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(Reflexiones en tiempos de apagón)

En medio de la oscuridad nuestra de cada día, trato de hacer mía la consigna china, aquella de que toda crisis es una oportunidad. Así, en las noches, velita mediante, me dedico a leer, ya que no puedo ver partidos de fútbol. He terminado dos novelas que iba leyendo en paralelo –mala idea, por cierto, porque en determinados momentos mezclaba los personajes– y me di a la tarea de desempolvar algunos de los archivos de mi computadora para revisar algunos textos que asoman los cambios que, de la mano de la Cuarta Revolución Industrial, están perfilando un mundo muy distinto, en el que la vida humana empieza a transcurrir de otras maneras en todos los aspectos.

Los derechos de los robots

Entre los archivos me encuentro con algunas notas que tomé hace algún tiempo a propósito de una novela de ciencia ficción, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, escrita por Philip K. Dick, en la que se alude a las relaciones del ser humano con los robots. Y de allí he brincado a otros textos que se ocupan del asunto e indican que los robots no deben considerarse solo como dispositivos mecánicos, sino como socios que interactúan con las personas. Así las cosas, veo un documento en el que el Comité del Parlamento Europeo para Asuntos Legales les otorga la condición de “personas electrónicas”. A partir de allí, se propone que «se pueda establecer que los robots autónomos más sofisticados tienen el estatus de personas electrónicas con derechos y obligaciones específicos, incluida la de hacer bueno cualquier daño que puedan causar». Y observo, igualmente, que ya existen unas cuantas iniciativas similares, en distintas partes del mundo.

De nuevo se demuestra, creo, que la llamada ciencia ficción no es ficción, sino pronóstico. Lo digo por lo anterior y también porque, a propósito de un brevísimo cuento, El círculo vicioso, escrito hace casi ochenta años, el célebre Isaac Asimov estableció sus conocidas tres leyes de la robótica (que en realidad fueron cuatro).  Las mismas lucen como trasfondo de planteamientos que de alguna manera están cobrando forma actualmente a) Un robot no puede hacer daño a un ser humano ni directamente ni a través de su intervención. b) Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, a menos que las mismas entren en conflicto con el primer mandamiento. c) Un robot debe salvaguardar su propia existencia, a menos que su autodefensa se contradiga con el primer y el segundo mandamiento. Más adelante, el propio Asimov añadió una cuarta: d) Ningún robot puede dañar a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño.

Dentro de la misma línea de lo que vengo escribiendo, vale la pena mencionar, así mismo, que la Universidad Carnegie Mellon de Estados Unidos anunció un nuevo centro de estudios de la ética de la inteligencia artificial; que durante la presidencia de Barack Obama, la  Casa Blanca publicó un trabajosobre el mismo tema y que varias de las empresas más grandes, incluyendo Facebook y Google, han anunciado una asociación para redactar un marco ético para la inteligencia artificial. Estas y otras nuchas iniciativas se explican porque, de acuerdo con lo señalado en diversas publicaciones, las interrogantes son muchas: ¿cómo podemos garantizar que estos algoritmos estén diseñados de manera apropiada?, ¿será necesario que un robot tenga algo equivalente a una declaración de derechos? ¿Debería permitirse a un cyborg muy avanzado postularse para cargos políticos?

No es de extrañar, entonces, que se haya generalizado la idea de elaborar un conjunto de principios éticos, que sirvan para regular las circunstancias que derivan de la creación y uso de los robots, implicando en ellas a sus fabricantes y usuarios y, como se ve, también a los propios robots.

El tema de los robots es apenas una muestra del intenso debate sobre las transformaciones tecnocientíficas de la época. Con igual interés se han suscitado discusiones sobre otros muchos tópicos, entre ellos la genética e, incluso  la política, por solo citar un par de ejemplos.

Mientras tanto…

Me paseo por estas cosas, velita de por medio, como dije, y me viene a la mente Nicolás Maduro en una de sus más recientes cadenas, anunciándonos las medidas que ha tomado con el objetivo de enfrentar la situación de nuestra industria eléctrica, las que incluyen el cambio del ministro Motta Domínguez, quien, dicho sea de paso, se retira de la escena sin que se le recuerde haber dado alguna explicación de lo sucedido, ni mucho menos haber hablado de un plan para salir del aprieto en el que nos metió el imperialismo norteamericano, según reza la explicación oficial, elaborada con apego a la teoría de las llamadas “verdades alternativas”

Así, mientras el planeta se mueve según códigos radicalmente distintos a los de antes, Nicolás Maduro no habla de cómo descifrarlos y hacerlos parte del futuro nacional, sino que nos ofrece un país como el de antes,  en el que los bombillos prendían.


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