De un día para otro, como cambiando caucho en autopista, el gobierno, con su vieja fe en el efecto curativo de las improvisaciones, saca nuevos componentes y medidas de su paquete. No es un curso que siga criterios ideológicos. Es un despelote destructivo. Uno percibe un quinteto de mando, conjurado para el poder, nervioso al tocar el territorio de los virreyes militares que en las fronteras han manejado el contrabando de gasolina, nervioso al buscar el tesoro de las remesas y más nervioso aún al ver y oír el desmadre del jefe heredero que pareciera no poder controlar su incoherencia en palabras y gestos.

Ya los economistas han abordado el tema y sacan a flote su violencia e improvisación, la inflación que se comerá los salarios. En otras palabras, la destrucción del país continúa.

Pero esta, como toda catástrofe, pasará. Hay que pensar en la construcción.

He insistido en la cosa educativa, en la educación como curso prioritario y fundamental que va mucho más allá de las imprescindibles medidas económicas. La crisis es una oportunidad para aprender.

La educación, como ya hemos repetido, atiende a la formación: a los valores, como sustancia de la ética, y a las competencias como logro eficiente de actitudes, instrumentos, habilidades, destrezas, orientadas por los valores, para el desempeño adecuado de la persona en un contexto determinado. El país espera y necesita gente así formada.

Las escuelas y universidades, en estas condiciones de catástrofe, deben ser ambientes de aprendizaje en vivo. Y no solo para sobrevivir, sino crecer a pesar de la adversidad.

Padres, docentes, estudiantes de todos los niveles deben organizarse, discutir y diseñar modos de permanencia, experiencia y avance. Modos de enfrentar la agresividad de las medidas y seguir funcionando buscando madurar socialmente. Ejerciendo prácticas y pedagogías que profundicen la democracia. En esta condición la dictaduras y el autoritarismo no se derrota con violencia, sino profundizando la democracia y la participación de muchas maneras.

No es fácil cuando la incertidumbre nos arropa y se busca la respuesta en la queja y el llanto. Las redes sociales, tan útiles para aprender y convocar, son fatales para cultivar el dolor, el lamento y la noticia negra. El rumor se torna información y la mala noticia una nota de distinción. Contrario a esto, las redes, Whatsapp, permiten la mancomunidad, la mejora de la seguridad, la atención compartida de los problemas, la convocatoria a reuniones y eventos. La vida debe continuar: fiestas, competencias deportivas, atención a niños y ancianos solitarios dejados atrás por el éxodo. Instancias inmediatas de cohesión que nos hacen sentir fuertes y resistentes ante ese deslave gubernamental.

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