Dos importantes acontecimientos han venido en secuencia. Uno esperanzador y otro preocupante. El primero fue el sorpresivo y refrescante Acuerdo de Paz entre las dos Coreas. El segundo, grave y muy peligroso, la decisión tomada por Trump de retirar a su país del Acuerdo de No Proliferación –TNP– suscrito con Irán por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China, Rusia y Alemania, junto con la Unión Europea –el llamado Grupo de los 5+1, que incluye a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania– y el Organismo Internacional de Energía Atómica. Fue firmado en 2015.

Antes de emitir opinión, es prudente revisar los hechos. Partir de las apreciaciones políticas de los líderes y sus partidos puede ser interesante, pero también factor de sesgo y distorsión.

Debe recordarse que hasta hace apenas tres meses, por distintas vías, incluida Twitter, los intercambios entre Donald Trump y el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un, eran de verbo agresivo y mutuas amenazas. Muchos lectores memoriosos recordarán cómo Rex Tillerson, entonces secretario de Estado de Estados Unidos, fue desautorizado públicamente por Trump, cuando se reunió con líderes de China, Japón y otras naciones del Pacífico, para dar continuidad a esfuerzos diplomáticos que, según somero examen, no daban la impresión de poder convertirse en realidad.

Estas negociaciones no son recientes. Provienen de la presidencia de Barack Obama, bajo un celoso respeto a los equipos de seguridad nacional, que han unido sus esfuerzos con los responsables de otros países interesados en alcanzar la paz y, asociado a ello, lograr la desnuclearización de Corea del Norte. Los hechos permiten concluir que el uso abusivo de Twitter no alcanzó a perturbar la secuencia de años de conversaciones multilaterales. Otro factor por considerar, también basado en hechos, es que el descontrol mental, advertido por muchos en Trump, haya actuado como estímulo para que el entorno más moderado que rodea a Kim Jong-un (no hay poder extremo, nos ha enseñado Raymond Aron, que no tenga sus elementos moderados), presionara a favor de los acuerdos.

Este acuerdo es producto de la diplomacia de varios países. Pero, además de la estadounidense, tuvo un papel muy especial China y, de modo muy relevante, la visión y liderazgo del presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in. Conviene resaltar esto: el presidente de Corea del Sur es el gran arquitecto de este logro. En su ajedrez, el líder surcoreano incluyó el contundente recurso de la deportividad en los Juegos Olímpicos, facilitando el poderoso símbolo de ver a las dos Coreas desfilar unidas con una sola bandera en la inauguración, así como permitir un equipo de hockey que integraba atletas de las dos Coreas.

No es la primera vez que este uso magistral del deporte y su simbolismo da resultados políticos. Nelson Mandela articuló los primeros pasos de su política de reconciliación nacional en Suráfrica con el rugby.

El líder surcoreano es uno de esos hombres excepcionales que aparecen en ciertas coyunturas históricas y hacen posibles metas que por mucho tiempo habían sido esquivas. Moon Jae-in es abogado experto en derechos humanos y civiles. Su vida y la de su familia es una historia de refugiados: huyeron de Corea del Norte sin que esa experiencia lo convirtiese en resentido o vengador político. Hace un año, en mayo de 2017, alcanzó la Presidencia en elecciones convocadas tras el enjuiciamiento a la anterior presidente, Park Geun-hey, que cayó tras una cadena de escándalos.

Su elección representó un giro en la política surcoreana hacia el Partido Demócrata Unido, liderado por Moon, de corte socialdemócrata o progresista, frente al conservadurismo derechista del Partido Coreano de la Libertad, hoy dividido y refundado en el ultraderechista Partido Saenuri, base de apoyo de la ex presidente Park y de los seguidores del anterior gobierno.

Moon apostó por el diálogo con firmeza. Supo conducirlo a buen puerto y ofreció, al liderazgo ensimismado de la dictadura de Corea del Norte, una salida honorable, que por sus atrocidades no merece. La puerta abierta por Moon es mucho más que un camino hacia la paz. El acuerdo contiene objetivos relativos al desmantelamiento de las armas nucleares, a las comunicaciones entre familias separadas por fronteras físicas e ideológicas y a la reunificación de los dos países.

El mismo Trump, que intenta atribuirse el crédito por estos acontecimientos, no pudo dejar de agradecer los esfuerzos de Moon Jae-in (y los de China), incluso para materializar la excelente noticia de la liberación esta semana de los tres estadounidenses arbitrariamente detenidos por el régimen norcoreano.

El Acuerdo de Paz entre las dos Coreas es solo el primer paso de un largo trecho por recorrer. Si algo representa un riesgo en este proceso, cuyas metas son graduales, es salirse de las obligaciones y la prudencia propia de la diplomacia. La falta de sindéresis es el rasgo común en los temperamentos de Trump y del dictador de Corea del Norte, y por ello todos deseamos que prive la sensatez en el encuentro ya previsto para el 12 de junio en Singapur entre Trump y Kim Jong-un.

De manera simultánea, otro epicentro de riesgo bélico nuclear está rebrotando en Irán. En esta ocasión, no por el extremismo del régimen, sino por la postura aventurada de Trump al retirarse del acuerdo alcanzado por los lideres del planeta con Teherán.

