El 24 de diciembre es el preludio de la Navidad. En nuestro país –en anhelada época, pretérita ya– acostumbrábamos darle comienzo al jolgorio de rigor. En casa solíamos cenar exactamente a la media noche degustando el aperitivo y los bajativos acostumbrados. Así se le daba comienzo al día de Navidad propiamente dicho. De igual modo procedíamos el 31 de diciembre, con idéntico ritual, –agregando las infaltables doce uvas– para recibir el Año Nuevo. ¡Ahora para mí y la mayoría de los venezolanos la cosa es distinta! Las razones las conocemos de sobra…

La lectura ha sido una especie de refugio protector para tranquilizar e incentivar la mente. Sobremanera cuando esta se encuentra agitada. Producto de la lectura el intelecto comienza a generar –hilvanándolas–  conclusiones sobre lo leído. Escogí, casi al azar, una publicación en la web (El hecho de comprar un libro de manera habitual –como también era costumbre casi cotidiana– es ahora también un lujo imposible) para fabular un poco con lo leído con la intención de evadirme.

Entonces tropecé con un ensayo de Jacqueline Peschard titulado La cultura política democrática (7° edición, noviembre de 2012. Instituto Federal Electoral. Printed en México) publicada en pdf. Comencé, como suelo hacer, anotando los párrafos que me llamaran la atención para glosarlos y contrastarlos. El título –“per se”– es sugestivo y pensé que me ayudaría un poco a entender la mentalidad de los compatriotas ante la crisis nacional que nos agobia y nos aturde. Situación sin parangón alguno en nuestra historia republicana. Cuando constaté que las anotaciones eran extensas decidí copiarlas literalmente y transcribirlas. Sin modificación e interpretación alguna. Las comparto a plenitud. Con la única intención de que mis estimados lectores –al igual que yo- las ponderen debidamente y asuman las debidas conclusiones.

               “… En cuanto a la percepción que se tiene de sí mismo, compartir una cultura política democrática implica concebirse como protagonista del devenir político, como miembro de una sociedad con capacidad para hacerse oír, organizarse y demandar bienes y servicios del gobierno, así  como negociar condiciones de vida y de trabajo; en suma, incidir sobre las decisiones políticas y vigilar su proyección”.

               “…Hay que legitimar el sistema al tiempo que asegurar la gobernabilidad. En principio la ciudadanía es un grupo de individuos racionales, libres e iguales ante la ley, que conforman el sujeto por excelencia de la cosa pública y de la legitimación del poder”.

               “… La fuente primera y última del poder es la voluntad del pueblo, es decir, de la ciudadanía. Esto constituye una noción que en su sentido más profundo condensa los rasgos y los factores que dan forma a una cultura democrática”.

               “   El ciudadano es el protagonista de la esfera pública ya claramente diferenciada de la privada. Adicionalmente, ya no es súbdito  del Estado que solamente está llamado a obedecer los dictados del poder o a someterse bajo el imperativo de la fuerza, sino que participa directa o indirectamente en el diseño de dichos dictados y, desde luego, en la fundamentación misma del poder del Estado, al ser titular de la soberanía. O sea la creencia y la certeza de que se tiene cierto control sobre la élites políticas y sobre las decisiones que éstas adoptan”.

               “… El modelo cívico, fórmula específica con la que se identifica a la cultura política propia de democracias estables y asentadas, supone la existencia de individuos racionales que en la esfera privada son egoístas e interesados porque velan por la promoción de sus intereses, mientras que en la pública son responsables y solidarios. Es allí donde se recrea el presupuesto de la supremacía de la esfera de lo público sobre la esfera privada, que es una herencia republicana”.

               “… La noción de ciudadano se expresa nítidamente en el término elector votante. Que no es otra cosa que una categoría jurídica-política básica que iguala a los individuos entre sí, puesto que desde que se instauró el sufragio universal y secreto en el curso de los siglos XIX y XX, cada  elector, independientemente de su situación social, particular, tiene el mismo peso al ejercer el derecho al sufragio, es decir, el voto de un millonario o del presidente de la república cuenta lo mismo que el de un desempleado”.

               “…  El término ciudadano tiene una connotación que rebasa la mera formulación normativa del derecho a votar para alcanzar una dimensión política en un sentido estricto”.

               “… El ciudadano quiere, al igual que al elector, ser antes que nada un sujeto activo de la política, un miembro de la sociedad con capacidad para nombrar a sus representantes y gobernantes; pero también quiere organizarse en defensa de sus derechos, para ser escuchado por el gobierno y, en fin, para influir en las simples direcciones y decisiones de la vida política en el sentido más amplio, sin obviar los aspectos sociales y económicos”.

               “ … Es necesario propiciar una sociedad abierta activa y deliberativa con amplios márgenes de autonomía frente al Estado. Una cultura política democrática donde se conciba a la sociedad como una entidad abierta y permeable donde se fomenten y se recreen la discusión de los problemas, el intercambio de opiniones, la agregación y articulación de demandas. Es decir, las virtudes cívicas de asociación y participación”.

