Venezuela necesita del petróleo, no solamente de un precio elevado sino de volúmenes de producción y exportación adecuados. Que genere 95% de todas las divisas del país es un número suficientemente importante como para tenerlo en cuenta cuando se elabore un plan de reconstrucción.

En enero de 2016 la cesta petrolera venezolana promedió casi 25 dólares por barril, pero desde aquella fecha el precio se ha recuperado. Si tomamos en cuenta el último semestre, se observa una clara tendencia alcista, lo que ha llevado a que la cesta venezolana promedie en las últimas semanas los 55 dólares/barril. Hoy es mentira hablar de un mercado petrolero adverso. Todo indica que los ruidos geopolíticos y las buenas noticias económicas de países como China, India y Estados Unidos serán un soporte importante para al menos esperar que Venezuela vea un precio promedio por sus exportaciones mayor (tal vez 10%) en 2018 con respecto a 2017.

Entre diciembre de 2013 y octubre de 2017, según los informes mensuales de la OPEP, Venezuela perdió unos 939.000 barriles diarios de producción. Esa disminución en los niveles de extracción le han significado el dejar de percibir cerca de 9.500 millones de dólares en ingresos (cifra muy parecida a los pagos de deuda externa de 2017), y lo peor es que el deterioro continuará en lo que resta de año y seguramente en 2018 (año en el cual se espera una nueva caída en la producción de al menos unos 250.000 b/d). Imposible pensar en una recuperación económica en Venezuela sin revertir esta catástrofe petrolera. Y esta situación no ocurre por las sanciones de Trump. En 1998 este país producía 3.500.000 b/d, pero con la llegada al poder de Hugo Chávez, los objetivos de Pdvsa cambiaron de productivos a en extremo rentistas.

¿Por qué Chávez y Maduro no cuidaron Pdvsa? Si sus proyectos políticos estaban basados en esa empresa, ¿qué los llevó a prácticamente destruir la llamada “gallinita de los huevos de oro”? La respuesta parece bastante sencilla: la forma en la cual decidieron interactuar con ella. La intención nunca fue convertir al país en una potencia petrolera o a la estatal venezolana en una empresa de nivel mundial, sino buscar todos los mecanismos posibles para sustraer de ella un flujo continuo e importante de recursos (voracidad fiscal), sin importar los problemas operativos y financieros que a la larga fueron mermando su capacidad de producción (y de refinación). El chavismo y ahora el madurismo convirtieron a Venezuela en extremo dependiente del petróleo, situación que no representaba muchos problemas mientras la bonanza se desarrollaba, pero que ameritaba que el precio del petróleo subiera cada año, lo que era insostenible.

El deterioro de la industria petrolera en yacimientos, pozos, instalaciones, calidad del recurso humano y en los pagos a proveedores y socios hoy lo estamos pagando (y muy caro) los venezolanos. Para volver a encaminar el país en una senda sostenible de crecimiento, baja inflación (atacando el problema fiscal) y mejora en la calidad de vida de los venezolanos se hace necesario emprender un plan petrolero como parte fundamental de un programa económico que busque reconstruir el país. En la actualidad, el sector petrolero es el único que puede ofrecer incentivos inmediatos e interesantes para levantar financiamiento externo, para generar las divisas necesarias para un levantamiento del control de cambio, para aumentar los niveles de las importaciones y mejorar el flujo de caja en divisas, para con esto poder pagar compromisos externos (deuda financiera y a proveedores). La rapidez para acabar con la hiperinflación y estabilizar la economía pasa por la efectividad de ese plan petrolero.

La crisis se hace larga y la solución a ella existe. No son medidas mágicas, no es crear “criptomonedas”, es trabajar, es reinstitucionalizar el país, es aprovechar nuestras ventajas. El gobierno actual no solo no parece querer arreglar la situación, es que luce feliz profundizándola.


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