana, aunque debe admitirse que, como todo consumo en exceso, fomenta problemas de adicción y salud, cual es el caso las bebidas alcohólicas o incluso el azúcar refinada. En ese sentido, Portugal ha seguido una política de legalización de todas las drogas, para enfocarse precisamente con todos los recursos en el tratamiento del consumo de drogas como un asunto de salud pública y de carácter educativo.

En 2013, el gobierno de Barack Obama anunció que no bloquearía las leyes estatales de legalización del consumo recreativo. En la actualidad, el cannabis es legal en 29 estados incluyendo el consumo recreativo en cantidades limitadas, tal como ocurre en Washington, Colorado, Alaska, Oregón, California, Massachusetts y Nevada. Incluso, en los estados donde es estrictamente ilegal privan regímenes de excepción para su uso en el tratamiento médico de la epilepsia.

Mientras la ciencia avanza y anuncia la existencia de mecanismos cerebrales de recompensa –llamado craving, que podría traducirse como ansiedad de consumo–, lo que significa que hay un porcentaje de población adicta que no deriva solo de conductas sino también de condiciones neurológicas, se están registrando otros fenómenos realmente alarmantes, como es el caso del devastador efecto del consumo de opioides.

Las cifras muestran que más de 90 personas mueren todos los días por sobredosis de opioides. La ONU ha advertido: los opioides pueden ser 50 o 60 veces más potentes que la heroína. En los últimos años, los investigadores han detectado casi 600 nuevas drogas. El reporte correspondiente a 2015 señala que, de los más de 250 millones de personas que consumieron drogas ese año, casi 30 millones padecen trastornos mentales. La más reciente Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco, de México, anunciaba que, entre 2011 y 2016, el aumento del consumo de drogas en mujeres adolescentes, 12 a 17 años, fue superior a 200%. La Unión Europea ha presentado otro informe alarmante: 23 personas mueren al día por sobredosis. El pasado 11 de agosto, Trump declaró el asunto como emergencia nacional: alrededor de 35.000 personas murieron por sobredosis de opiáceos en 2016. Otras 25.000 murieron por consumo de otras drogas. Muchas de estas sustancias letales provienen de China en los más diversos formatos, incluido el de los caramelos analgésicos.

El informe 2016 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, supervisado por Naciones Unidas, describe un aumento de la producción y del consumo de cocaína en América Latina. Una de las principales explicaciones apunta al incremento de la superficie dedicada al cultivo en Colombia, de 40% entre 2014 y 2015, alcanzó 96.000 hectáreas. En 2016 se produjo un nuevo crecimiento, para cubrir 146.000 hectáreas. El informe de la DEA, “Estimación de la Amenaza Nacional de las Drogas 2016”, señala que Colombia es el principal proveedor de la mayoría de la cocaína que ingresa en Estados Unidos. Señala el documento que las FARC continúan participando en la producción y exportación de la droga. Bandas criminales conocidas como las bacrim y varios frentes de la FARC las transportan hasta Venezuela, Panamá y Ecuador. De esos países salen hacia México, donde los peligrosos carteles de ese país se encargan de introducirla en territorio norteamericano y distribuirla.

Cada año mueren aproximadamente 250.000 personas en el mundo por el consumo de drogas. Otras 150.000, aproximadamente, mueren por la violencia que desata el negocio del narcotráfico: luchas entre bandas, ajustes de cuentas, enfrentamientos con los cuerpos policiales, acciones de sicarios, mortandad puesta en marcha por delincuentes que matan, atracan y roban, para comprar drogas o pagar deudas con narcotraficantes.

Pero todavía hay más: el auge de los vínculos entre narcotráfico y terrorismo, que crea un escenario todavía más problemático, por el modo en que grupos yihadistas han comenzado a manejar el negocio de la droga para financiar sus redes criminales. El vínculo entre narcotráfico y terrorismo, que tuvo su principal detonante en Colombia y Perú, y que ahora se ha expandido en México, está comenzando a conformarse también en zonas de África y Medio Oriente; y muy singularmente en Venezuela, donde la penetración del narcotráfico no solo corrompe al poder sino que alcanza espacios fundamentales de los ámbitos político, militar y gubernamental.

Una mirada global al panorama de las drogas apenas permite la posibilidad del optimismo. Experiencias como las de Uruguay, limitadas a la marihuana, dan la impresión de ir a contracorriente con un aumento de la violencia, de las muertes y de la conflictividad que el negocio de las drogas provoca en el mundo… Pero en realidad no es así. La legalización del cannabis puede redirigir al foco hacia otros consumos letales, así como generar recursos fiscales para asumir la problemática de los consumos como una cuestión de salud pública y educación preventiva, como ha ocurrido con las bebidas alcohólicas o el cigarrillo. Otro debate interesante es que, aun cuando ilícita, el consumo de la marihuana y otras drogas debe despenalizarse y ser sancionado con multas; e incluso, de ser necesario en casos de reincidencia o adicción, con tratamientos médicos por orden judicial.

Lo cierto es que mientras avanzamos en muchos aspectos, incluyendo la legalización del cannabis, de cumplirse los pronósticos de los expertos, la amenaza de los opioides empeorará en el curso de los próximos años; y el narcotráfico seguirá entrelazándose con redes criminales organizadas. Y, al mismo ritmo, el terrorismo continuará su escalada, afectando incluso la legitimidad de muchos Estados. En síntesis, estamos ante un entramado de asuntos que exige de la mayor prioridad a nivel global.

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