Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo, es la lapidaria frase  introductoria del Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels que sacudió al viejo continente en 1848, dejando tras de sí un reguero de revoluciones que perseguían el fin del feudalismo y de las monarquías medievales. Lo trascendental del documento es que dio a conocer al mundo que el proletariado de la época, junto con los burgueses, surgían como los nuevos conductores de la historia universal.

Hoy en 2018, guardando las distancias con la magnitud de aquel evento y del documento, se ha producido entre los trabajadores venezolanos un sacudón eléctrico, un llamado a la conciencia frente al régimen que pretende expropiar el salario, prestaciones sociales y sus derivados, y de paso anular sindicatos y convenciones colectivas.

Los pueblos a decir de Walt Whitman son lentos en aprender, pagan la música y otros la disfrutan, y cuando despiertan tornan en huracán, pues bien, tras 20 años de discurso oficialista de dividir a un país bajo un discurso criminal, de chavistas vs escuálidos, izquierdas vs derecha, como excusa para justificar el saqueo nacional, se ha topado en vez de la iglesia, a decir del Quijote, con una institución universal como lo es el salario.

Luego del paquetazo macabro calificado como el madurazo del 17 de agosto de 2018, al imponer un nuevo salario mínimo de 1.800 bolívares soberanos a partir del primero de septiembre de 2018, un espectro recorre a los 14.500.000 trabajadores que constituyen la Población Económica Activa, y es que ahora no existe más el salario mínimo, sino un salario marcador de la remuneración cuyo resultado es  el Estado como patrón único, quien se abroga como tirano la facultad única de decidirlo, sin consultar con sindicatos y empresarios. Aumentar salarios es procedente siempre que se controle la inflación, si no se convierte en caos y pérdida del poder adquisitivo.

Ahora bien, la medida ha sido acompañada de una estratagema anunciada por el ministro de Planificación al pretender maquillar la nueva escala salarial revolucionaria, en la que las diferencias entre el primer nivel de 1.800 bolívares y el máximo no sobrepasa los dos salarios mínimos; esto consagra en la práctica la igualdad en el ingreso y el desprecio absoluto por la meritocracia, descalificada tanto por Chávez y por Maduro como valores burgueses, como vía para oficializar el trabajo esclavo típico de la URSS y la Cuba castrista.

Este contexto ha disparado las alarmas en todo el sindicalismo. Si vemos el caso de un trabajador petrolero, en septiembre solo han cobrado 450 bolívares semanal, sin primas de ningún tipo, sea por trabajo nocturno, horas extras, por sistemas o jornada diurna, lo que ha hecho que surja la desmotivación general. Esta es la situación en ministerios y empresas de Guayana: Venalum, Bauxilum, Alcasa, Carbonorca, Ferrominera y Sidor, que ha provocado un marcado ausentismo laboral al sentir el desconocimiento del perfil profesional de cada trabajador.

En el sector privado el efecto es igualmente brutal, pues el salario de 1.800 bolívares soberanos implosionó los contratos colectivos al establecer un salario igualitario, ya que las proporciones de los tabuladores no pueden ser sostenidas, so pena de bajar las santamarías y de perderse cientos de miles de empleos, como en efecto está sucediendo.

Ante la vorágine laboral la posición del gobierno es exigirles a sus sindicalistas y trabajadores fidelidad a la revolución, siendo la hora definitiva del sindicalismo, o define una rebelión en defensa del salario y los contratos colectivos, o acepta el entierro paulatino de la libertad sindical y derechos laborales conculcados por la tiranía.


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