Preguntaba Friedrich Hayek: “¿Es posible imaginar una tragedia mayor que la que se produce cuando nos esforzamos en construir nuestro porvenir de acuerdo con unos ideales elevados, y producimos involuntariamente (o a propósito) lo contrario de lo que deseamos obtener con nuestra lucha? Pregunta muy pertinente en vista de los inconcebibles resultados del presunto socialismo del siglo XXI en Venezuela y en otros países. Pero ¿qué es el socialismo y por qué lo hemos asociado en nuestro título con la economía? León Blum, presidente en Francia del gobierno del frente popular (1936), responderá a la primera parte de esta pregunta de esta manera:

“El socialismo ha nacido de la conciencia de la igualdad natural, mientras que la sociedad en la que vivimos está toda ella basada en la idea del privilegio. Ha nacido de la compasión y de la cólera que suscitan en todo corazón honesto estos espectáculos intolerables: la miseria, el desempleo, el hambre, en tanto que la tierra, como ha dicho el poeta, produce suficiente pan para alimentar a todos los hijos de los hombres, cuando la subsistencia y el bienestar de todas las criaturas vivientes deberían estar asegurados por su trabajo, cuando la vida de cada hombre debería estar asegurada por todos los demás. Ha nacido del contraste, a la vez escandaloso y desolador, entre el fasto de unos y el desamparo de otros. No es, como se ha dicho, producto de la envidia, que es el móvil más bajo de los humanos, sino de la justicia y de la piedad, que son los más hermosos” (En León Blum, Pour être socialiste).

Bastará repasar las páginas de Proudhon, Engels, Guesde o cualquier otro socialista del pasado para encontrar la misma rebelión frente a la condición humana; la misma indignación frente a las desigualdades, la misma afirmación de los valores éticos fundamentales. Efectivamente, el socialismo podría ser una religión; tiene sus exigencias de sacrificios, de compasión y de fe un poco ciega. El más allá extraterrestre no existe para ellos; pero ¿no lo remplazan por ese mañana que pregonan; ese mañana que esperan sea su gran triunfo y que no termina de llegar? Y, como todas las religiones, el socialismo también tiene su diablo: el liberalismo, también conocido por su otro nombre, el capitalismo.

Queda entonces por examinar la acción mediante la cual debe cambiarse el sistema, acción que deberá permitir la construcción de una sociedad justa: pues, como decía François Miterrand, presidente socialista de Francia de 1981 a 1995, “la destrucción real y completa de todos los modos de explotación del hombre por el hombre supone el advenimiento de la democracia económica, cuyo punto de partida sigue siendo la apropiación colectiva de los medios de producción” (La rose au poing).

El socialismo no es, por tanto, solo un sistema de valores y la pretensión de un objetivo de orden moral: una sociedad justa; es también un análisis de los fenómenos sociales y una propuesta de acción. No encierra solo un fin, sino también los medios para alcanzarlo.

Puede observarse, entonces, que estos lineamientos no tienen parecido alguno con lo que representa ideológicamente y en la practica el socialismo del siglo XXI, pues, su instrumentación ha desembocado, como en otros países anteriormente, en una profunda crisis económica con hiperinflación, más pobreza, más hambre, aumento de desigualdades y exclusión, restricción de libertades, desempleo estructural ocasionado por cierre de empresas y desinversión, máxime ahora cuando el desgobierno, pretendiendo cambiar el sistema económico, ha decretado que los productores deben vender al Estado 70% de lo producido en 50 rubros.

El susodicho decreto de inspiración ideológica y por ignorancia solo logrará ahondar la crisis y enturbiar las perspectivas de recuperación, puesto que no pagarán lo productos al precio de mercado, lo cual arruinará el flujo de caja, aunado a retardos en los pagos, en acumulación de deudas del Estado, todo lo cual redundará en carencia de fondos para continuar el ciclo productivo y en más escasez de bienes que, por lo demás, acelerará la hiperinflación. El decreto en cuestión destruirá más la economía nacional para confirmar el carácter perjudicial del socialismo y su vinculación negativa con la economía; en realidad, es fascismo disimulado con demagogia, populismo y corrupción.

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