Asgar Farhadi (Irán, 1972) es una de las voces más interesantes del cine actual. Ya llevaba cuatro títulos estimables en su país de origen, a juzgar por comentarios, y es a partir de Una separación en el 2011, cuando se empieza a conocer por estos lares. Este primer título, con su crónica de un divorcio en el Teherán actual, permitía apreciar a un dramaturgo sólido, que pasaba con comodidad del conflicto individual a la inserción del mismo en un contexto social. Luego de esta primera sorpresa, dos años más tarde El pasado volvía a hablar de separaciones, pero entonces, agregando el ingrediente del espacio (que no del tiempo) y la multiculturalidad, en una historia de un iraní que volvía a París a finiquitar su divorcio con su ex esposa francesa e inmiscuirse en los problemas generados durante los cuatro años de ausencia (“el pasado” del nombre). En 2016, El viajante era un retorno a Teherán, con una trama de ribetes policiales en la cual una pareja de actores encontraba una nueva vivienda ante el colapso de la suya. La mujer era atacada en el nuevo domicilio y la investigación del esposo se entremezclaba con los ensayos del grupo para el montaje de La muerte de un viajante de Arthur Miller.

Farhadi es, qué duda cabe, un director y libretista apasionante. Y un poeta de las rupturas. A través de tramas muy concretas (una separación, un regreso, un cambio de domicilio) es capaz de dibujar un panorama familiar y social para luego seguir, con mano maestra, la telaraña de las relaciones que de manera soterrada han llevado a ese drama. Viendo sus películas el espectador tiene la impresión de haber atrapado la historia a mitad de camino. Es un truco, el único y el más exigente del director, capaz de elegir el punto exacto anterior al cual un drama va a estallar, obligando por un lado a los personajes a bucear en su pasado y descubrir qué los llevó hasta allí, mientras su vida sigue desarrollándose y agregando nuevos ingredientes a una trama que los define. Pero por el otro lado, Farhadi apela siempre a un espectador atento, inteligente, capaz de seguir historias vitales complicadas que solo se explican a medida que la película progresa.

Como siempre, el punto de partida es sencillo. Después de algunos años de ausencia, una mujer regresa con sus dos hijos, una adolescente, un varón en la niñez, de Buenos Aires a su pueblo natal para asistir al casamiento de su hermana. El evento permite un paseo por el entorno familiar: una hermana que regenta con dificultad un hotel, un ex novio ahora casado y con un buen pasar como vinatero, las andanzas curiosas de su hija y las peripecias de un padre ya viejo y otra hermana separada de su marido. Cuando ese magma (algo confuso por cierto, ya hemos dicho cuánto confía Farhadi en la atención del espectador), termina de armarse, un hecho policial desata la furia y los demonios, precipitando además el regreso del padre argentino de una de las protagonistas. La pesquisa pudiera derivar hacia el género detectivesco, pero obviamente el director está muy poco interesado en el hecho delictivo mismo. Lo que importa, en paralelo con la tensión propia de la felonía, es la forma en que este punto de inflexión en el drama es capaz de proyectar el pasado de los personajes hacia el futuro. Es el mejor estilo del director: lo vivido da forma al presente, pero dispara nuestros actos futuros de una manera impensada, de ahí el misterio permanente de la vida. Lo mejor del caso es que si quisiéramos disolver la trama en sus elementos más simples, nos encontraríamos con un culebrón de la peor especie. Por supuesto que no lo es, es tal vez, un melodrama con toda la dignidad que el subgénero (de Douglas Sirk a Pedro Almodóvar) reclama para sí. Porque así como la clave del libreto es ir desarrollándose con una sorprendente y reveladora lógica, el secreto de la dirección está en personajes complejos que se muestran al espectador en actos tan concretos y brutales como reveladores. La madre está destruida por lo que ocurre, pero eso no le impide apelar al pasado para conseguir ayuda, así como la reacción de su ex novio es suicida económicamente, pero lógica a la luz de un pasado común, que además guarda muchos más secretos de los que pensamos, secretos que tendrán una vuelta de tuerca con una confidencia del marido. La magistralidad de Farhadi está en la forma en que logra ir encadenando actitudes y acciones para revelar un fresco absolutamente sorprendente.

Uno de los grandes títulos del año. Una película para dejar lo que sea que tiene entre manos y salir corriendo a verla.

Todos lo saben. España, Francia, Italia. 2018. Director: Asghar Farhadi. Con Penélope Cruz, Antonio Bardem, Ricardo Darín.


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