~Para y por Julieta~

Los venezolanos mayores de veinte años no nos imaginamos jamás las peripecias que tendríamos que afrontar para vivir la cotidianidad más simple con rasgos inequívocos de apacible normalidad. Los compatriotas y los extranjeros que convivíamos pacíficamente en la nación veíamos con indudable satisfacción como muchos aspectos del diario vivir constituían un don sobrenatural emanado, casi como un maná, de dimensiones divinas.

Si por ejemplo teníamos la necesidad de movilizarnos desde nuestros hogares con destino al trabajo, a centros educativos; o donde simplemente se nos antojara. Podíamos hacerlo con el uso de múltiples opciones. El parque automotor, calculado por habitante, era uno de los más altos a nivel mundial. No era extraño observar que en una casa o unidad familiar, sus habitantes poseyeran más de un automóvil para la movilización. Tal circunstancia era palpable en urbanizaciones de clase media e inclusive en barrios populares. Muchos de los habitantes de los cerros de Caracas estacionaban sus vehículos al pie del mismo. Los menos afortunados, quienes no lo poseían contaban con un magnífico sistema de transporte público. Hace pocas décadas coexistían los llamados “carros por puesto” con los autobuses. Luego se agregaron camionetas de rango medio que permitían un mayor volumen de pasajeros superior a los “por puesto”, aunque con menos capacidad de los autobuses. En Caracas y en algunas ciudades del interior irrumpió el “Metro” como sistema de transporte rápido, cómodo y con precio accesible.

Si el tránsito se refería objetivamente desde Caracas hacia el interior o viceversa, las opciones eran de igual manera múltiples. El país se encontraba interconectado por una amplia red vial; de idéntica forma cómoda, con abanico de precios solidarios y con el debido mantenimiento programado. El servicio de transporte público era eficaz en grado sumo y también con alternativas de lujo y de servicio simple. ¡Para todos los bolsillos! Por vía aérea se podía acceder a los lugares más recónditos y también sin mayor inconveniente alguno.

El pasado jueves hube de salir de mi casa en Caracas con la finalidad de trasladarme al centro de la ciudad. En la actualidad carezco de automóvil (por los problemas hartamente conocidos) y debo utilizar el servicio público de trasporte. El valor de los “taxis” es muy desproporcionado y su implementación demuestra fehacientemente la existencia de una especie de anarquía generalizada muy similar por cierto al bochornosobarullo que abruma al país nacional. Tenía aproximadamente cuarenta minutos esperando la llegada del transporte cuando el conductor de un vehículo particular vociferó sin micrófono que por el precio público conocido efectuaría el servicio. ¡A punta de codazos! cinco pasajeros lo abordamos. Treinta y cinco minutos más de desesperante espera para efectuar la necesaria transferencia. De regreso el periplo fue similar. Con el agravante de que para abordar el nuevo vehículo hube de esperar 35 minutos. Para el segundo, tardó una hora con quince minutos… ¡Caos total!

Los márgenes de ganancia de la banca en nuestro país siempre han estado en un rango elevado. Los diversos matices de los servicios eran, si se quiere, idóneos y aceptables. Si usted poseía una cuenta corriente podía solicitar las chequeras que considerara conveniente. Si era titular de una cuenta de ahorros, el banco otorgaba la llamada “libreta”. Existían modalidades de depósitos a plazo fijo o variables, con intereses cónsonos a la realidad económica del país (No padecíamos de del brutal proceso inflacionario). En algunas instituciones exigen –¡insólito!- que el cliente lleve consigo la hoja de papel. Las tarjetas de crédito constituyeron una modalidad importante en el uso de la actividad económica y bancaria. Ahora se las soslaya y  aviesamente se dificulta su uso.

Mantengo una “romería” en diversos bancos en búsqueda de efectivo. Lo utilizo exclusivamente para sufragar los gastos de movilización. Las demás costas, suelo confrontarlas mediante el uso de las tarjetas de crédito y las de débito correspondientes. Atónito he observado que algunos bancos, “manumilitari”, han decidido disminuir discrecionalmente el límite. He sido víctima de esta injusta determinación; a pesar de que jamás he tenido problemas de mora y/o insolvencia en el manejo de estos instrumentos de cambio. En un  banco “con pedigrí”, este mantiene la casi usurera norma de no permitir la entrega de dinero por taquilla en suma no mayor de cuarenta mil bolívares. Con ésta cantidad, apenas se podría sufragar el transporte de dos días.

El uso de la llamada “tecnología bancaria” se ha convertido en una pérfida ilusión. Llevo más de treinta años como cliente de un banco importante. Tengo domiciliados diversos servicios públicos en una tarjeta de crédito. Sin previo aviso, unilateralmente decidieron no pagar más algunos de aquellas prestaciones. Cuando intenté obtener alguna información al respecto –vía internet- hube de esperar en línea, en la primera oportunidad, una hora con quince minutos para ser atendido. La segunda supero con creces el tiempo de espera. Al fin de cuentas fue un miserable lapso perdido. Decidí entonces domiciliar el pago en otra tarjeta de crédito emanada por otro banco emisor.

He escogido exprofeso dos áreas fundamentales para el cabal desarrollo económico en un país cualquiera. El servicio público de transporte de manera global y la actividad bancaria. En ambos rubros dichos servicios son atendidos por diversas instituciones públicas y privadas. También por personas naturales. El abuso, la incapacidad, idoneidad y el deterioro de todos los servicios es público y notorio.

Soy consciente de que todo lo aquí narrado es ampliamente conocido. No estoy descubriendo ni la pólvora, ni el bombillo. Sin embargo deseo dejar (Perdóneseme cualesquier rasgo de inmodestia) una especie de testimonio para que las nuevas generaciones conozcan a cabalidad el estado inédito de desmembramiento y perversión que padece la sociedad venezolana. Del estado de ruina generalizada. De hambruna sobrecogedora. De desasosiego material y espiritual. De inseguridad personal y jurídica incontrastable. De temor y de terror. No del futuro inmediato, sino del mañana sobrecogedor. Esta terrible circunstancia deberá ser analizada con propiedad por sociólogos y politólogos. Por políticos y líderes sociales de inequívoca voluntad de servicio. No por politicastros de la peor ralea. Por hombres de Estado (ya formados o en ciernes) quienes deberán asumir el reto incontrastable de afrontar el miedo con la gozosa audacia.

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@CheyeJR


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