Lo digo poco pero lo pienso desde hace tiempo. No me animo a insistir mucho pues debe estar en la categoría de lo políticamente incorrecto. La cuestión es que creo que los debates por TV entre candidatos aportan muy poco a los ciudadanos y a la democracia.

No clarifican, confunden y dan el chance para que bajo los focos y en el marco del espectáculo destaquen los histriones, los buenos oradores y simuladores, los demagogos y los de fácil promesas, a lo que se suma el rol extra que desempeñe el director de cámaras y los propios moderadores .

A ningún ciudadano después de un debate se le clarifica cuál es el programa de uno y otro candidato, qué medidas van a tomar y qué elementos, argumentos y pruebas tienen para ganarse su confianza y apoyo. Si este fuera el objetivo, nada mejor que ofrecer espacios a cada candidato para que ellos, en comunicación directa con el televidente, le digan y le expliquen sus planes. Es la forma, pero, seguro, puede ser aburrido. El show está en el debate; el medio es el mensaje y el mensaje y el “masaje” es el debate. El contenido, las propuestas, los programa, quedan fuera, desvirtuados, maquillados y desfigurados y eso pese a que la razón –y el titular– por la que se convocan y se hacen sea precisamente para que se conozcan propuestas y programas.

No sé si en algún lugar se levantan apuestas, que es lo que faltaría; el problema es que se hace difícil definir el ganador.

Famoso el debate entre Kennedy y Nixon. El primero, hace 60 años casi. Nixon fue de traje gris, camisa blanca y no se maquilló. Kennedy de traje azul oscuro, camisa celeste y tostado por el sol. Todo eso incidió en el debate y fue decisivo para que Kennedy, al que mataron tres años después, ganara las elecciones.

El presidente de Estados Unidos, reconocida como una de las grandes democracias, fue electo porque llevaba traje oscuro y camisa celeste. Decididamente marcó un hito inicial en este proceso de deterioro de la democracia que se percibe hoy en tantos lados.

Es un tema polémico y de discusión al que en estos días contribuyen mucho los dos últimos debates, en días consecutivos, entre los cuatro principales candidatos que pujarán por la presidencia de España este domingo 28. Fue un show que protagonizaron el presidente, no electo, Pedro Sánchez del PSOE, Pablo Casado del PP, Albert Rivera de Ciudadanos y Pablo Iglesias de Unidos Podemos. No hay acuerdo en quién ganó: a Rivera le habría ido muy bien pero retrocedió en el segundo, a la inversa le habría sucedido a Casado, a Sánchez regular en los dos e Iglesias aprovecho bien y en muy oportuna vuelta de carnero posó de moderado y de defensor de la Constitución. Los diarios y analistas opinaron diferente; no ayudaron en nada.

En lo que tiene que haber acuerdo es que no aportaron nada a los ciudadanos ni a las elecciones ni a la democracia. Lo dicho. Y hablando de esta, no fue invitado a los debates el líder de Vox, el derechista Santiago Abascal, por no tener representación parlamentaria, pero ignorando los logros últimos de ese movimiento y que las encuestas le asignan por lo menos 30 bancas. Quizás fue a Abascal, por ausente, al que le fue  mejor.

Cosas y contradicciones de España: al líder de Vox, por ser franquista, lo ningunean bastante en los medios, dándole un tratamiento muy diferente del que le dieron en sus inicios a Iglesias y su gente pese a ser chavistas .

Definitivamente, tal lo que se vio en los debates y lo que dicen  las encuestas, los resultados de este domingo aportarán muy poco cambio al barullo español.

Es que desde hace mucho en la península ibérica tiene lugar una especie de  guerra civil no sangrienta, la que no se arregla con debates por televisión.


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