La presencia en Venezuela de Lidija Franklin, que el pasado 17 de mayo arribó a los 100 años de edad, determinó el desarrollo de un sólido proceso de formación dentro del ballet académico con resultados, permanencia y proyección social insospechados. La Escuela Ballet Arte, Ballet Arte Municipal y la Escuela Gustavo Franklin fueron espacios creados sin finalidades lucrativas por la reconocida maestra rusa, orientados al estudio riguroso y metódico de la danza clásica.

El vínculo inicial de la señora Franklin (cuyo nombre originario es Lidija Kocer) con Venezuela ocurrió en marzo de 1941 como integrante del elenco del Ballet Jooss, prestigiosa compañía fundada por Kurt Jooss, padre de la danza expresionista alemana, que realizaba una gira latinoamericana, que aunque en Caracas no tuvo los resultados de público deseados, le trajo la oportunidad de conocer a quien sería pronto su esposo, el diseñador venezolano Gustavo Franklin.

La bailarina, formada en la Escuela de Ballet del Teatro de la Ópera de Riga, Letonia, al recordar su desempeño dentro de esta legendaria agrupación, destacaba la necesidad establecida por Jooss de expresar emociones a través del movimiento: “Sus bailarines teníamos que actuar sin hablar, decir a través del cuerpo, expresar pensamientos. El movimiento nunca se originaba de la belleza de la línea o del diseño coreográfico”.

Lidija Franklin viajaría luego a Nueva York, donde participaría en los musicales de Broadway, al igual que en producciones cinematográficas y televisivas, y se convertiría en primera figura de la Agnes de Mille Dance Theatre, así como asistente de la notable coreógrafa estadounidense, con quien intervino en montajes que realizara para el American Ballet Theatre.

1957 marca el definitivo asentamiento de Lidija Franklin en Caracas donde funda la Escuela Ballet Arte, iniciando así su largo y fructífero magisterio. Su interés siempre fue el desarrollo de un centro de formación de servicio público dentro de una estricta concepción metodológica de la enseñanza de la danza académica, y con una visión artística distanciada de divismos y personalismos. Estos serían los postulados que orientarían sin desvíos su significativa carrera docente. “Bailar –siempre ha asegurado la maestra– es la natural aspiración de todo estudiante de ballet. Para lograrla debe estudiar durante largos años y dominar una técnica que no admite debilidades. De los muchos movimientos a su alcance ninguno puede ser descuidado o efectuado defectuosamente. Y aún así, la belleza no vendrá sola”.

La efectividad de la Escuela Ballet Arte se comprueba en las generaciones de bailarines egresados de ella que alcanzaron con éxito el desempeño profesional, tanto en Venezuela como en el exterior. Igualmente, en los cuadros docentes formados en sus filas que han preservado y divulgado los principios orientadores de su fundadora. Como ejemplo y para la memoria histórica quedan sus producciones artísticas ejemplificadas en el programa escénico didáctico Música y Danzas Antiguas y sus versiones de Pedro y el lobo, Baile de graduados, Las sílfides, el segundo acto de El lago de los cisnes y Giselle, así como de las Bodas de Swanilda (tercer acto de Coppelia) y la suite de El Cascanueces.

Discreta, serena, pero firme en sus convicciones sobre el arte del ballet y su ejercicio, Lidija Franklin ha exaltado siempre su ideal sobre esta disciplina. Ha dicho: “La perfección técnica en sí no es suficiente. El bailarín no debe ser esclavo de ella, puesto que no es más que un medio para obtener un fin. Aún habrá de llenar las formas de drama, de poesía, de pasión por el movimiento. Solo cuando lo haya alcanzado merecerá el nombre de artista”.


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