Decíamos en días pasados que si algún día el régimen llegaba a su fin sería fundamentalmente por las acciones del gobierno americano, del secretario general de la OEA y de nuestros países vecinos, los cuales estaban hasta el gorro de la desestabilización regional que ha causado esa especie de Jemeres Rojos que son los chavistas; que si hubiera sido por la estricta acción de algunos de nuestros destacados líderes políticos seguiría la guachafita ad infinitum. Muestra de lo acertadas de dichas afirmaciones es lo que está sucediendo actualmente en los círculos políticos del país. Todavía no se ha derrotado definitivamente al régimen y ya son muchos los que pescuecean atribuyéndose el triunfo y peleándose por cargos en el futuro gobierno. Con estas muestras de triunfalismo bobalicón y evidente miopía política, parece mentira que todavía haya algún ingenuo que se sorprenda por la cantidad de años que hemos estado sometidos a la coacción arbitraria de la camarilla gobernante.

Dicen que la derrota siempre es huérfana y que el triunfo suele tener más de un pretendiente, lo cual parece ser cierto también esta vez. En este momento en que se avizora un nuevo porvenir, después de dos décadas de continua humillación, son muchos los que se sienten dueños de las acciones que nos han situado en el punto en el que nos encontramos actualmente. La corresponsal de El Mundo, de España, Cayetana Álvarez, sugería en uno de sus artículos que el jaque en que se encuentra el gobierno de Maduro había sido una jugada maestra de un ajedrez cocinada con profesionalismo político desde el mismo momento en que se había obligado a callar a Leopoldo López, otorgándole casa por cárcel. Sin desmerecer el mérito que de seguro tiene Leopoldo y la actividad internacional llevada a cabo por personas como Antonio Ledezma, los que hemos sufrido al gobierno chavista y también a la oposición venezolana, sabemos que esto no es exactamente así; que la presión en la calle y en las redes del ciudadano común ha sido tal vez más exitosa que la dubitativa y vacilante actitud de los desunidos partidos que hacen oposición al régimen, con la salvedad de la coherencia que ha mostrado en todo momento gente como María Corina Machado.

A estas alturas sabemos que otros serían los resultados de este proceso si los ciudadanos hubieran hecho caso a los que llamaban a participar en las últimas elecciones presidenciales; a los que, aprovechándose del espíritu democrático del venezolano, obligaban a concurrir a las urnas al mismo tiempo que satanizaban la abstención. Todos sabemos que abstenerse a la hora de votar no es algo dañino si se encuadra dentro de una firme estrategia política, pero algunos líderes –tal vez debido a sus propios intereses crematísticos– se habían dado a la tarea, año tras año, de condenar la abstención. El ciudadano común, sin embargo, por mucho que se le instó a participar, asumió el riesgo y no concurrió a las urnas el pasado mayo. Los resultados están a la vista. Hoy sabemos que fue la campaña en las redes y la actitud de la representante de Vente Venezuela la que puso en evidencia que las elecciones donde participaba Henry Falcón eran una farsa.

Así, pues, debemos decir que si bien es verdad que ha habido un fuerte lobby exterior para llevar a la política del país y a nuestros inhumanos gobernantes al punto donde se encuentran actualmente (aborrecidos por medio mundo), la actitud resuelta de la ciudadanía –incluso actuando por encima de sus dirigentes– ha sido determinante para deslegitimar al régimen. Conviene no olvidar, por lo tanto, que fue el ciudadano común –harto de las jugarretas del gobierno cubano militar y del inefable accionar de cierta oposición–, el que, a través fundamentalmente de las redes sociales, forzó esta situación. Algo que muchos líderes opositores quieren que borremos de la memoria.


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