Trump, fiel a su retórica electoral, sin escuchar a expertos ni a aliados, ha decidido retomar el unilateralismo frente a Irán, cuyo régimen se encontraba comprometido ante pactos y oportunidades que dejaban al radicalismo sin margen de maniobra, para abandonar la senda de la no proliferación de armas nucleares.

Macron viajó a Washington con la misión delicada de convencer a Trump o de ganar tiempo. No pudo. Estados Unidos está enredado en una dinámica electoral. Todas las encuestas –y también las elecciones especiales, primarias o comicios locales ocurridas este año–, anticipan que los republicanos enfrentan un eventual tsunami demócrata, que podría alcanzar la mayoría de la Cámara de Diputados y quién sabe si del Senado también. Por otra parte, las elecciones parlamentarias de mitad de período no solo prefiguran la campaña presidencial del 2020, frente a las cuales Trump navega con niveles de aprobación históricamente bajos, sino que pende sobre su cabeza el riesgo del allanamiento o impeachment, como resultado de una investigación que comenzó por la injerencia rusa en las elecciones de 2016, y ha derivado hacia episodios inesperados en los que se ventilan historias de final inconfesable con actrices del cine porno; y abogados o asesores personales o de campaña, investigados por movimientos financieros difíciles de justificar, en el contexto de la presunta injerencia rusa en la política y las elecciones estadounidenses.

Para contextualizar este asunto, según una encuesta de CNN, los distritos electorales donde Trump ganó las elecciones en 2016 respaldan 70 a 30 la ruptura del acuerdo con Irán, mientras que el promedio nacional opina en la misma proporción que es un error. En un sistema donde el gerrymandering de los distritos electorales rentabiliza el voto a favor de los republicanos, Trump y sus asesores están claramente haciendo lo que hacen como parte de una estrategia para mantener alta la participación electoral de su base y evitar un revés en el control de la Cámara de Diputados.

En la cuestión nuclear es irresponsable, dada la magnitud de lo que está en riesgo, proceder al juego electoral, manipulando al ciudadano con respecto a las ventajas del acuerdo internacional con Irán, apelando a lo puramente especulativo o extemporáneo, como son los alegatos de que en algún momento el régimen iraní escondió cosas o mintió, lo que fue adecuadamente abordado y resuelto en el marco del tratado suscrito.

El Acuerdo Nuclear con Irán es mejorable. Pero los expertos que lo han estudiado coinciden en que el tratado es la mejor alternativa, porque mete a Irán en cintura y le abre una oportunidad de reinserción internacional muy conveniente para derrotar el radicalismo del régimen desde adentro, al tiempo que ofrece las herramientas necesarias para garantizar los objetivos de no proliferación nuclear deseados por la inmensa mayoría. Hay que recordar que este es uno de los pocos temas en el que las espinosas relaciones de los países de la OTAN, China y Rusia, y particularmente las cinco naciones con poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, han sido sorteadas para lograr un acuerdo.

Jugar a la arenga electoral con el asunto de Irán es irresponsable y ya ha producido graves consecuencias. La más notoria, el aumento inmediato del precio del petróleo, que la semana pasada rompió la barrera de los 70 dólares, para ubicarse en el nivel más alto desde 2014. Hay que decir, además, que en el horizonte no solo están las elecciones parlamentarias en Estados Unidos, sino también las de Irán. Como es bien sabido, el unilateralismo político de Estados Unidos tiene la facultad de inyectar argumentos y energía a los fanáticos.

Más allá de lo electoral, el régimen iraní, de carácter teocrático, está a las puertas de una renovación por razones propias de las jerarquías religiosas y la salud del liderazgo supremo. Los acontecimientos producidos desde la firma del acuerdo vienen moviendo las cosas a favor de los líderes religiosos moderados o progresistas, que ambicionan ser catalizadores de cambios significativos. Es decir, la acción de Trump ocurre en el peor momento, si escuchamos a los expertos diplomáticos y militares de los seis países que lideraron el acuerdo junto con Estados Unidos, en tiempos de Obama.

Los equilibrios en desarrollo son siempre precarios. Esta misma semana, el régimen saudita señaló que si el acuerdo se desvanece, entonces ellos también están obligados a pensar en invertir en el campo nuclear más allá de lo energético. Los extremos populistas y nacionalistas son pésimos consejeros. Por esa misma razón hay voces en el propio Partido Republicano, como la del senador Bob Corker, que preside el poderoso Comité de Relaciones Exteriores y no apoyó en su momento el acuerdo con Irán, que le reclaman a Trump precipitar decisiones unilaterales en tan delicado asunto, sin alcanzar convenios previos con los aliados europeos.

En fin, Trump no solo asume un peligroso unilateralismo, sino rompe más que con la idea del consenso bipartidista en temas críticos de política exterior, actúa sin apoyo pleno de su propio partido. El necesario viraje hacia las energías limpias y la sustentabilidad en el marco de una paz planetaria caracterizada por la tolerancia y la no proliferación nuclear, es prioritario para liderazgos de Estado. Cuando la más alta magistratura del Ejecutivo en una democracia no está a la altura del futuro, es tiempo de que los congresos actúen con coraje y tomen medidas para establecer un contrapeso. Esta es una certeza preocupante… que a la larga puede ser esperanzadora.


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