Escribo con tristeza, con amarga tristeza, con desolación. No hay manera de entender la incuria y vesania con la que se conducen las élites dirigentes. La pestilencia que arrojan todos es insuperable. Aún más incomprensible es la pose fatalista, cual damisela de folletín del siglo XIX, de cierto sector de la colectividad que se empeña en seguir a los mismos bueyes desjarretados de siempre. ¿Será que, en efecto, tenemos la dirigencia que merecemos?

¿Qué pensar ante argumentos sesudos y razonados de gente, que uno presume bien portada, tratando de justificar candidaturas a alcaldías y demás migajas de poder que la satrapía roja está otorgando? ¿Hasta cuándo será que oiremos la cantaleta de que las derrotas ponen al desnudo al régimen? ¿Más? ¡Llevan años con el rabo al aire!

Y en sincronía con esa argumentación se apuesta por la ayuda supranatural externa, muchos tienen sueños húmedos ante la perspectiva de una invasión de rubios centuriones, o de la llegada de un batallón de funcionarios trajeados a la usanza de Matrix que toman por asalto las instalaciones públicas y corrigen todos la sarta de estupideces cometidas por los incorregibles que por casi veinte años han pastado en el erario venezolano.

Ambas opciones han demostrado su inutilidad a lo largo del tiempo. ¿Acaso pudo hacer algo la temible legión romana en los bosques de Teutoburgo en el otoño del año 9 de nuestra era? Una alianza de los pueblos germanos, encabezada por el querusco Arminio, hizo polvo al ejército imperial que era comandado por el todopoderoso Publio Quintilio Varo. ¿Es necesario recordar tiempos más recientes y la derrota del “imperio” contemporáneo en las selvas de Vietnam? En cuanto a la otra posibilidad, es imposible dejar de pensar en las sanciones solicitadas por Venezuela en 1960 contra el dictador dominicano Rafael Trujillo, quien estaba involucrado hasta la cacha en el atentado dinamitero contra Rómulo Betancourt en Los Próceres.

La OEA y la oblea, Perencejo y Segismundo, condenaron al carnicero sin resultado alguno. Fue la decisión y coraje de un grupo de dominicanos los que lograron hacer salir del juego al hijo de su bendita madre. Los pomposos organismos se limitaron a seguir condenando abusos urbi et orbi al compás de martinis secos, cuando no de escocés, acompañados de los entremeses de rigor.

Es larga la lista de los claudicantes y de sus tinterillos de alto coturno, corto será el disfrute de sus charlatanerías. Lamento de antemano, por aquello de la caridad, la cuenta que el país entero les pasará, y sé que la generosidad venezolana será estricta en la ejecución de la hipoteca que ha creado esta bandada de cuervos.

© Alfredo Cedeño

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