Dos noticias, de los primeros días de 2018, dan el de punto de partida para este artículo. Una de ellas proviene de Pekín, que en 2017 había logrado reducir la contaminación del aire 20%. La otra proviene de Lima, donde fue tal la cantidad de fuegos artificiales y de muñecos quemados la madrugada del 1 de enero que el Servicio de Meteorología e Hidrología de Perú emitió una comunicación señalando que la contaminación se había multiplicado por cuatro en buena parte de la ciudad.

En ambos casos, al hablar de disminución o incremento de la contaminación, se parte del mismo procedimiento: medir la cantidad de PM2,5 por metro cúbico de aire. Las PM2,5 son partículas cuyo tamaño es menor a 2,5 micras. Son, como su nombre lo sugiere, microscópicas. No se ven a simple vista, aunque en altas concentraciones tienen la capacidad de enturbiar, de “ensuciar” la atmósfera de las ciudades. Los ecologistas repiten siempre el mismo ejemplo: son cien veces más pequeñas que el cabello más delgado. Pero su capacidad de causar daños a la salud es incalculable.

El hecho de que sean tan pequeñas las convierte en un material totalmente respirable. Cuando las inhalamos, penetran hasta la profundidad de nuestros pulmones. Y es entonces cuando comienzan los problemas. Muchas de ellas se acumulan en los alvéolos pulmonares. Otras se incorporan al torrente sanguíneo. La lista de enfermedades que producen es asombrosa: alergias, neumonías, distintos tipos de bronquitis, enfermedades cardiorrespiratorias, cardiopatías, asma y otras. El capítulo de los efectos secundarios, como el relacionado con el torrente sanguíneo, también es amplio.

No hay ciudadano que no haya escuchado sobre las calamidades asociadas a la contaminación del aire. La que tiende a generarse con más intensidad en las grandes ciudades y en los cinturones industriales no debería tranquilizar a nadie. Las PM2,5, por su peso y tamaño, tienen otra propiedad: el viento las disemina con mucha facilidad. Las esparce por campos, zonas rurales y semirrurales, pueblos y ciudades pequeñas. Esto significa que la contaminación del aire no es una cuestión que interese solo a algunos. Es, sin lugar a dudas, un problema de la humanidad entera.

Las PM2,5, además, no constituyen un único tipo de material, como muchos creen, derivado exclusivamente de las emisiones del diésel o gasóleo. Además de contener partículas líquidas y sólidas, incluyen cemento, diversidad de metales, carbón, ácidos, sulfatos, nitratos, metales, cloruro sódico, amoníaco, asfalto, polvo microscópico, polen y otros materiales precursores de alergias. Esto significa que estamos respirando un aire cuya calidad es cada vez peor, que mina nuestra salud y genera impactos en los sistemas sanitarios a gran escala. Entre 3 millones y 4 millones de personas mueren de forma prematura cada año… a causa del aire que respiran.

La alerta emitida por la Organización Mundial de la Salud en enero de 2016 es inequívoca: la medición realizada en 2000 ciudades del planeta mostró un empeoramiento de la situación con respecto a 2014. Que la situación presente un panorama más adverso habla de la gran complejidad del asunto, que es resultado de nuestros modos de producir y de vivir. Como se sabe, las dos principales fuentes de contaminación del aire son los combustibles que usamos en automóviles y otros medios de transporte, así como las grandes industrias de donde provienen las cosas que usamos todos los días.

La sola meta de detener el deterioro de la calidad del aire que respiramos es difícil de lograr, porque requiere de enormes inversiones industriales, reformas urbanas, organización y participación activa de la ciudadanía, así como cambios en los estilos de vida y rigurosos programas educativos. En Pekín, la disminución ha sido resultado de un riguroso programa diseñado y supervisado por las autoridades de China. En Perú, el incremento ha sido producto del entusiasmo de decenas de miles de limeños, decididos a celebrar la llegada de 2018.

El alivio del flagelo pasa por una voluntad política que se comprometa con todos los factores asociados. Por ejemplo, para que la bicicleta se transforme en el principal vehículo de transporte de unos 500 millones de jóvenes en el mundo habría que generar vías urbanas, que demandarían los presupuestos de toda una década de los 10 países más ricos del mundo. Y esta sería solo una de las medidas para revertir la tendencia negativa en curso.

Mientras tanto: ¿se anima usted a dejar su automóvil en casa, hacer uso del transporte público, acordar con amigos para usar un solo vehículo para ir de compras? ¿Estaría usted dispuesto a usar una bicicleta para las diligencias más cercanas? ¿Se animaría a conversar periódicamente con sus hijos sobre lo que la contaminación del aire significa para nuestra salud y para nuestro planeta? ¿Consultaría a los docentes de la escuela de sus hijos para saber si los contenidos incluidos en el pénsum sobre contaminación del aire son suficientes o merecen ser ampliados?

De sus respuestas podrían depender las noticias del futuro, que espero, por cierto, que sean las mejores posibles para los lectores de este espacio.


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