Mientras toda la prensa mundial abunda noticiosamente sobre la poshistoria, en nuestro país vemos a diario cómo se registra la basura para encontrar algo de comida. Las democracias occidentales avanzan hacia lo que Ronald Ingleheart llamó la posmaterialidad, a la vez que en nuestra comarca no pasamos de las noticias del entorno y cómo logramos una sociedad con las calorías necesarias para los desnutridos. Definitiva y desgraciadamente, estamos atrapados en la historia con una diferencia: se lucha denodadamente por regresar al sistema de libertades. Construir reconocimientos es un asunto secundario. Mientras tecleo estos caracteres es 23 de diciembre, la ciudad está vacía, apenas unos pocos automóviles surcan la autopista aledaña y Caracas parece haberse quedado callada. Hace mucho tiempo que esta ciudad ha hecho mutis. Estamos en vísperas de la Navidad y parece un contrasentido: ¿será que algunos optimistas impostaron que estábamos en Nochebuena? Esta supuesta Navidad carece de motivos celebratorios, salvo los íntimos y familiares. Basta constatar los precios dolarizados y los salarios fingidos. Leo las noticias recientes: han liberado algunos presos políticos y celebro que podamos entendernos aunque sea en algún gesto cercano al espíritu navideño que no se encuentra. No me provoca darle las gracias a nadie: los liberados siempre fueron inocentes.

Todos los años nos dicen que el próximo será peor. Estamos acostumbrados a la calamidad desde que hicimos de la palabra crisis una definición sistémica de nuestra condición. Los que vivimos y seguiremos en nuestro país hemos aprendido una lección de vida en los últimos años: hemos desarrollado destrezas para sobreponernos a pesar del Estado y sus tenazas. La inmensa población, económicamente informal, es una prueba de ello. Cada jefe de familia venezolana es un emprendedor, un manejador de catástrofes y escenarios. Quienes creemos en el liberalismo, sabemos que venceremos y convenceremos. Llegará algún día en que desconozcamos el nombre de nuestros gobernantes. Habremos conquistado la tierra al estilo nietzscheano.

Cada día que transcurre, la política del día a día, la envilecida, nos cerca y condiciona más. Nuestro tiempo cotidiano nos obliga a hablar de ella, a rendirle pleitesía, a mirarla de frente. Es tiempo de pensar más en términos individuales, en construirnos como individuos y realizarnos plenamente. El día que dejemos de nombrar a los innombrables, que no los acojamos en nuestras vidas, que nos los prohibamos, realizaremos la idea liberal de fijarnos nuestro propio destino. No se trata de un cuento de Navidad. Es un modo de cambiar la sociedad para desmontar los colectivismos. En cada uno de nosotros habita el verdadero soberano.


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