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A los “guerreros del teclado”

El domingo pasado la mayoría de la ciudadanía venezolana habló en silencio. Ganó el silencio; la vocinglería chabacana y soez del ventajismo fue acallada con el silencio.

Las marchas realizadas en silencio, como señal de protesta, han sido varias a lo largo de la historia. Recordaré algunas, sin agotar la larga lista que hay de ellas. Se recuerda siempre la convocada en Bogotá el 7 de febrero de 1948 por Jorge Eliécer Gaitán, quien llamó para esa manifestación de protesta que se conoce como la Marcha del Silencio.

De gran recordación es también la Marcha del Silencio mexicana, 13 de septiembre de 1968, en la que los manifestantes acudieron con un pañuelo en la boca. Esta marcha fue convocada por el Movimiento Estudiantil de la época.

Vuelve Colombia a protagonizar una marcha silenciosa, el 25 de agosto de 1989. Reseñan los medios que “ese día se realizó en Bogotá una manifestación estudiantil que no tuvo precedente, ni por el número de estudiantes que se volcó sobre las calles”.

En Uruguay, desde la caída de la dictadura militar, el 20 de mayo se lleva acabo una Marcha del Silencio, organizada por los familiares de aquellos detenidos y desaparecidos durante los ignominiosos años de 1973 a 1985.

También en Argentina se llevó a cabo una marcha similar en 2015, al mes de fallecido el fiscal Alberto Nisman.

En Caracas, el año pasado, 2017, se realizó también una Marcha del Silencio en memoria a los caídos durante las manifestaciones.

Pero esta vez, 20 de mayo de 2018, no se realiza una Marcha del Silencio. Esta vez el silencio es sin movilización. Es el silencio acusador que señala atronadoramente a quienes atropellan la dignidad de una nación.

Los silencios ante la injusticia están inmortalizados. Me basta con citar dos casos emblemáticos. Empiezo con el esplendoroso e impactante silencio de Jesús. “Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió. Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una palabra, de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho” (Mateo 27: 12-14). Así, Pilato decide enviarlo ante Herodes: “Dijo Pilato a los sumos sacerdotes y a la muchedumbre: No encuentro ningún delito en este hombre. Pero ellos insistían diciendo: Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea, hasta aquí (Lc 23, 4). Herodes estaba también aquellos días en Jerusalén. Herodes, al ver a Jesús, se alegró mucho, pues deseaba verlo hacía mucho tiempo, porque había oído muchas cosas acerca de Él y esperaba verle hacer algún milagro. Le preguntó con mucha locuacidad, pero Él no le respondió nada (Lc 23, 4).

Jesús calló y su silencio dijo más que el discurso incoherente de los testigos que lo acusaban. El silencio más elocuente de la historia del cristianismo.

Otro de los silencios que trascendió la historia, citado por mí en algunos otros escritos, es el silencio de sir Thomas More, cuyo nombre castellanizado es Tomás Moro, quien fue, entre otros cargos, canciller de Enrique VIII. Muy conocido por su célebre obra Utopía, en la que habla de una sociedad ideal, ubicada en una isla del mismo nombre.  Moro fue un importante crítico de la reforma protestante. 

Enrique VIII había solicitado ante el papa Clemente VII la nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón, con el fin de poder contraer nupcias con Ana Bolena. Su propósito era tener un hijo varón que ya Catalina no podía darle. Como el Papa negó tal solicitud, Enrique VIII rompió con Roma y se erigió como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.

Pero, Enrique VIII quería el asentimiento de Tomás Moro, el humanista más connotado de esos años, y las reiteradas negativas de este a aceptar los deseos del rey, es decir, aceptar la nulidad del matrimonio y reconocerlo como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, terminaron por encender un profundo rencor en Enrique VIII, quien envíó a Moro a la Torre de Londres.

Firme en su negativa, Moro fue juzgado sumariamente, acusado de alta traición y condenado a la pena capital. Jamás pronunció una palabra sobre los deseos de Enrique VIII; aunque, es conocido, que no compartía las pretensiones reales. Su acusador le señala que guardar silencio es, simplemente, un rechazo a jurar el Acta de Supremacía; ese silencio es igual al silencio del testigo de un crimen que no hace nada por evitarlo, pues se convierte en un cómplice de la agresión. Moro, con la inteligencia que lo caracterizaba, respondió: Quien calla otorga.  Él (Tomás Moro) calla, luego, con su silencio, otorga ante el Acta de Supremacía.

Con su silencio, estrategia empleada por él, sin aceptar las coacciones de toda clase de las que fue objeto, Moro defendió hasta su muerte el derecho a la libertad de conciencia, así como mantuvo firme su Fe. Tomás Moro fue canonizado en 1935.

El 20-M la ciudadanía manifestó su rechazo al sistema imperante en el país, su desprecio a la manipulación mediante bolsas de comida; el domingo esta ciudadanía, con un silencio atronador, le dijo al mundo que no quiere este despojo en que convirtieron a Venezuela. Ese silencio atronador fue de 80% de quienes podían ejercer su voto. El oficialismo dará las cifras que quiera; el silencio, repito, fue atronador. Sin temor a equivocarme, el acto de desobediencia civil y de rebeldía más impactante de nuestra historia republicana.


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