La obsesión del poder enferma a muchos y los lleva más allá de lo que uno pueda suponer. Esta circunstancia se hace presente con el llamado síndrome de hubris, que es la expresión griega que se refiere al héroe que después de ganar una batalla se emborracha con el éxito y esto le hace perder el contacto con la realidad y, por lo tanto, entra en un huracán de equivocaciones. El doctor David Owen, neurólogo inglés, ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra y fundador del Partido Social Demócrata en su obra En el poder y en la enfermedad, analiza el síndrome de hubris, y afirma que quienes lo padecen se creen invencibles y ven enemigos por todas partes.

El Dr. Owen afirma que si el síndrome de hubris no se trata deriva en una “situación megalomaníaca”, cuya primera señal es la de creerse insustituible, único, digno de una reelección eterna, por lo que se coloca una pesada armadura que lo convierte casi en autista político, a quien solamente lo detiene una gran derrota.

En mayo de 2008, el político y médico británico Lord David Owen publicó el interesante libro al que hicimos referencia en párrafo anterior. En dicha obra, no solo describe algunas de las enfermedades físicas sufridas por varios presidentes a través de la historia, sino también hace una descripción del perfil psicológico de esos mandatarios.

La revista Foreign Affairs realiza una magnífica revisión del libro, y refiere que “en muchos jefes de Estado, la experiencia del poder les provoca cambios psicológicos que los conduce a la grandiosidad, al narcisismo y al comportamiento irresponsable. Líderes que sufren de este síndrome hubris ‘político’ creen que son capaces de grandes obras, que de ellos se esperan grandes hechos, y creen saberlo todo y en todas las circunstancias, y operan más allá de los límites de la moral ordinaria […].

En un artículo publicado en la revista Brain en 2009, y en el libro El síndrome hubris: Bush, Blair y la intoxicación del poder, publicado en el 2011, Owen establece los elementos psiquiátricos del síndrome hubris. La palabra “hubris” proviene del vocablo griego “hybris”, que en su significado moderno describe a una persona que, por tener excesiva soberbia, arrogancia y autoconfianza, desprecia sin piedad los “límites divinamente fijados sobre la acción humana”. También se lo conoce como “el orgullo que ciega”, y hace que la arrogante víctima de hubris actúe de manera tonta y contra el sentido común. Ejemplos de hubris en la mitología incluyen a Ícaro, que se atrevió a desafiar al sol volando directamente hacia él, y al rey persa Jerjes, que ordenó azotar al mar porque una tormenta destruyó sus buques.

En su rica mitología griega, la diosa Némesis era la encargada de castigar a las personas que sufrían hubris, y causaba su caída por los actos cometidos. Ellos pensaban que “el hubris precede siempre a la caída”, un concepto magistralmente expuesto por el historiador inglés Ian Kershaw, quien tituló sus dos volúmenes sobre la vida de Adolfo Hitler: Hitler 1889-1936: Hubris y Hitler 1936-1945: Némesis.

Owen propone 14 criterios para diagnosticar a una persona poderosa con el síndrome hubris. Entre ellos, los que usan el poder para autoglorificarse, tienen una preocupación exagerada por su imagen y presentación, lanzan discursos exaltados en que usualmente dicen que ellos “son el país o la nación”, demuestran una autoconfianza excesiva y un manifiesto desprecio por los demás. Dicen que son tan grandes que solo Dios o la historia los pueden juzgar y que algún día esos tribunales los reconocerán. Pierden contacto con la realidad; son propensos a ser inquietos y a cometer actos impulsivos; permiten que sus consideraciones morales guíen sus decisiones políticas, pese a ser poco prácticas o muy costosas, y demuestran un enorme desprecio por los aspectos prácticos de la formulación de políticas, desafiando la ley, cambiando constituciones o manipulando los poderes del Estado. Es obvio que con su comportamiento el poderoso hubrístico puede afectar el bienestar del pueblo que representa.

Según Owen, el hubris debe distinguirse (y muchas veces se mezcla) con el narcisismo y con el síndrome bipolar, trastorno de la salud mental que alterna períodos de manía y grandeza con períodos de depresión. Con respecto al tratamiento del hubris, dice que muchas veces basta con que la persona pierda el poder para “que se cure”, mientras que en muchos otros casos el hubrístico trata de mantener el poder de forma indefinida, para, precisamente, alimentar su trastorno.

La descripción del “síndrome del hubris” encaja perfectamente en el perfil del inquilino de Miraflores –con preaviso de desalojo– si tomamos en cuenta todos sus abusivos y groseros desplantes y comportamiento en sus peroratas discursivas (¿) que casi a diario realiza por el canal del Estado y demás medios de comunicación televisivos e impresos, con los que cuenta el poder mediático del régimen

El socialismo del siglo XXI en el que se exhibe la demagogia, peculado, nepotismo, cohecho, sometimiento de la justicia, hipocresía, cinismo, impunidad e irrespeto, a los que se suma la chabacanería, envidia, traición, deudas, déficit impagables, violaciones de las libertades individuales, conculcación de los derechos humanos, represión, expropiaciones de bienes de entidades sociales y atropellos a las libertades de expresión y de prensa han sido el marco para que Nicolás Maduro exhiba su talante nada democrático, pese a que presume de ser un demócrata amante de la paz, como lo afirma con arrogancia y prepotencia.

No puede ser un convencido demócrata quien insulta a sus adversarios políticos con lenguaje más de guapo de barrio que de jefe de Estado, cargo que por cierto le queda muy grande. Sus víctimas del lenguaje procaz, grosero, insultante son recurrentes. En días pasados llamó a Henrique Capriles: “malandrín, desquiciado, criminal, delincuente, Capriloca” y otros vulgares epítetos que son usuales en su malandroso vocabulario y comportamiento.

El país nacional está harto de la majaderías de Maduro, quien a nombre de la mentada paz socialista no se cansa de levantar el hacha de la guerra, al mismo tiempo que invita al diálogo con los representantes de los partidos políticos aglutinados en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), lo cual obviamente entorpece el desarrollo de este propósito que no se ha realizado con éxito por su propia culpa, y no por la de sus opositores a quienes acusa del fracaso del diálogo en referencia.

No hay duda alguna de que el síndrome de hubris hace mella en el cuerpo, espíritu y mente de quien, ensordecido y prepotentemente, ahora pretende lanzarse como candidato presidencial en las próximas elecciones. Maduro aún no ha puesto los pies sobre la tierra, pues pretende, en nombre del socialismo marxista y mal llamado bolivariano, que el pueblo venezolano vuelva a cometer el fatal error que lo tiene inmerso en esta horrible pesadilla desde hace 19 años. Las elecciones regionales del próximo 15 de octubre será la más dura lección que reciba y lo baje de la nube triunfalista. Esperamos que la diosa Némesis se apiade de nosotros.

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