Esta semana en la portada de The Economist le tocó el turno a Vladimir Putin. “Nació un zar”, dice la tapa del prestigioso medio británico, el mismo que hace un par de semanas destacaba, con su imagen, el poderío de Xi Jinping, el líder chino que acaba de atornillar para sí el dominio total sobre el Partido Comunista que dirige los destinos de su vasto imperio.

De cara al mundo que los rodea, estos dos hombres están ocupando un sitial en extremo relevante, dada la gravitación que ambos han adquirido en los asuntos de seguridad planetaria.

Entre estas dos personalidades tan definidas y contrarias en su abordaje de la dinámica política de sus países, las fricciones hubieran podido servirse en bandeja de plata. Sin embargo, la condición de estrategas que los acompaña, por partida doble, ha producido más bien un “tándem” bien articulado en materias muy sensibles para la turbulenta comunidad internacional, tándem que ha aprendido a pedalear acompasada y coordinadamente.

Tres veces han sostenido reuniones los dos titanes en lo que va de este año, gracias a las cuales se ha ido desarrollando entre ellos una relación utilitaria que, además, sirve de contrapeso a Estados Unidos en la agresividad con que Donald Trump maneja los asuntos que son sensibles para Estados Unidos y, en particular, los que pudieran tener un componente bélico.

Para desarrollar una sintonía proactiva ambos líderes se han empeñado en fortalecer los lazos económicos entre sus 2 países. No es una casualidad, ni el producto de una tendencia inercial la que está haciendo expandirse el comercio entre ambos. Entre 2015 y 2016 los intercambios se expandieron 2% apenas; pero gracias a la acción concertada de los 2 titanes, entre el año pasado y el actual las cifras se han multiplicado por un tercio. Ya para este momento del año, chinos y rusos muestran cifras de comercio bilateral cercanas a los 55.000 millones de dólares y la meta a alcanzar entre ambos es de 80.000 millones para 2018 y de 200.000 millones para el fin de esta década.

No es necesario destacar la calidad del aporte que estas cifras de comercio le hacen al alivio de la crisis económica que atraviesa Rusia, lo que es una consecuencia parcial de las sanciones europeas y norteamericanas a las que debe hacer frente por su actuación durante la crisis de Ucrania.

La sinergia entre Moscú y Pekín se ha extendido a otros terrenos en los que ambos salen beneficiados, pero Rusia más que China. Uno es la coparticipación en los proyectos de comunicaciones terrestres de la Ruta de la Seda china: las dos capitales estarán en breve conectadas por un tren de gran velocidad, y el centro de China se comunicará con Europa a través de Rusia y Kazakhstán.

Dentro de esta sinergia, cuidadosamente cultivada por los ministerios de economía de los dos gigantes, ambos países están actuando conjuntamente en la construcción del gasoducto Poder de Siberia, lo que facilitará la entrega de energía rusa a China en el mediano plazo y están construyendo una planta de licuefacción de gas en el Ártico ruso. De hecho, en este momento ya los socios rusos se han convertido en el primer proveedor petrolero de China.

Así las cosas, Xi y Putin han encontrado que hacer causa común entre ellos y frente a terceros solo les aporta beneficios a cada lado de la ecuación.

Es bien evidente, sin embargo, que quien sostiene el manubrio de este tándem no es el zar soviético sino el poderosísimo presidente del Imperio del medio.


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