Muchos lectores se sorprenderán ante las afirmaciones contenidas en este artículo. Que los recursos ambientales del planeta como el agua, las especies animales y vegetales o los recursos minerales, gas y petróleo, estén en situación de riesgo es dato que integra el panorama informativo desde hace décadas, materia de la que escuchamos hablar con frecuencia. Pero en este caso es distinto. No solo es asunto del que apenas tenemos noticia, sino que resulta inesperado. Entre otras cosas, porque hemos vivido con la idea de que la arena es inagotable…

La arena a la nos referimos es la de las playas, los ríos y los fondos marinos. Aunque, por ejemplo, hay denuncias relativas a la extracción ilegal de arenas del desierto del Sahara, miles y miles de toneladas que habrían sido trasladadas a las Canarias para aumentar el volumen de unas playas del archipiélago español, la problemática más grave y amenazante es otra, porque las arenas de las playas, los ríos y los fondos marinos tienen propiedades físicas y químicas distintas a las desérticas. Una diferencia sustantiva es que las de desierto son excesivamente lisas. No sirven para la construcción. Es justo lo contrario de lo que ocurre con las provenientes de mares y ríos, que al ser multiformes y ásperas, al mezclarse con grava –piedra machacada–, cemento y agua, permiten crear el hormigón necesario para levantar edificios y estadios, tender carreteras, autopistas y viaductos, así como construir viviendas en cualquier parte del mundo.

El caso más dramático es el de Singapur, pequeño país insular –no llega a los 700 kilómetros cuadrados–, que ha hecho crecer su territorio alrededor de 20% por el expediente de ganarle espacio al mar, usando inimaginables cantidades de arena. ¿Y de dónde ha salido esa arena?, claman los expertos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Principalmente, de 12 islas de Indonesia, enorme archipiélago conformado por más de 17.500 islas que, en la práctica, ha desaparecido del mapa.

El principal factor que explica el incremento de la demanda de arena es, naturalmente, el auge de la construcción en todo el planeta. Hay países como China, India, Turquía y Brasil, que impactan especialmente en el aumento de la demanda de arena. Grupos ambientalistas insisten en señalar que la construcción de paraísos artificiales para el turismo, como el archipiélago artificial de Dubái, está causando daños irreparables a las regiones de donde provienen las arenas. La India es, por cierto, uno de los proveedores más destacados.

Hay un poderoso documental del año 2013, dedicado a esta cuestión, producido por el francés Denis Delestrac, titulado Sand Wars que, además del estupor que ha producido entre los espectadores, ha obtenido 14 premios y reconocimientos. En el documental se afirma que 70% de las playas del mundo están en situación de riesgo. La tesis de los realizadores, como sugiere el título, es que está en proceso una guerra silenciosa por las arenas del planeta.

Y es que, además de su uso para construcción, las arenas son fundamentales en la fabricación de chips, vidrio, cremas dentales, vajillas, móviles, cosméticos, acero, cerámica y hasta para la producción de ciertos hidrocarburos. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Carolina, Estados Unidos, 36 países sufren ya las consecuencias de esta explotación. Quien haga una búsqueda por Internet no será defraudado: centenares de reportajes exponen lo que está sucediendo en Jamaica, Cabo Verde, Indonesia, Malasia, India, España, Marruecos y otros países.

Un informe de 2014, del ya mencionado Programa del Medioambiente de las Naciones Unidas, ofrece una estimación: entre 47.000 y 59.000 toneladas de arena y grava se extraen anualmente. Su método de cálculo está basado en una lógica productiva: por cada tonelada de cemento que se produce, se requieren seis o siete de arena y grava. Esto sin contar los usos en las otras industrias ya mencionadas. El informe plantea las múltiples consecuencias negativas de este saqueo sobre la biodiversidad, la erosión de las costas, los cambios en los fluidos de aguas, los daños a la infraestructura, la contaminación de las aguas y otros.

Dado que muchas legislaciones prohíben esta extracción, hay una enorme industria ilegal de saqueo y venta de arena. Los expertos señalan que, a pesar los esfuerzos logísticos que exige su movilización –centenares de recolectores que deben esperar la marea baja, enormes camiones, grandes barcazas–, es un ilícito casi tan rentable como el tráfico de drogas y más que las redes de prostitución. De hecho, en India se considera como la mafia más poderosa del país; y por denunciarlo, Sumaira Abdulali, ganadora del Premio Madre Teresa, ha sido víctima de ataques y amenazas de muerte.

Uno de los aspectos más complejos del desarraigo de arenas es el relativo a su uso en la construcción, como sabemos, una actividad cuya capacidad de generar empleo es fundamental en cualquier sociedad. Esto no hace sino complicar la problemática, que es grave y debe ser encarada, porque hay un riesgo muy cierto y perentorio que la Tierra y la civilización están corriendo.

Las instituciones públicas de los países están obligadas a encarar el problema. Especialmente, donde todavía no hay legislaciones u operan mafias dedicadas a explotar a las personas que trasiegan arena en condiciones de esclavitud, a sacarla sin autorización, sin pagar impuestos y a venderla a precios muy altos.

Lo primero es comprender que, pese a las apariencias y a lo que han venido repitiendo secularmente versos, canciones y conseja, la arena no es infinita. Que no pueda contarse no implica que podría tener fin. Y entonces sí estaríamos ante una catástrofe de dimensiones incalculables.


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