La danza escénica de América Latina representa una experiencia rica en contenidos y expresiones formales. Mestiza como sus creadores, constituye una manifestación cultural heterogénea y compleja, proveniente de raíces ancestrales, y nutrida de vastas influencias. El resultado es un producto estético particular que insiste en moldear una identidad propia portadora, al mismo tiempo, de valores de trascendencia universal.

Hablar de danza latinoamericana supone, en principio, que ella no constituye un todo cohesionado y aprehensible. Representa más bien una inquietante diversidad de indagaciones en mitos, creencias, arquetipos, realidades, costumbres y vivencias, cercanos a sus creadores y compartidos con otros. Es la suma de los resultados de estas experiencias lo que llega a constituirse en un todo, pero heterogéneo y complejo.

Sonia Sanoja, emblema de la danza contemporánea de Venezuela y Latinoamérica, distinguía entre la identidad que viene de las raíces y el nacionalismo. La intérprete aseveró en las Jornadas de Teoría y Crítica de la Danza realizadas en diciembre de 1994 en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, que “el nacionalismo es algo que encierra al individuo en un pequeño lugar y lo lleva a buscar en elementos exteriores que cree que lo identifican. Por el contrario, la identidad es algo mucho más profundo que va a las raíces y proyecta hacia el futuro”.

Por su parte, la investigadora brasileña Cassia Navas en su ensayo “Danza nacional en Brasil”, publicado en el libro Itinerario por la danza escénica de América Latina (Conac, 1994), se pregunta cómo definir la identidad en la danza: ¿por el gesto, por la música, por el tema, o por la nacionalidad de los coreógrafos y bailarines?  Esta interrogante de Navas centra el problema de la identidad en el creador, la obra y sus intérpretes, sin considerar las visiones que un colectivo tenga sobre ellos, cuando el conglomerado debe, igualmente, reconocerse y asumirse en  ese sentido de pertenencia.

La bailarina Hercilia López expuso dentro de las Jornadas de Teoría y Crítica de la Danza arriba señaladas que “la identidad no es solo un problema del artista, sino también de quien recibe la obra, que generalmente tiene preconceptos sobre las realidades del creador. La relación se establece entre la identidad y el grado de desarrollo de una sociedad determinada. No hay identidad cuando se tiene la necesidad de buscarla”. 

La distinción entre técnicas del cuerpo y técnicas de la danza que hace el bailarín y semiólogo zuliano Víctor Fuenmayor es necesaria, según su postura, para el establecimiento de la identidad que encuentra su fundamento en las primeras de ellas: “La enseñanza olvida la investigación del cuerpo cultural por la separación, en Latinoamérica, entre técnicas corporales tradicionales y técnicas de la danza. La situación ideal, desde una visión de la identidad, sería que las técnicas de la danza estuvieran en relación con las técnicas del cuerpo, pero no es el caso en nuestro continente donde las técnicas hegemónicas borran del cuerpo a aquellas (las técnicas del cuerpo) que han elaborado la identidad de los sujetos en una cultura diferencial”.       

Salvador Garmendia en su libro La vida buena (ULA, 1995) incluyó una crónica sobre la película Venezuela también canta, estrenada a principios de los años cincuenta, que muestra un país en una búsqueda afanosa, pero finalmente fallida, de su propia identidad: “Una Mapy Cortés juvenil, picarona y rumbera, más saltarina que sensual, nos trajo el reflejo en blanco y negro de un país del que somos sobrevivientes sin saber muy bien cómo. Una Venezuela provinciana e ilusa que se quedó en proyecto. Vicente Nebreda escobillaba el joropo como un muchacho tímido que acaban de traer del campo. Y el rudimentario sueño nacionalista parecía cumplirse, viendo bailar en puntas a “La perica”. Muchos creyeron en aquellos tiempos, juro que de buena fe, que bastaba con ornamentar nuestros antiguos bailecitos criollos con algunos oropeles sinfónicos, para que el milagro se produjera y ya pudiéramos presentarnos al mundo, triunfadores con la cabeza en alto. Verlo era conmovedor; pero también un acto fúnebre, porque a medida que avanzaba la película íbamos como leyendo una cronología terrible, donde solo faltábamos unos cuantos para que el silencio fuera total. Todos habían muerto. Era como si hubiera sucedido un cataclismo del que nos salvamos unos pocos. Pero fue un momento impagable poder ver y oír, como salida del diluvio, la sombra de una Venezuela buena y campechana que quería aprender a cantar, pero que sin duda no tenía buen oído”.

Lo propuesto por los autores citados contiene planteamientos y preocupaciones sobre la complejidad de definir y caracterizar lo latinoamericano a través de la danza. Son  inquietudes e indicios, nunca verdades definitivas.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!