La subestimación política de Acción Democrática es histórica. Son muchos los que en el transcurso de estos casi 77 años de vida del Partido del Pueblo, lo han visto con desdén y desprecio. Ha sido así incluso antes de su fundación con las siglas que hoy se conoce, pues al Partido Democrático Nacional (PDN), que lo precedió, lo llamaban el partido del autobús, por la supuesta poca militancia que lo nutría.

Así lo reconocía Rómulo Betancourt, el más destacado fundador de ambas organizaciones, cuando afirmaba: “El PDN fue, en sus comienzos, una organización de bolsillo. (…) No todo era ironía en la apreciación de nuestros adversarios al decir que con sus efectivos apenas se colmaba un automóvil. Y si creció numéricamente y formó aguerridos equipos de jefes políticos y de capaces dirigentes obreros, estudiantiles y profesionales, fue porque tuvo doctrina propia, plataforma extraída de lo entrañable nacional, vocación de combate y agónica fe proselitista. Fue una verdadera preparación para lo que sería luego Acción Democrática”.

Luego de fundarse AD, continuó la subestimación. Subestimaron al partido López y Medina, para luego arrepentirse. Lo despreció Pérez Jiménez, quien juraba haberlo desaparecido cuando lo ilegalizó, para pocos años después ver, desde su exilio dorado, cómo Betancourt volvía a ser presidente ahora por elección universal, directa y secreta. También tuvieron esa actitud, hasta connotados líderes democráticos como Luis Herrera, quien por haberle ganado las elecciones al candidato adeco se ufanaba de haber acabado con el Partido del Pueblo. Aunque luego se diera cuenta de su error al ser sido sucedido, en la presidencia, por otro militante de Acción Democrática como Carlos Andrés Pérez, quien se convirtió en líder de toda una nación anhelosa de progreso y bienestar, lo que cumplió con su política de pleno empleo y desarrollo nacional.

Ahora, en nuestra época, nos encontramos con el mismo fracasado retintín de la desaparición de Acción Democrática, cuando ha sido ilegalizado arbitrariamente en dos oportunidades, en menos de un año, por el gobierno antidemocrático de Nicolás Maduro. Ah, pero en las dos oportunidades, desde la dirección política de AD, hemos apelado al pueblo y este, siempre generoso y solidario con su partido, nos ha vuelto a legalizar a punta de adhesiones voluntarias y masivas.

Reconocemos que en los primeros años del gobierno de Hugo Chávez el partido perdió influencia en la vida nacional, porque se nos adjudicaban todas las culpas por el supuesto fracaso de la democracia venezolana. Se cometieron errores que teníamos que exculpar y lo hicimos, con valentía y coraje, quienes nos quedamos en el partido asumiendo errores de otros, pero entendiendo que la institución es de carácter permanente y debíamos asumir los haberes, pero también los “debe” de nuestras equivocaciones pasadas. En fin, al ser herederos de ese inmenso patrimonio histórico, no podíamos repudiar una parte de ese legado sino todo ello completo, sin separar la paja del trigo.

En ese largo tránsito, de penitencias debidas y pagadas, diferimos nuestras aspiraciones de timoneles de la lucha por el discreto, pero utilísimo papel de amalgamar la diáspora opositora nacional. Así apoyamos, durante 25 largos años otras opciones políticas, candidatos de otros partidos y ni siquiera presentamos precandidaturas presidenciales. Sin embargo, en ese largo limbo secundario no nos quedamos de brazos cruzados, sino que nos dedicamos a la ardua tarea de reconstruir la organización y hoy día no hay localidad, por remota que se encuentre de la capital de la República, donde no exista un comité local del partido del pueblo.

Es por esas razones que quizás muchos nos han subestimado, al sorprenderse de nuestros avances y nuestras legítimas aspiraciones de retomar nuestro papel histórico de liderar un proceso unitario, que se ha convertido en el más riesgoso y complicado de nuestra historia política. No vamos a renunciar a él, no por vanidad ni prepotencia, sino porque creemos ser útiles y eficaces en el inmediato trance donde un adversario, desacreditado y dividido, también nos subestima. Trabajamos para articular la mayoría democrática que quiere un cambio, para sobrevivir y detener esta crisis terminal que ha sido causada por una ideología sin sustento exitoso en ninguna parte del mundo.

Buscamos amalgamar a toda la oposición que sabe de nuestro compromiso antirreeleccionista. Por ello proponemos el nombre del más experimentado y preparado de nuestros líderes, Henry Ramos Allup, para que después vengan otros demócratas a continuar la obra, a estabilizar e incluso a superar esa labor primigenia de liberación de esta tiranía. Tendemos nuestra mano amiga y solidaria para que nos acompañen todos los hombres y mujeres de buena voluntad, porque como decía Don Quijote: “La buena fe no nos la pueden quitar”. Así que no nos subestimen, porque la buena fe de lograr reconstruir la mayoría, que seguimos siendo los demócratas, no nos la dejaremos quitar.

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