Vamos a calmarnos. Bajémosle diez. Respiremos profundo, pensemos y analicemos bien las cosas. Oscar García Mendoza desde hace tiempo ha venido diciendo que la única forma de sacar a estos socialistas del poder es con la intervención de una fuerza internacional armada. Esa prédica cada día tiene más adeptos y el propio Donald Trump asomó esa posibilidad. Cuando colocó esa alternativa sobre la mesa, hace unos meses, no tardaron los países de la región en desautorizarlo. El primero fue Juan Manuel Santos, presidente de la vecina Republica de Colombia, escoltado por los países del ALBA y el propio presidente Temer, de Brasil; por lo que la jugada ha sido colocada momentáneamente en la estantería, mientras se agotan las vías diplomáticas. Sin embargo, no pocos dirigentes y muchos ciudadanos albergan la esperanza de que si aquí no hacemos nada, esa tiene que ser la salida.

En el ínterin, somos los venezolanos quienes tenemos que lidiar con unos adversarios duros de roer y que han demostrado una y otra vez que son más astutos de lo que la dirigencia opositora piensa. Hace unos días un gran amigo me decía que es mucha la experiencia de quienes diseñan la estrategia para conservar al socialismo en el país. Son casi 60 años gobernando a Cuba y 18 en Venezuela.

Los estrategas del régimen saben detectar los desafíos y saben de política. (Si gobernaran igual seríamos Suiza). La derrota de las parlamentarias de 2015 los puso en alerta. Decretaron la emergencia e idearon las bolsas CLAP. Después vino el carnet de la patria y así otros tantos mecanismos de control de la población con miras a que cualquier elección popular esté condicionada a este mecanismo.

Por eso es que se entiende que un régimen que ha causado la crisis económica más profunda de la historia del país haya salido triunfante. No hay otra explicación. No obstante, en muchos estados los candidatos de la MUD pensaban que con la crisis económica y el desprestigio del gobierno el mandado estaba hecho. No se ocuparon de dar a conocer sus propuestas ni de hacer campaña, confiados en que esas dos circunstancias eran suficiente para ganar las elecciones. Muchos pensábamos así, y evidentemente estábamos equivocados.

Sin embargo, a pesar de la derrota en la mayoría de los estados, con el triunfo reconocido de cinco candidatos de oposición, el pueblo opositor veía una pequeñita rendija a través de la cual podíamos relanzar el objetivo que todo el país quería y sigue queriendo, como lo es la salida de los socialistas del poder y la toma del mismo por fuerzas democráticas liberales que restauren la normalidad institucional y enrumben al país por un buen sendero económico y social. Lamentablemente, el oportunismo, la miopía política y los intereses cortoplacistas pudieron más que la fuerza del patriotismo: los gobernadores electos de la oposición correspondientes a los estados Táchira, Mérida, Anzoátegui y Nueva Esparta, frente a la fuerza bruta que les aplicó el régimen, de condicionar su toma de posesión a la juramentación ante la espuria asamblea nacional constituyente (minúsculas mías), optaron por claudicar y se doblaron en forma genuflexa ante la directiva de la ANC. Y lo hicieron en plena algarabía triunfal.

Por supuesto, la indignación colectiva no se hizo esperar. Todo el mundo, a todos los niveles condenó el hecho. Henry Ramos Allup, principal promotor de las elecciones regionales y jefe del partido en el cual militan los cuatro gobernadores, en su desesperado afán por ser candidato presidencial, prefirió que los gobernadores de su partido se juramentaran ante la ANC, previo a la toma de posesión de sus cargos, y no correr el riesgo de que los inhabilitaran y convocaran a una nueva elección de gobernadores en la que cualquier cosa podría suceder. De haberse concretado esta hipótesis, era fácil concluir como hecho el levantamiento popular con la retoma de las calles y de las protestas, cuestión que no le convenía a Henry Ramos porque este quiere llegar pacíficamente a las elecciones presidenciales de 2018. Los disturbios y las protestas conspiraban con este deseo y, por eso, sin mucha discusión, llevaron nariceados a los gobernadores electos a juramentarse ante una constituyente elegida al margen de la Constitución vigente y desconocida reiteradamente por el pueblo venezolano y la dirigencia opositora.

Ahora bien, a pesar de tener fama de ser un gran calculador político, Henry Ramos no se percató de que la constituyente (que lo puede todo según una interpretación sesgada de la Constitución) podría decretar el adelanto de las elecciones presidenciales, aprovechando la desarticulación y desbandada en las filas opositoras, para relanzar a Maduro y garantizarle 6 años más en el ejercicio del poder. En ese caso, dado el repudio general que su decisión ha causado en la población, el tiempo no le daría para recuperar su imagen. Es decir, el cálculo le salió muy mal y sus aspiraciones presidenciales se quedarían en el tintero.

En cuanto a la suerte de los propios gobernadores adecos, la claudicación temprana refleja falta de solidez en el espíritu. Ello debe ser consecuencia de las fallas en las bases de la formación ideológica que tiene que tener todo dirigente político. Esa conducta los castra políticamente y los convierten en presas fáciles de las garras de los legisladores regionales del PSUV, que no tardarán en empuñar el hacha de la guerra en los consejos legislativos regionales. Dependerán de las migajas que les quiera mandar el gobierno central que, desde ya, los ha convertido en sumisos mandatarios regionales. Arrancaron con plomo en el ala y sus bravos pueblos pronto les pasarán factura por tan temprana y vil traición.

No así Juan Pablo Guanipa, quien, con una sólida formación socialcristiana desde la cuna, sabe que lo trascendente es la firmeza con la que se deben defender las convicciones. Ese es el mejor ejemplo que le tiene que dejar a los jóvenes zulianos. Su legado. Quizá o muy probablemente sea destituido e inhabilitado por los comunistas, pero lo hará con la conciencia tranquila de haber cumplido su deber con el Zulia y con Venezuela. Ese tipo de comportamiento digno (el de Guanipa) nos indica que todavía no hemos perdido la república.


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