En un universo en el cual 1% de la población posee más de 90% de la riqueza, frente a más de 90% de la comunidad para la cual solo existe menos de 10% de la misma, creer que puede haber paz y armonía es una colosal ingenuidad. En semejante escenario cotidiano de desigualdad solo prosperan el conflicto, la pobreza y la violencia. Discusión sobre la igualdad y la fraternidad, la cual quedó pendiente en las realizaciones de la Revolución francesa y que tiene entre los seres humanos una presencia milenaria, pero que partir de la aceleración y de la complejidad, que se ha producido en nuestro modo de vida la exigencia se ha profundizado.

Demandar con fuerza mejores condiciones de vida es una consecuencia del desarrollo científico y técnico y sus resultados productivos, por lo que se ha gestado en la sociedad de los últimos 200 años un crecimiento explosivo de sus aspiraciones a estar de cuerpo presente en el disfrute terrenal del paraíso.

No debió ser una sorpresa científica lo ocurrido en el campo de la vida social del movimiento obrero euroasiático a partir de la Revolución industrial y luego en el americano, al encontrarse en sus prácticas sociales con toda una elaboración teórica reivindicativa de sus aspiraciones, la utópica oferta del socialismo se ha convertido luego en derechos políticos.

De ese proceso histórico surgió en definitiva una nueva propuesta destinada a transformarse en un sonoro mensaje para la convocatoria de los trabajadores; tanto Marx como Engels se dedicaron a ilustrar a la nueva clase social que emergió como producto natural del desarrollo de las fuerzas productivas; pronto los trabajadores manuales e intelectuales se transformaron en los nuevos aspirantes al “paraíso terrenal”.

Toda una formulación teórica fortaleció una vez más el milenario discurso de la igualdad y la fraternidad, los sindicatos se convirtieron en las nuevas iglesias agrupando, educando y organizando a los millones de ciudadanos que se habían mudado a los centros urbanos industriales, en la sostenida y consecuente búsqueda de un mundo mejor. Banderas de equidad que fortalecieron las exigencias de libertad presentes en los procesos de transformación revolucionaria desarrollados durante el siglo XX, sucesos que conmovieron a los ciudadanos del planeta al derrumbar estructuras feudales seculares como la rusa y la china y la indochina.

Sin embargo, la mágica, pero muy justa, convocatoria por la igualdad sigue distante, aún está lejana, porque la comprensión sobre su construcción sigue pendiente. Sobreponerse a la desigualdad demanda importantes avances en la conciencia social, un gran progreso cultural y una elevada productividad, aspectos esenciales del desarrollo humano difíciles de alcanzar.

Porque no se trata de repartir pobreza transformando a los ciudadanos en pordioseros; mucho menos de imponer la distribución de la miseria con bayonetas al mejor estilo estalinista o maoísta; pero tampoco de convertir el país en un cuartel o en una rancho como lo han realizado los hermanos Castro.

Las experiencias terrenales sobre la construcción de un paraíso a imagen y semejanza de los proyectos celestiales islámico o cristiano no ha prosperado, sigue pendiente, lamentablemente se han consumido las oportunidades para avanzar hacia él.

Una formidable combinación de autoritarismo con los nuevos intereses de clase de los conductores emergentes, permitió que el Imperio napoleónico absorbiera la Revolución francesa; el estalinismo, la rusa; el maoísmo, la china, y los Castro, la cubana.

Aun así, con todo el peso negativo de las derrotas de las promesas redentoras, la Iglesia ha necesitado elaborar una doctrina social y el capital financiero también, porque la desigualdad económica y social sigue creciendo y la estabilidad del establecimiento capitalista en su dimensión universal demanda su resolución.


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