Tristeza por haber llegado al punto de requerirla con tanta urgencia, aprecio por la generosidad de las voluntades que se multiplican para ofrecerla. No es sencillo encontrar las palabras justas para aproximarse a lo que significa que los venezolanos tengamos tanta necesidad de solidaridad y tanta que agradecer en tiempos muy difíciles. Y es especialmente difícil de estos tiempos, porque resulta triste y penoso constatar que quienes gobiernan no hacen ni un solo gesto franco de solidaridad; en cambio, descalifican y obstaculizan todo genuino intento asistencia humanitaria.

Entre venezolanos, para comenzar, no hay día en que no surjan nuevas iniciativas de las que acompañan y alivian en lo inmediato a los muchos que más lo necesitan; también otras, de más largo aliento y mayor alcance. Es un sentido de comunidad nunca suficientemente valorado en su dimensión interior y nunca debidamente ponderado tampoco en su faceta exterior, aunque se haya hecho frecuente hablar de una comunidad internacional. Lo comunitario en la vida internacional es todo lo que se asienta, explícítamente o no, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, leídos esos derechos en su sentido genuino, que es el de ser universales e indivisibles.

Las iniciativas del exterior para responder a la situación de Venezuela tienen motivaciones de tanta diversidad como la que contiene el amplio espectro de lo que la crisis venezolana multiplica en retos a la seguridad en su más convencional sentido y, cada vez más visiblemente, como desafíos humanitarios. Solía insistirse de modo más expreso sobre lo primero sin prestar la debida atención a lo que hoy clama como nunca antes por humana solidaridad y es respondido con la multiplicación de reacciones desde el mundo. Para lo uno y lo otro la diáspora de venezolanos ha sido una poderosa señal de alarma y motivo de movilización. Lo es muy justificadamente porque revela que el gobierno venezolano antes que preocuparse por resolver los problemas que agobian a los venezolanos, alienta expresamente el éxodo que ya ronda los 4 millones de personas. No es este un problema menor para los países que reciben ya no solo a quienes mal que bien han planificado su salida o califican para los beneficios del asilo, sino a centenares de miles de migrantes forzados por el hambre y las enfermedades a cruzar las fronteras en condiciones de extrema precariedad.

Un registro muy parcial de las iniciativas internacionales de solidaridad incluye los recurrentes llamados y ofertas de asistencia de países y organizaciones internacionales y no gubernamentales para la emergencia humanitaria, recurrentemente descalificados y bloqueados por el gobierno. Se suman las medidas acordadas para atender la presencia de migrantes venezolanos en varios países latinoamericanos (entre ellos los más afectados como Brasil y Colombia, pero también Perú, Argentina, Chile y México); los fondos proporcionados por los gobiernos de Estados Unidos (a Colombia, Brasil y a través de las Naciones Unidas), Noruega (a Colombia), y por la Unión Europea (a través de las Naciones Unidas), y las propuestas y acciones de alcance regional de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y la Organización Internacional de Migraciones.

Como ha quedado confirmado una vez más en estos días en la audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre “Proceso electoral y su impacto sobre la situación general de derechos humanos en Venezuela”, el problema de fondo es la crónica e indisimulada violación y total desprotección de todos los derechos humanos. Ante esto han hecho escuchar sus voces y asumido iniciativas de apoyo los propios venezolanos y los gobiernos, organizaciones internacionales y no gubernamentales, instituciones y organizaciones políticas, sociedades y personalidades que forman, en propiedad, la comunidad internacional democrática. Es con ellos con quienes humanamente hemos contado y contamos. Son muchas solidaridades que agradecer.  

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