Para el régimen la soberanía en el país es un concepto abstracto que solo es recurrente en su nacionalismo demagógico. Es un ardid más utilizado para sostenerse en el poder. Tiene la soberanía la particularidad de ser un género que han manejado con una laxitud tal que ha fecundado tantos tipos como se les ha antojado.

En Venezuela la discusión sobre el término, en cuanto a poder y pueblo, está zanjada por nuestra Constitución, cuando sin definirlo lo establece como un derecho irrenunciable que reside en el pueblo, que la ejerce directamente, a través de formas constitucionales o legales, o indirectamente mediante el sufragio, por los órganos del poder público. Con ello, deja atrás las distintas definiciones de soberanía y soberano que a lo largo de la historia filósofos y tratadistas le han asignado como poder absoluto sobre algún sistema de gobierno, o poder supremo de la república, o poder estatal, hasta llegar a la más generalizada que la tiene como la suprema autoridad colectiva expresada y ejercida por el pueblo.

Es una falacia sostener que exista en el país alguna expresión de soberanía popular. No la hay en su forma indirecta como puede verificarse en las elecciones fraudulentas y la forma en la cual quedó convocada y electa esa pretendida “anc”. Tampoco en su forma directa ya que los mecanismos para su protagonismo han sido relegados en la diaria tarea que se ha impuesto el régimen de cercenar los derechos ciudadanos.

En una terca involución, ya hablando de la soberanía nacional, este régimen incurre en el insólito hecho de alardear sobre una Venezuela soberana en tanto y en cuanto sea antimperialista o antiyanqui, pero a la vez manifestándose prorrusos, prochinos o proiraníes, siendo la más palpable cuando, yendo más allá, no solo se manifiestan procubanos, sino que en un acto de infinita traición les han entregado el país. Tenemos una dirección política, económica, administrativa y militar a cargo de los cubanos, quienes son los que realmente nos gobiernan desde la isla y también en Venezuela con sus militares y operadores, encabezados por la mampara que tenemos como presidente. Es así como han puesto al país en grave riesgo al generar un cambio geopolítico en nuestro entorno que sin duda traerá duras consecuencias.

La entrega de nuestras riquezas y el financiamiento por ventas de petróleo, hipotecando el futuro del país constituyen formas que jamás podrán ir de la mano con una soberanía petrolera tan cacareada como inexistente.

Otra de sus variables, tan manida como las anteriores, es la soberanía alimentaria. La dependencia es una forma que excluye la soberanía. Solo habrá soberanía alimentaria en Venezuela cuando no dependa exclusivamente de productores extranjeros. Los comités locales de abastecimiento y producción socialista demuestran hasta en su denominación la falsedad del discurso.

Y, dentro de sus innumerables clases de soberanía, cabe referirse a la soberanía territorial. La entrega a los cubanos va hermanada con los cotos concedidos a grupos de terroristas, paramilitares y narcotraficantes que ocupan no solo grandes extensiones de nuestro país en las zonas fronterizas, sino que ya tienen anclaje en varias zonas urbanas en todo el territorio nacional. La permisividad de este régimen es una política de Estado que solo se ha visto afectada excepcionalmente por imponderables. Agréguesele a esta terrible situación el abandono que por años ha caracterizado nuestras reclamaciones fronterizas.

Venezuela, en definitiva, dejó de ser aquel país que mantuvo vivo su reclamo en el Esequibo, el del episodio del Caldas, para ser un país en el que la traición y la indolencia hicieron trizas su soberanía que hoy es una mediocre caricatura de un falso nacionalismo. Llegará la hora de la rendición de cuentas cuando surja esa otra Venezuela remoralizada con valores y principios democráticos que la harán fuerte y pujante para bien de este pueblo que debe reasumir la soberanía perdida.


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