Mañana no será un día cualquiera. Concluye un annus horribilis, el más terrible de los padecidos bajo la dictadura populista y militar encabezada por un señor de nacionalidad y legitimidad puestas en entredicho dentro y fuera de nuestra geografía. Tampoco será el de pasado mañana un martes común y corriente: embuchadas las uvas del tiempo y el adiós a 2018 y las lentejas de la buena suerte y bienvenida a 2019, el país comenzará a vivir 10 angustiosas jornadas de suspense, porque todo apunta a la continuidad de un gobierno de facto, apoyado en colectivos irregulares y, esencialmente, en la privilegiada, desprestigiada y bien apertrechada fuerza armada nacional bolivariana –minúsculas de rigor dada su conducta servil, contraria a los intereses de la República–, y sin el menor vestigio de aceptación por la comunidad democrática internacional. A la pretensión roja de continuidad ad perpetuam, podría y debería enfrentarse la legítima Asamblea Nacional, desconociendo, por su irrisión, la juramentación de Maduro ante la espuria prostituyente comunal o el inicuo tribunal supremo de justicia –las mayúsculas tampoco tienen justificación en este caso–, desconociendo la mascarada y asumiendo el poder a objeto de restaurar la institucionalidad. No se trataría de un acto simbólico, sino de un pronunciamiento capaz de sintonizar con las expectativas ciudadanas y desvelar las ocultas intenciones del régimen, entre ellas, la decisión de disolver el único órgano del poder público auténticamente representativo de la voluntad popular, por alentar la sedición y encender la mecha de la insurgencia. Alegato inútil a los ojos de quienes verían en semejante estocada a la constitucionalidad una reedición del autogolpe perpetrado por Alberto Fujimori en 1992.

No fue fácil redactar el párrafo precedente. Dudé, antes de pergeñarlo, entre explayarme en la precipitada huida de Cuba del sargento (devenido en general) Fulgencio Batista y el triunfo de Fidel y los barbudos de Sierra Maestra (1959) o el desmembramiento formal de la Unión Soviética (1991), nacimiento y deceso de dos experiencias emparentadas con el chavismo bolivariano y su radicalismo pueril, el madurismo. No descarté la posibilidad de navegar en aguas más tranquilas y ocuparme del maratón de San Silvestre a correrse mañana por la tarde en la brasileña megalópolis de Sao Paolo, o el tradicional Neujahrskonzert, el concierto de año nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena, alguna vez confiado a la batuta de Gustavo Dudamel. Mientras decidía, pues, cómo continuar estas divagaciones, encendí el televisor y un spot de la primera combatiente, digno de Ripley’s Believe It or Not!, acabó con mi indecisión y me condujo por un derrotero inesperado: aunque usted no lo crea, amigo lector, asocié, guardando las distancias, la engañosa cuña navideña con Las ciudades invisibles imaginadas por Ítalo Calvino y descritas por el viajero veneciano Marco Polo al no tan crédulo mas sí curioso Kublai Kan, emperador de los tártaros; por ejemplo, la exquisita Diomira, «ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas en bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, y un gallo de oro que canta todas las mañanas sobre una torre», y la admirable y enigmática Zobeida, ciudad blanca, bien expuesta a la luna, con calles que giran sobre sí mismas como un ovillo. O una inverosímil «ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión».

El comercial protagonizado por la oxigenada señora Flores carece de sindéresis y, sobre todo, de creatividad y poesía. Abunda, sí, en el embuste. Así, sobre las imágenes de una Caracas falsificada con material de archivo y con una anodina música de fondo, la voz de la Sra. Maduro, en registro memorioso y sin matices, desgrana un pretencioso texto del cual reproducimos fragmentos: «Durante décadas, quisieron convencernos de que el único camino posible era el egoísmo. Sin embargo, juntos hemos aprendido a llevarles la contraria y, por eso, cada vez que amanece la ciudad es más ciudad gracias a ti. Juntos hemos hecho la ciudad más amable y cada vez mas tuya porque hemos decidido mostrar al mundo que juntos todo es posible […] juntos, mujeres y hombres, trabajadores honestos, salgamos a disfrutar de esta ciudad que se ha puesto hermosa. Estamos logrando que la luz llegue a cada rincón de la ciudad, para que cada día la ciudad esté más bonita…» ¿¡!?

Por supuesto, no ha faltado quien, a partir de tal locución, haya documentado la atroz situación capitalina y ensamblado un discurso visual a base de escenas de la vida cotidiana, más cercano a la realidad a fin de difundirlo a través de las redes sociales. En Youtube me topé con un par de ellos; pero, la refutación más contundente de la falaz pieza publicitaria ha sido, sin duda el fotorreportaje, Hambre en Caracas, publicado por El País semanal en su edición del pasado domingo 23 de diciembre: 10 elocuentes gráficas, debidamente explicitadas y articuladas con este comentario: «La crisis económica, social y política de Venezuela ha transformado Caracas en una de las ciudades más peligrosas del planeta. En ella mueren unas 40 personas al día. Y el hambre se ha convertido en un catalizador de la violencia: muchos de los crímenes –de homicidios a secuestros– están relacionados con la escasez alimentaria». ¡Agarra, Cilia, ese trompo en la uña!

El dinero derrochado y los espacios desperdiciados en la contraproducente campaña promocional de quien, sostienen las malas lenguas, manda como dínamo recién instalado, bien pudieron ser destinados a actividades productivas y rentables; pero –Samuel Huntington dixit–, «el éxito económico carece de importancia para una revolución, en tanto que las privaciones económicas pueden resultar esenciales para su éxito». O para el éxito, digo yo, de un modo de dominación basado en mecanismos de dependencia nada refinados, entre ellos caritativos bonos de consolación y paquetes de comida subsidiada, distribuidos por los llamados comités cloacales, perdón, locales de abastecimiento y putrefacción, corrijo, producción, células proselitistas imprescindibles para la supervivencia de la dictadura. Llegado a este punto solo nos queda esperar que la Asamblea Nacional haga lo suyo; empero esta gente no cederá el mando a ningún opositor. No por las buenas. Por si acaso, no estaría de más recibir el año estrenando calzoncillos o pantaletas color amarillo, salir a la calle con una maleta y colocar dinero en un zapato, a ver si, por cábala o casualidad, esta tierra de (des)gracia deja de ser una hacienda y su capital una ciudad zombi, poblada de seres fantasmales buscando sobras en los basureros; acaso, entonces, el neonato 2019 se convierta en un ansiado Annus mirabilis.


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