En la sobremesa familiar más de una vez escuché decir a mi padre, César Capriles Ayala, que “podía faltar todo en Venezuela, menos la arepa”. Mi padre era muy nacionalista, apegado a las costumbres que más identifican o distinguen al venezolano, por eso se esmeraba en destacar las cosas buenas que teníamos como personas, como ciudadanos, más allá del reconocimiento abrumador de ser un país petrolero. Nos relataba sus aprendizajes en su natal San Esteban, estado Carabobo, y su experiencia acumulada después de desempeñar su primer trabajo en Puerto Cabello, calzando apenas los 13 años de edad. Su tema a machacar sin dar tregua era la agricultura, solía decir repetidamente que “un pueblo sin comida nunca sería soberano”. 60 años después de aquellas inolvidables conversaciones, admito que tenía mucha razón. Hoy no sembramos lo indispensable para abastecer las necesidades más elementales de los venezolanos. Si bien es cierto que nunca estuvo planteado ser un país autárquico, la verdad es que se había avanzado muchísimo en las cosechas de rubros muy estratégicos en ese sentido. 

La realidad actual es que no estamos en capacidad siquiera de sembrar las hectáreas de maíz para garantizar la clásica arepa venezolana. Las afirmaciones del directivo de Fedeagro Celso Fantinel son para ponerse las manos en la cabeza. El sector agropecuario, asegura, está al borde del colapso. Las consecuencias de la escasez de fertilizantes, de semillas certificadas, de pesticidas, de repuestos para el parque automotor, de créditos financieros y de una política de precios, imposible de establecer en medio de esta locura cambiaria, están a la vista de todos. No podía ser de otra manera. Se confirma la máxima según la cual “el que siembra vientos cosecha tempestades”.  

Eso es lo que han venido haciendo estos caudillos populistas. Expropiaron más de 5 millones de hectáreas de tierras, quebraron miles de empresas que estaban en plena producción, arruinaron las actividades de ese orden y se enrolaron en una desquiciada política de importaciones que terminó siendo una carrera de corruptelas que solo dejó ruinas por todos lados. Creo oportuno destacar un solo dato de los ofrecidos por el vocero de Fedeagro: apenas 10% de maíz se producirá, de lo indispensable para satisfacer la demanda nacional. 

Ya estamos sin gasolina, sin gas doméstico, sin medicamentos, sin un parque automotor digno, sin seguridad personal, sin agua ni luz eléctrica, ahora diremos, compungidos, “adiós arepa”, porque sin maíz no habrá masa para tanto bollo.


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