              “… Propugnar una cultura política secularizada. La cultura que se seculariza es aquella en que las creencias, sentimientos, concepciones y actitudes hacia los objetos políticos van dejando de estar ligados a estilos ideológicos rígidos y dogmáticos que dependen de una voluntad ajena para abrirse a toda clase de información y convertirse en seculares. Vale decir, conscientes, pragmáticos y multivalorativos. Sujetos al libre albedrío y tolerantes frente al flujo de los cambios”.

               “… Esta secularización implica el paso de una concepción de la sociedad basada en la asignación arbitraria del trabajo y las recompensas, a una centrada en el postulado de la existencia de opciones que se le presentan al individuo para que él haga su selección”.

               “… La cultura política democrática conlleva la idea de pluralidad. Cada quien tiene los mismos derechos y ejercen todas las libertades individuales (de creencia, expresión, agrupación etc.) de manera en que la tolerancia ante creencias diferentes y hasta contradictorias sea la regla para que todas puedan coexistir en un mismo espacio político. Constituye, en síntesis, el reconocimiento genuino del otro y de su derecho a militar en un partido distinto. A no ser visto como enemigo al que hay que eliminar. Aceptarlo como adversario, con el que hay que pelear, pero para confrontar ideas y debatirlas con argumentaciones diferentes”.

               “… Para evitar los abusos de poder es necesario someterlo a la competencia entre distintos aspirantes y proyectos políticos  con una periodicidad definida entre la reelección de manera indefinida”.

     Con la venia de los distinguidos lectores continuaré la segunda y última parte (lo referido a la Cultura política democrática expresado por Jacqueline Peschard) en el próximo artículo correspondiente al 31 de diciembre.

Luego de las consideraciones teóricas –si se quiere– de la cultura democrática, es menester conjugarla con apreciaciones puntuales de orden táctico. Aterrizar en la  pantanosa y angustiosa realidad circundante. Es decir proseguir resueltamente con acción política concreta.

Afirmé en artículo anterior que la pasada elección de concejales constituyó un cierto y valedero plebiscito. El ganador fue la abstención. ¡Sin duda alguna! Es decir, se patentizó la decisión de la mayoría de no votar ante la inseguridad de que su voto hubiere sido reconocido y aceptado como tal. Sin mácula ni manipulación alguna por parte de la dictadura. Esto –sin más y sin menos– fue una lección ciudadana democrática por parte de la ciudadanía. Esta clara determinación debe ser acompañada con sucesivas acciones inmediatas para no diluirse. La manifestación de voluntad expresada tiene que perfeccionarse y consolidarse a través de la instauración de un nuevo gobierno de unidad nacional que haga viable la transición.

Los primeros diez días del venidero año serán definitorios para el desenlace del drama. El ilegítimo gobierno pretende legitimarse formalmente el día 10. El sainete programado será celebrado ante la asamblea nacional constituyente o ante el Tribunal Supremo de Justicia. Paradójicamente ambos órganos son tan ilegítimos como el que pretende legitimarse.

Lo importante –ante el ya inminente hecho político– consiste en asumir; tanto la ciudadanía, como la población en general, una acción contundente, clara y diáfana al respecto. La dictadura no ha agregado nada nuevo fuera de lo usual para celebrar el nefasto acto. El disminuido jefe del partido ha anunciado que para ese día (10 de enero) Caracas será tomada por sus conmilitones. Nuevamente seremos testigos del monumental y faraónico estacionamiento  en que se convierte Caracas cada vez que Maduro y su combo desea “enseñar los dientes”. Constataremos, de nuevo, como los camaradas del interior -cada día más escuálidos- gozarán de la solitaria, ruinosa y empobrecida capital… ¡Eso sí, con generosos viáticos, comida y “caña”!

La oposición organizada no ha hecho pública ninguna decisión formal al respecto. Como nunca, la situación fáctica de los venezolanos en general, y de los caraqueños en particular, se han presentado condiciones objetivas insoslayables, como en la actualidad, para demostrar de manera fehaciente la repulsa y férrea oposición generalizada a las pretensiones continuistas del totalitarismo. El medio idóneo no puede ser otro que la convocatoria a una Huelga o Paro general por 24 horas ese fatídico pero emblemático día. No es necesario elaborar un legajo de consideraciones políticas, económicas y sociales para fundamentarlo. ¡Los hechos y las circunstancias están allí! … Imposible de ocultar o soslayarlas por parte de los politicastros de siempre..

De producirse –la huelga o el paro– el país y el mundo entero podrán contrastar objetivamente hacia dónde se inclina la balanza: Por un lado, los escasos y bien remunerados “turistas” recurrentes procedentes del interior. Por el otro lado, un país entero coherentemente paralizado. Con Caracas nuevamente dando el ejemplo… ¿Quién le pone el cascabel al gato?

¡Huelga general o paro por 24 horas el 10 de enero!

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@CheyeJR

    

    


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