La truhanería y la idiocia infesta la desordenada y escuálida mesnada revolucionaria. Solo eso explica la aberrante y absurda actitud que el gobierno manifiesta con respecto a la ayuda humanitaria. Su negativa a recibirla y sus criminales acciones para obstaculizar su entrada al país, solo tiene cabida en mentes alienadas. No podía esperarse menos de un régimen cuyo talante criminal se ha manifestado a lo largo de su gestión cuando la oposición ha salido a la calle a manifestar y reclamar sus derechos. Pero les hacía falta algo más para no dejar espacio de duda en nuestras mentes y ante la historia de lo que están dispuestos a hacer para imponer y perpetuar su “revolución bonita” en Venezuela.

Y es que poco les importa que la enorme sangría de emigrantes siga creciendo. Tampoco les importa que los sueldos de los trabajadores no sean más que briznas de paja en el viento. Menos les preocupa que los niños y abuelos de los sectores más humildes no puedan satisfacer sus necesidades alimentarias mínimas, ni los requerimientos medicinales propios de sus edades. Del mismo modo les tiene sin cuidado que nuestros estudiantes, maestros, profesores, médicos, enfermeros, ingenieros, comerciantes, técnicos y personas de todos los estratos sociales emigren en busca de un futuro mejor.

Es obvio que para la revolución nada de eso es relevante. Con tal proceder ponen de manifiesto su indiferencia y desprecio por los derechos humanos de los venezolanos. Omiten así, de manera falaz, que todos los Estados tienen el deber, independientemente de sus sistemas políticos, económicos y culturales, de promover y proteger dichos derechos y las libertades fundamentales.

Delcy Rodríguez, vicepresidente del gobierno de Nicolás Maduro, no es honesta con los venezolanos cuando declara que la ayuda humanitaria procedente de Estados Unidos está contaminada y envenenada. En realidad su único y verdadero propósito es evitar que se ponga en evidencia la verdad que es del tamaño de un templo: la revolución ha fracasado estrepitosamente en todo el ámbito de materias o actividades en el que se enmarca la acción de los poderes bajo su control. Para evidenciarlo basta con hacer un somero repaso de su disfunción.

Desde que su artífice (Hugo Chávez) llegó al poder arremetió de frente contra el sector privado. Las expropiaciones fueron una constante y eso generó desconfianza en los inversionistas extranjeros y nacionales. La mayoría de las empresas afectadas están hoy quebradas y las pocas que se mantienen operativas funcionan con pasivos crecientes.

La cruzada que se llevó a cabo contra Petróleos de Venezuela (la gallina de los huevos de oro) es el mejor ejemplo del desastre generado: se acabó con la meritocracia, se despidió a la mayoría del personal de carrera y se incrementó desproporcionadamente la nómina de empleados y obreros con gente sin experiencia pero afecta a los ideales revolucionarios. Además, gran parte de las posiciones fundamentales fueron ocupadas por militares y políticos vinculados a la revolución, sin preparación ni experiencia en el negocio petrolero. Esto explica que la producción petrolera venezolana se haya reducido a menos de un tercio de lo que fue antes, con las graves consecuencias económicas que de eso derivan.

Otra extravagancia de la revolución fue el manejo irresponsable que hizo de los enormes ingresos petroleros que se obtuvieron entre 2004 y 2008. Como consecuencia de la crisis financiera de mediados de 2008 se produjo una caída significativa del superávit de la cuenta corriente que entonces teníamos. Luego, entre 2010 y 2011, cuando volvió a subir el precio del barril de petróleo, el gobierno continuó con la fiesta. Para ese momento, nuestra cuenta corriente de balanza de pagos registraba una acumulación de 134.000 millones de dólares. Mas todo ese dinero se esfumó en “regalos” a los gobiernos amigos, actos de corruptela, compra de conciencias y migajas para el bravo pueblo.

El Banco Central de Venezuela, por su parte, se convirtió en un apéndice del Poder Ejecutivo y sin ninguna vergüenza procedió a otorgar financiamiento sin medida, ni control a Pdvsa, violando flagrantemente la Constitución y la ley que regula sus funciones. A consecuencia de eso, la espiral inflacionaria comenzó a tomar cuerpo, hasta alcanzar niveles pantagruélicos, convirtiéndonos entonces en el país con la más alta inflación del mundo entero.

Como resultado de esto último, nuestra moneda pierde valor permanentemente, haciéndonos cada vez más pobres. Hace pocos días la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional informó que la inflación de enero llegó a 191,6% y que la inflación interanual (de enero de 2018 a enero de 2019) alcanzó 2.688.670%, la más alta en la historia del país. La consecuencia de este proceso destructivo de nuestra moneda ha sido la dolarización de facto de la economía. Los servicios que hoy tienen que pagar los venezolanos se fijan en función del dólar.

En virtud de esto, el gobierno tomó la peor decisión que cabe imaginar: reducir las importaciones. Con ello no se ha hecho más que incentivar la crisis humanitaria que hoy se vive en nuestro país. Y eso es precisamente lo que Delcy Rodríguez quiere ocultar. Lamentablemente, para desdicha suya, no puede tapar el sol con un dedo.

@EddyReyesT


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