Por la muerte de los tres jóvenes estudiantes de cinematografía desaparecidos, asesinados y disueltos en ácido en Jalisco, México

En las grandes ciudades, en los poblados más apartados y en las comunidades ubicadas al interior de cualquier país, la violencia se ha vuelto una constante a la que, por desgracia, debemos habituarnos y aprender a vivir con ella a la puerta de nuestro hogar, porque la incapacidad, tolerancia y colusión de las autoridades mexicanas es brutal con el crimen organizado que acecha a la sociedad mexicana.

Aquellos días en los que podíamos salir confiados a caminar en los parques, jardines y el resto de la vía pública están siendo ensombrecidos por las diversas expresiones violentas que permean a la sociedad y cauterizan nuestro entorno, resultando en un tejido social semidestruido y en vías de su improbable recuperación, dirían los más apasionados.

Ya es difícil toparse con alguna persona en nuestro México que no haya sufrido la violencia en carne propia, ya sea directa o indirectamente.

La escalada de violencia que se suscita en este o en cualquier otro país puede entenderse como el resultado de ausencia de responsabilidad y corresponsabilidad del individuo por su entorno, así como de la pérdida de valores de la base de la sociedad que es la familia y, por ende, una sinrazón de libertinaje que pone en jaque el tejido social que con tanto esfuerzo se construye por generaciones.

Cúpulas de poder carcomidas por el crimen organizado, una democracia tambaleante víctima de la embestida de la violencia repartida por todos lados, zonas hostiles, ejecuciones, secuestros, impunidad y corrupción son los constantes boquetes por donde se cuela el miedo en la vida familiar.

En suma, la turbación se ha vuelto ya una forma de vida, siendo el narcotráfico un factor determinante en la estabilidad nacional, que no se doblega a pesar de que cada descarga hiere a la sociedad, transformado el crimen en una nueva realidad, en la que la muerte anda a caballo desbocado.

Una realidad que es imposible ignorar. La estela dejada por los hombres de la hierba, por los capos de la bala y el terror, por los señores que someten a las ciudades, zarandean las voluntades, arrinconan con la mirada en espacios abiertos con la violencia desconcertante que practican.

La violencia y el miedo que produce una realidad que viven miles de pueblos de Hispanoamérica, donde millones de personas buscan expulsar a los demonios que han invadido su territorio y que se empeñan en clausurar el paraíso de tan noble y sufrida tierra como la nuestra, la mexicana.

Nuestra labor será reconocer nuestras limitantes con la finalidad de definir mejor el futuro para extirpar estos tiempos violentos.

Lo afirmo categóricamente, hay que detener la descomposición social, antes de que sean los delincuentes quienes comiencen a gobernar… si es que no lo han hecho ya.


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