Una nueva crisis ha encendido las alarmas del gremio cine, cuyos principales referentes convocaron a una reunión el pasado jueves 16 de agosto en el Millenium.

Los diversos ponentes compartieron una fotografía de cómo la escalada inflacionaria impacta sobre el montaje de presupuestos.

Joe Torres y Héctor Palma encabezaron una comisión de peritos para “sincerar” los costes de producción de las películas que se hacen en el país, dando como resultado una clasificación de tres bandas, entre A, B y C.

Fundamentaron que casi todas las cintas que se fabrican pertenecen a la última categoría, en vista de una economía impredecible y africanizada que exige cambios a diario. Incluso, las planificaciones del momento pueden ser barridas por imprevistos de minutos o segundos.

Sergio Curiel añadió que Fonprocine, el órgano encargado de recaudar el dinero para el fomento de la producción nacional, apenas logra reunir menos de 60.000 dólares al año, con lo cual apenas se alcanza a rodar una cinta de bajo presupuesto.

La tensión se respiró en el ambiente de la reunión, quizás anticipando la debacle de los anuncios del viernes negro, cuando el irresponsable de Maduro destrozó las ilusiones de más compatriotas, condenándolos al exilio, la mengua, la miseria, la desesperación, la depresión y hasta el suicidio. 

Surgen innumerables preguntas y dudas desde ahora. Como la columna se dedica a reportar y analizar los contenidos de la agenda audiovisual, centramos el foco en las inquietudes de los creadores de la industria de las luces, las cámaras y la acción.

¿Qué medidas urgentes debemos tomar? El panorama apocalíptico y distópico ya fue descrito con la precisión de un grupo serio de investigadores.

Aunque los números eran predecibles, contamos con un cuadro bien explícito de la situación catastrófica que atravesamos.

Varias propuestas se palpan en el medio (fragmentado y agrietado). La balcanización de los cineastas es la de la política criolla. Por tanto, existen tres posiciones encontradas y algunos objetivos en común.

Primero, vemos a una minoría estancada que insiste en esperar a Godot, en asumir el papel de la doncella del cuento que aguarda por la respuesta de un príncipe villano, que es la dictadura y su chequera sin fondos.

Son los típicos reposeros, burócratas y parásitos de la plataforma que viven de la cacería de brujas y el sapeo, metiéndole chismes al ministro de Cultura por el “guasak”, donde gastan sus datos en redes de apoyo al “presidente Nicolás”.

Ellos abogan por la conservación del fatídico status quo, filmando la nada y la propaganda que aspira a respaldar el ingenuo de Vladimir Villegas, un personaje alucinado de la picaresca chavista que cree que Picasso es su camarada.

Con las pinturas compradas por Sofía Imber, realizó una muestra dedicada al artista cubista, usurpando su estética y expropiándola a los fines ideológicos de la tolda roja y mafiosa del PSUV. Un despropósito conceptual como inventar el nombre de “Museo de Arte Contemporáneo Armando Reverón”. Poco les faltó para ponerle “Hugo Rafael Chávez Frías”.

En segundo lugar, percibimos la impronta de una suerte de MUD del cine en fase de Frente Amplio, que incluso exhibe maneras colaboracionistas de intelectual comprometido con el sistema quebrado del CNAC, al no atreverse a mencionar la palabra tiranía en público, para no perder prebendas y cuotas de poder.  No vaya a ser que se reactive la moribunda entrega y reparto de dádivas a manos llenas, y nuestros defensores de derechos se queden fuera de la rosca, de la macolla y de la élite.

Dicen engrosar la resistencia, en algún instante salieron a la calle por conveniencia, pero en general los mueve la ambición y el afán de escalar posiciones, comportándose diplomáticamente con los dueños de la administración de los petros.

En nuestras horas oscuras, dichos personajes encarnan el rol de Neville Chamberlain, al negociar con los nazis durante la ocupación de Europa y la Segunda Guerra.

De vuelta al régimen de la Francia tutelada, los populistas inclinan la cabeza y la cerviz ante los culpables del holocausto y del genocidio vernáculo.

Frente al socialismo estructural de ambos precedentes, celebramos la incorporación de actores verdaderamente independientes que llaman a romper los lazos y nexos con los explotadores del caos y la improvisación. Ahí radica el meollo del asunto y el dilema final.

El cine oficial ha claudicado por la suma de sus errores, de sus fallas y de sus complicidades. Tantos bolichicos no merecen dar la cara por el gremio.

Las perspectivas residen en el trabajo y en el emprendimiento de las generaciones de relevo. Reconozcamos el esfuerzo, libre de ataduras proteccionistas, de unos chicos que no temen arrojarse al agua del mercado, buscando sus propios financiamientos y métodos de exhibición.

Sobran los ejemplos en la diáspora, en el mundo del cortometraje, en la escuela de guerrilla y en las redes sociales. 

Basta de plantear la resignación como alternativa. La ausencia de concursos demagógicos y censurados no frenará a la capacidad de la imaginación.

Reinventemos el cine al margen de las rentas públicas que desaparecieron, desviaron, corrompieron y despilfarraron. Es el reto de 2018.


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