Una de las malas noticias de 2017 –un año, por cierto, cargado de malas noticias– proviene de un reciente informe del Instituto Internacional de Estocolmo. Para la Investigación de la Paz (conocido como Sipri por sus siglas en inglés), al cierre de 2016, sin incluir las cifras de China –que no son en términos técnicos, cifras confiables–, se produjo un incremento de la venta de armas en el mundo. No ocurría desde el año 2010. Este aumento supera en 38% las cifras de 2002, el año en que Sipri comenzó a producir sus reportes anuales.

El lector debe detenerse en el volumen del negocio que las armas representaron en 2016: más de 370.000 millones de dólares, y ello sin sumar las ventas de China, ni tampoco al mercado negro de armas que, según los expertos de ONU y de otros centros de estudio, equivale a una cifra entre 10% y 20% de las armas vendidas de forma legal. Después del tráfico de drogas, el contrabando de armas es el segundo ilícito más rentable del mundo. De hecho, se trata de un comercio tan organizado que existen figuras como los llamados “corredores” de armas, cuyo trabajo, muy bien remunerado, consiste en organizar rondas de negocios en las que vendedores y compradores se reúnen y establecen sus acuerdos. A continuación, entran en acción las otras piezas del engranaje: los transportistas, que ganan porcentajes considerables por su actividad, entre 10% y 15% del valor de la carga, de acuerdo con las dificultades que representa.

Este próspero negocio tiene como primer beneficiario, con enorme ventaja, a Estados Unidos (casi 58% del mercado mundial). Le siguen Reino Unido, Rusia, Francia, empresas transeuropeas, Italia, Japón, Corea del Sur, Israel, Alemania y la India. Es llamativo, por ejemplo, lo que está ocurriendo en Turquía: Aselsan, empresa que produce tecnología armamentística, se ha convertido en la más valiosa de su país. Su capitalización bursátil supera los 11 mil millones de dólares.

Paralelo a este auge mercantil, hay otro que es realmente inquietante: las innovaciones, las novedades y el desarrollo tecnológico que está experimentando la producción de armas de todo tipo, desde las llamadas armas ligeras hasta los misiles transcontinentales de carácter nuclear. Los avances al respecto son diversos: armas cada vez más livianas, más precisas, más sofisticadas, más letales y más potentes. Mencionaré aquí solo una, para advertir a lo que me refiero: bombas nucleares de impacto limitado, es decir, que pueden acabar con toda forma de vida y toda la estructura material de una zona, un barrio grande, por ejemplo, o un centro militar o una zona industrial, delimitando con absoluta precisión el daño que se quiere causar. Así como la ciencia y la tecnología están produciendo técnicas e instrumentos con sorprendente capacidad de proteger y alargar la vida, de forma simultánea se están desarrollando armas tecnológicas con una capacidad de matar, que parecen extraídas de la ciencia ficción.

Pero este crecimiento del mercado mundial de armas es indisociable del aumento de la demanda. La mayoría de los países del mundo están haciendo grandes inversiones en armas. Incluso naciones que están en grave situación económica y financiera, como es el evidente caso de Venezuela, prefieren gastar en armas y tecnologías de espionaje que solucionar los problemas de hambre y enfermedad que asolan a los venezolanos. La compra de armas para reprimir a los ciudadanos indefensos, como ocurre en Turquía, Filipinas o en Venezuela, es una tendencia.

Hay un círculo vicioso en movimiento. Los países se arman para combatir el terrorismo, la delincuencia organizada y los movimientos políticos armados –varios de ellos operando en países de África–. Los gobiernos fortalecen sus arsenales, bajo la lógica de la defensa del Estado. En paralelo, crece la venta de armamentos, legales y no legales. En Estados Unidos, como se ha repetido, hay más armas ligeras que habitantes. En otros países el número de ciudadanos armados es alarmante: entre 12% y 15% de los mayores de 15 años, en su mayoría hombres.

Hay una tendencia en curso, que es la legitimación de la violencia como medio expedito de resolución de conflictos. Está creciendo la cantidad de razones por las cuales una persona acciona un arma en contra de otra. Hace cincuenta años era impensable que alguien matase a otro por un par de zapatos, por simple envidia o por haberle despedido del trabajo. Los delitos de robo solo excepcionalmente implicaban el uso de ataques a las víctimas. Todo eso ha cambiado para peor. La violencia asesina atraviesa a todos los sectores de la sociedad y el acceso a las armas es cada vez más extendido. Ahora mismo no parece haber voluntad política en el planeta de ponerle coto a esta cuestión.

Como consecuencia de ello, muchos ciudadanos de bien se suman a la compra de armas para fines defensivos. En todo este fenómeno hay un factor común fundamental: la omisión de los gobiernos y de los Estados, legislaciones permisivas, autoridades que no cumplen con sus responsabilidades. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha llegado a una situación absurda en la que la proliferación de armas, incluso rifles de asalto o armas de repetición, hasta arsenales de armas y municiones de diverso tipo, se encuentran en manos de ciudadanos que no tienen condiciones psicológicas mínimas para portarlas.

El drama de asesinatos por balaceras masivas en escuelas, iglesias, teatros y lugares públicos se ha convertido en una pesadilla norteamericana inexplicable y que simplemente existe por no introducir una legislación que establezca los más racionales y mínimos controles a la compra de armas por parte de los ciudadanos.

El poderoso cabildeo de la Asociación Nacional del Rifle invierte millones de dólares en campañas electorales en Estados Unidos para asegurarse la elección de legisladores convencidos y comprometidos con evitar cualquier cambio legislativo en ese sentido, amparados en una lectura exegética de la Segunda Enmienda de la Constitución, con la que pretende argumentarse que portar cualquier tipo de armas es un derecho absoluto e irregulable, en consecuencia, les parece admisible que para conducir un automóvil se exija licencia y exámenes mínimos, pero ningún requisito para comprar un arma. Recientemente, un reportaje en televisión mostró cómo un niño de 13 años no pudo comprar cigarros, alcohol o un boleto de lotería porque no era mayor de edad, pero entró a una feria de armas y pudo comprar un rifle pagando con efectivo sin restricción alguna.

Poner fin a estas absurdas tendencias, que incluye pensar también en la desviación cultural que produce la industria de los juegos y del entretenimiento al popularizar juegos centrados en la simulación de escenarios de violencia armada, a los que nuestros niños terminan expuestos desde temprana edad, son temas que deben ocuparnos como sociedad sin ninguna vacilación, para así revertir esa deriva en favor del objetivo de la paz y el control de la violencia. Es urgente. Todos podríamos estar en breve en la mira de alguien en cuyas manos no debió caer jamás un juguete de esos que echan fuego por la boca.

@lecumberry


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