El síndrome de Ulises, también conocido como síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple, es un cuadro psicológico que afecta a inmigrantes que viven situaciones extremas, que padecen más de 50 millones de personas actualmente en todo el mundo. El nombre se inspira en el héroe mítico Ulises, quien vivió innumerables adversidades y peligros, lejos de sus seres queridos.

Según expertos psicólogos, los síntomas del síndrome de Ulises son depresivos (tristeza y llanto), pensamientos de muerte y obsesión por los «gravísimos problemas que tiene»; ansiedad, irritabilidad con menores, problemas somáticos (cefaleas y fatigas por su dolor psíquico) o síntomas de confusión (pérdida de memoria), todo lo cual conforma un crítico y agudo problema que genera una irrefrenable ansiedad en las personas. La separación forzada de los seres queridos que supone una ruptura del instinto del apego, el sentimiento de desesperanza por el fracaso del proyecto migratorio y la ausencia de oportunidades, la lucha por la supervivencia, como dónde alimentarse y encontrar un techo para dormir.

Cabe significar que el síndrome de Ulises no es un trastorno mental, sino un cuadro intenso de estrés. El caso venezolano, jamás imaginable, trastoca la fibra y sentimiento de miles de familias que ante la crítica situación económica, social y política que se vive en el país, lo cual deteriora su calidad de vida, han optado por emigrar hacia distintos destinos del orbe: Europa, Estados Unidos, Oceanía, Australia y Latinoamérica en procura de nuevas posibilidades económicas, profesionales, personales y sociales. Grupos familiares, jóvenes estudiantes (mujeres y hombres), obreros y técnicos cada día abandonan la patria por distintos medios, pocos por vía aérea y en su mayoría por tierra a países como Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Costa Rica y México. Pero no solo para el que se queda, sino también para quienes se ausentan parece morir algo en su alma, por lo que se ha dado en llamar a este hecho “duelo migratorio”, porque está asociado al núcleo familiar, infancia, idioma y cultura.

Podríamos decir que es un duelo múltiple por la familia y seres queridos: padres, hermanos, hijos. Duelo por la necesidad de adaptarse a costumbres, modismos e idiomas, ajenos totalmente a su lengua materna. Duelo por el cambio cultural que incluye una serie de factores probablemente ajenos a su idiosincrasia. Duelo por los cambios asociados con aspectos relacionados con el estatus social, mercado laboral, vivienda y amistades, según revelan estudios realizados por profesionales de la psicología. Duelo por los riesgos como accidentes laborales o domésticos, el miedo a la expulsión, los abusos y el maltrato. En síntesis, duelo por la ausencia de la tierra que lo vio nacer, de la que no sabe por cuánto tiempo permanecerá ausente.

La superación de este duelo es la parte de la migración ligada a la salud mental, que cuando no se logra puede desembocar en el síndrome de Ulises. El ser humano, y en particular el venezolano, es capaz de superar situaciones increíblemente adversas, aun cuando obviamente pueda llegar a “situaciones extremas” que, como refieren algunos psicólogos, generan angustia por la separación forzada de la familia, la desesperanza porque los planes que se tenían no salen como se esperaba, la lucha por sobrevivir cuando ni siquiera se dispone de comida o techo, o el temor que viven algunos emigrantes ilegales en los viajes, agravados por el hecho de durar meses o años los sentimientos de indefensión que desarrolla la persona, ante el fracaso de sus múltiples intentos por salir de la situación y en muchos casos la falta de ayuda médica.

Toda esta dolorosa situación la confrontan quienes agobiados por la situación que se vive en los últimos años en Venezuela, por culpa de un régimen que desde que asumió al poder lo ha llevado a la más absurda e increíble situación de miseria, en la que el hambre es el norte de su subsistencia y de los suyos, les ha obligado a tomar la dolorosa decisión de emigrar hacia otras tierras. Para muchos es incomprensible que un país como Venezuela, gran productor y exportador de petróleo, que cuenta con otros valiosos recursos minerales y energéticos: oro, bauxita, cobre, níquel, hierro, plata, diamante, plomo, zinc, mercurio, entre otros, hoy se encuentra sumido en la más absurda pobreza solo comprable con países tercermundistas como la República Democrática (¿) del Congo, nación africana que ocupa el primer lugar de la lista de los países más pobres del mundo; o Zimbabue, cuya economía era una de las más fuertes de África, pero se deterioró enormemente a partir de la toma de poder de Robert Mugabe, por cierto, aliado muy estrecho del régimen socialista, marxista, mal llamado bolivariano, alabado por el difunto Comandante galáctico y ahora por su hijo putativo. En Zimbabue el desempleo llega a 94,62% y la inflación 100.000%, en los últimos años.

Hasta la presente fecha aproximadamente 2 millones de venezolanos han emigrado, de acuerdo con información suministrada por el profesor de la Universidad Simón Bolívar Iván de La Vega, director del Laboratorio Internacional de Migraciones, cifra que maneja la institución basadas en datos oficiales suministrados por los países receptores, pues Venezuela no posee estas estadísticas. Lo cierto es que nuestro país está perdiendo capital humano por la emigración de profesionales altamente calificados y capacitados, hombres y mujeres en su mayoría jóvenes, que por la falta de fuentes de trabajo optaron por abandonar el suelo patrio.

Hugo Chávez el 15 de diciembre del año 2006 en un discurso que llamó de la unidad, en ocasión de la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), expresó: “El socialismo, en sus orígenes, fue tomado como algo divino, luego fue satanizado y lograron convertirlo en demoníaco”. En el transcurso de los años que siguieron Chávez, y ahora el inquilino de Miraflores con preaviso de desalojo, terminaron ciertamente de satanizar y demonizar al país, cuyas nefastas consecuencias el pueblo venezolano está pagando al más alto precio su doloroso presente.

¡Hecho en socialismo!

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