La prehistoria del trabajo en Venezuela luego del largo período colonial de tres centurias derivó en nuestra etapa republicana en una mixtura de sistemas de trabajo: el esclavismo, el trabajo artesano, el trabajo agrícola y el surgimiento de organizaciones incipientes como las cofradías, sociedades de mutuo socorro, en un contexto donde la economía era rural y agrícola, en medio de las guerras políticas intestinas y caudillistas, características de nuestro siglo XIX.

Este período, identificado por el padre José Urquijo como el obrerismo del siglo XIX, fue la antesala del incipiente sindicalismo surgido posteriormente con la industria petrolera en el siglo XX, que permitió el establecimiento del salario como sistema de remuneración al trabajador.

Este proceso no fue sencillo, costó sangre, sudor y lágrimas, en el contexto de una economía rural donde no existía industria alguna y predominaba el pago en especias, el trabajo servil, el trabajo esclavo, el trabajo a destajo en talleres de artesanos; en fin, sin ningún tipo de prestación social, hasta que el surgimiento de gremios y asociaciones de artesanos, el proletariado ferrocarrilero, trabajadores de cigarreras, calzado, electricidad, telégrafos y teléfonos dieran las primeras puntadas de la clase trabajadora con la constitución en 1919 de la Confederación General Obrera, de corta duración.

En la lucha por el salario dos hechos fundamentales marcaron el inicio de las luchas obreras en Venezuela. En el año 1918 se da la huelga de los empleados y obreros del ferrocarril Tucacas-Aroa, donde participan trabajadores de origen italiano, ingleses, alemanes y criollos para enfrentar la represión de los rompehuelgas; y la oleada de huelgas de 1919, de lo que destacan los acuerdos de la Compañía del Ferrocarril Central de Venezuela y sus trabajadores. En julio de 1919, esta misma empresa negociaría con sus empleados el incremento de sus salarios, así como beneficios relacionados con las condiciones de trabajo, como se desprende del documento El ferrocarril alemán. Bases del acuerdo entre la dirección y los empleados y jornaleros (Parra, 1999: 185-186), resultante de dichas negociaciones. El acuerdo se supone de gran trascendencia, pues estamos ante la presencia del primer contrato colectivo de Venezuela (Laurino 2008).

De ahí en adelante se expandió el salario como institución laboral reforzada con las conquistas del sector petrolero en 1936 y 1946, y la formación de la Federación Venezolana de Maestros (FVM) en 1936, movimientos sociales que sentaron las bases del sindicato como organización de los trabajadores y del contrato colectivo como instrumento de negociación de las condiciones de trabajo.

En tal sentido Julio Godio (1985:17) identifica la evolución del salario y la importancia de la contratación colectiva en Venezuela, al indicar la distribución del ingreso nacional por sector entre 1960 y 1973, cuando el trabajo llegó a una relación entre 60% y 40% frente al capital, para posteriormente mantenerse entre 52% y 43% durante la década de los setenta del siglo pasado, lo que denota los niveles de poder adquisitivo del trabajador venezolano.

Como bien plantea J. Urquijo (2000:16), “un movimiento sindical no surge de la nada, antes por el contrario, se levanta sobre la realidad histórica de la clase trabajadora, que echa sus raíces más allá, incluso, de la organización del trabajo implantada durante la Revolución industrial”.

Esta conquista civilizatoria del pueblo trabajador de más de un siglo de luchas laborales, surgida del diálogo social centrales sindicales, federaciones y sindicatos con gobiernos, empleadores privados nacionales y foráneos es lo que pretende la barbarie madurista defenestrar con su política económica y con sus tablas salariales de la explotación y la precarización del trabajo, que ha convertido irónicamente a un mandatario autocalificado como presidente obrero en el sepulturero del bien más sagrado para cualquier trabajador en el mundo, como lo es el salario.


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