Momento cumbre. Ni Martin Hahn con su asertivo manejo del suspenso. Ni Leonardo Padrón con su genio para crear protagónicos corales. Ni siquiera José Ignacio Cabrujas con sus propuestas rompedoras. Ni El derecho de nacerLa señora de CárdenasParaísoKassandraPor estas callesCosita rica o La viuda joven. Ninguna novela creada y transmitida en los 65 años que el próximo 11 de noviembre cumplirá la televisión venezolana refleja la montaña rusa emocional que ha tocado vivir a testigos y víctimas de la cínicamente denominada “revolución bonita”.

El tránsito de la tristeza a la alegría, de la desilusión a la esperanza, de la impotencia a la firmeza, del miedo a la rabia, se produce a un ritmo que requiere resistencia física, pero sobre todo resistencia psicológica, campo hacia donde están dirigidos los ataques de un grupo que no acepta la derrota de un modelo político tan vencido, como las lacrimógenas que utiliza en su intento de quebrar la voluntad de un pueblo batallador.

El miércoles, el asesinato de Neomar Lander anegó de lágrimas los hogares venezolanos y las redes sociales, aunque también haya habido espacio para algunas miserias. La imagen del niño, cuya delgadez apenas estaba protegida por un chaleco de alfombra, incapaz de cubrir la sonrisa de sus ojos, se hizo viral y se convirtió en ícono de un movimiento libertador que, como él, quedará registrado en los anales patrios al compás de una afirmación inmortal: “La lucha de pocos vale por el futuro de todos”. Entonces el dolor se convirtió en almohada.

En menos de 24 horas, el país despertó con el triunfo de la Vinotinto en el Mundial sub-20. El luto nacional abrió un paréntesis para celebrar un hecho inédito: el primer pase de un equipo venezolano a la final de un campeonato FIFA. Y surgieron otros héroes en medio de un grupo de valientes guerreros: Samuel Sosa, el mediocampista que empató el partido en tiempo de descuento; y Wuilker Fariñez, el portero que paró dos penales uruguayos para cerrar una victoria que produjo un tipo diferente de lágrimas.

Neomar, Samuel y Wuilker, los tres, son argumentos contundentes para alimentar la certeza de que el futuro de Venezuela contará con mejores manos que aquellas que hoy se muestran manchadas de sangre e ignominia. Uno desde el silencio y los otros desde la algarabía estarán presentes cuando se transmita el último capítulo de una historia que ojalá nunca hubiese sido contada (ni sufrida).  


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