Es común en la historia encontrar relatos de ejércitos que, a pesar de ser superados en número y armamento por sus adversarios, han logrado heroicamente los laureles de la victoria.

Estas épicas van desde el relato bíblico del enfrentamiento del pequeño David ante el enorme Goliat, que por la diferencia desproporcionada en tamaño y fuerza, no solo se consideraba imposible su vencimiento, sino mucho menos se imaginaba la posibilidad de una definitiva mortal derrota. También cantos a Ulises, Hércules, Moisés y Scipio Africanus dan cuenta de hazañas de hombres que, aun en circunstancias de desventajas aparentes, supieron descubrir los flancos débiles del enemigo para humillarles con la inesperada derrota.

En nuestra propia historia se ilustra más de una vez la superioridad del genio y otras veces la enormidad de la valentía que demostraron nuestros padres de la patria para imponer finalmente la voluntad de independizar a nuestra América de la corona española. No hay más que recordar las páginas de esos bellos relatos que hacen las plumas privilegiadas de Eduardo Blanco, Arturo Uslar o Inés Quintero describiendo esos terribles días de la Venezuela heroica, esas lanzas que, siendo pocas, sin embargo se transformaron en el terror de los numerosos y experimentados ejércitos realistas.

Nos preguntamos cuáles elementos de estas estampas podrían ofrecer como enseñanza o de factor común para que sociedades tan diversas, hombres tan disímiles puedan en sus momentos sublimes lograr superar adversidades o imponerse sobre las circunstancias. Hay quien en su desesperación puede incluso retar a las fuerzas de la naturaleza como lo hizo el Libertador ante la destrucción del terremoto. La clave parece estar allí, en esa capacidad que tienen solo algunos pocos para aglutinar, entusiasmar y dirigir a otros para poder llegar a una aparentemente inalcanzable meta.

Venezuela está sufriendo por la falta de ese aglutinante, hoy pareciera un gran ejército de soldados sin mando. Un ejército que, aun siendo mayor que el de sus adversarios, sufre de la atomización y división que hacen de su poder solo una amenaza, pero lo incapacitan para lograr la victoria.

Si antes hubo muchos caciques y pocos indios, lo contrario colma nuestra realidad. Hemos de buscar la fórmula que los ejércitos victoriosos consiguen al someterse disciplinadamente a las estrategias y órdenes coordinadas. No vale esgrimir diferencias, eso lo guardan los grandes generales en un bolsillo, si no, revisen cómo Montgomery, De Gaulle y Eisenhower dirimieron las suyas para enfrentar a los teutones.

Queda poco tiempo y, aunque no debemos comparar la lucha política con las guerras, los adversarios de la democracia y la justicia en nuestro país son verdaderos enemigos y como tales habrá que enfrentarlos, y para asegurar la victoria démosles mando a nuestros soldados.


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