I

Nadie que viva fuera me cree si le digo que a las 5:00 pm comienza el toque de queda. Y más si es fin de semana. La gente sabe que es mejor estar en casa o a buen resguardo a partir de esa hora. No es que más temprano no ocurra nada, pero hay más gente en la calle y los malandros se inhiben un poco.

Me tocó regresar a casa el sábado alrededor de las 5:00 de la tarde. Mi familia sabe que nuestra calle se ha convertido en una zona peligrosa, estamos a merced de unos motorizados malandros que rondan y roban a cualquier hora. Lo sabemos todos los vecinos, pero creo que la Policía de Baruta aún no se ha dado por enterada.

Lo cierto es que cerca de casa aproveché un semáforo y un poco de tránsito para sacar mi celular con la idea de avisar a mi familia que estaba por llegar. Del lado derecho de la calle un motorizado me vio. Yo también lo vi con el rabito del ojo y lo supe, me iba a robar. Era una moto de buena cilindrada, negra, como las que usan algunos cuerpos de seguridad. El motorizado estaba vestido todo de negro y tenía un casco integral. No pude verle la cara, pero sí la intención. Comenzó a perseguirme.

Otras veces me ha pasado y el motorizado se pierde o sigue otro camino. Pero sabía que este no. Lo malo es que es una calle doble vía. Esquivé un autobús que estaba dejando pasajeros justo frente a la calle de mi casa, casi choco de frente. El motorizado seguía atrás. Intentó acercarse a mi ventana, le tiré el carro; pasó para el lado del copiloto, le tiré el carro. Así iba, como loca por una calle tan estrecha que le llaman “de peatones”. Me le tiré a varios carros, manejaba en sentido contrario y a pesar de todo eso, el motorizado seguía insistiendo.

La persecución duró aproximadamente 12 minutos hasta que se me ocurrió meterme al pueblo de Baruta, siempre lleno de gente. Casi me choca un carro, y mientras el hombre me insultaba, yo grité por la ventana: “Estoy huyendo de un motorizado”. El malandro desistió y se desvió.

II

Las piernas me temblaban. No podía manejar, tampoco sacar el teléfono para explicarle a mi familia que estaba casi congelada, parada en medio de la avenida principal de Baruta. Los carros me esquivaban y yo no podía ni articular palabra.

El terror no me dejaba ni pensar. Después de todo ¿qué es un celular? Para mucha gente es un artículo de lujo. Para mí es un instrumento de trabajo, con el que me gano algo para subsistir en este valle de lágrimas. Pero lo que más me indigna no es la posibilidad de perder el teléfono, sino el terror al que fui sometida.

Como les dije, lo de los motorizados acechando a los vecinos no es nuevo. Ya en otra ocasión uno le puso una pistola 9 milímetros a mi sobrina en el abdomen para quitarle el celular. Lo que sucede es que los fines de semana los policías no trabajan, e intuyo que en la semana hay algo así como dos patrullas con cuatro uniformados para todo el municipio. De todas maneras, los malandros siempre los superarán en número.

III

Este es el régimen del terror. Los rojos instalaron el terror hasta en las cosas cotidianas. Tampoco creo que me entiendan en ninguna parte del mundo si les digo que en mi casa contamos los cambures para ver cuántos días nos duran. Vivo contando y repartiendo cargas alimenticias. Ni hablar de contar el dinero. El terror aparece cuando me doy cuenta de que no me alcanza la comida. Ya no pienso en otra cosa ni trabajo para nada más.

Pero por muy dramático que suene este cuento, hay que agregarle el terror de vivir sospechando de los demás. De tener que caminar por las calles viendo a cada rato sobre el hombro. El terror de ver que todo el mundo también sospecha de mí.

La sociedad del terror funciona perfectamente y cumple un objetivo: la gente piensa en su supervivencia, no en hacer algo para cambiar el sistema. En eso Chávez fue exitoso y Maduro es su fiel heredero.


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