Las FANB, como parte esencial del cuerpo institucional del país, no escapan a los vaivenes que lo mantienen en vilo. Casi 280.000 efectivos que integran los diferentes componentes castrenses hoy se encuentran precariamente atados a una línea de mando que se resquebraja aceleradamente. El orden vertical, conforme al cual deben ceñirse a la obediencia y disciplina, está perdiendo su eficacia. Cada día se le hace más difícil al alto mando mantenerlos secuestrados, sujetos a ellos por bastardos intereses ideológicos y crematísticos ajenos a la institución militar y, peor aún, sometidos a las penurias sembradas en todo el país por un régimen traidor que ha importado la desolación, la miseria y la violencia que solo los cubanos pueden aportar como marca de origen, mediante más de 20.000 “internacionalistas”.

Es en este contexto en el que convergen, como una diabólica asociación, aquellos factores exógenos signados por el terrorismo, las drogas, la corrupción y la represión, que son el orden del día en Venezuela. El espionaje, la penetración extranjera y las amenazas dentro de las fuerzas armadas son los únicos instrumentos que mantienen aún su escasa cohesión. Superar este cuadro requerirá de un esfuerzo titánico. ¿Se sensibilizarían por ello sus diferentes niveles de mando, dando paso a otros protagonistas para una nueva etapa?

Ante esto, cuánta certeza habrá entonces de que el cese de la usurpación se hará en forma totalmente pacífica, no traumática, para quitarnos de encima a un ignominioso régimen que sistemáticamente ha recurrido a todo tipo de violencia para acallar en sus variadas formas la protesta ciudadana. Sería deseable pero difícil creer que a los colectivos matones, por ejemplo, se les puede enfrentar eficazmente con palabras. El discurso es importante pero no determinante. Y no es que se trate de enviar a nuestro pueblo a una confrontación asimétrica cuya desigualdad la haría trágica. No, de lo que se trata es que ese papel tienen que cumplirlo las FANB, como les corresponde.

Cabe preguntarse qué tan cierto es que las fuerzas armadas estén negadas a la represión desatada por el régimen contra indefensos venezolanos que han osado enfrentarlo sin otras armas que sus voces contestatarias. Realmente la percepción que tenemos es la de su actitud de omisión, que ha permitido que grupos paramilitares e irregulares, pranato incluido, hagan el trabajo sucio de disparar a mansalva contra quienes no tienen ninguna protección en su lucha ciudadana.

Las valientes incorporaciones de militares a la causa democrática, al día de hoy, que constituyen una incipiente vanguardia, son el asomo del efecto desencadenante que de seguro sobrevendrá con un nuevo liderazgo en poco tiempo, cuando comiencen a pronunciarse a favor de la causa democrática amplios sectores del universo castrense. Mientras, frente a hechos que comprometen su rol, nuestras fuerzas armadas todavía secuestradas parecieran asumir “el dejar hacer y dejar pasar” de los forajidos. Tienen que reasumir su tradición histórica e institucional y dejar de ser responsables por omisión.

No deben sucumbir ante el oprobio y podrán liberarse de ese yugo extranjero, despojándose de ese lastre, cuando se produzca en forma significativa lo que se espera de ellos: un determinante pronunciamiento institucional que estremezca los cimientos militares, poniéndose a las órdenes del presidente (e) Juan Guaidó como su comandante en jefe. Sería el cisma que representaría el deseado acontecimiento extraordinario que esperamos los venezolanos. Ese evento es el que debe articularse con la presión y actuación de otros factores nacionales. También requerirá de la cooperación internacional, fundamentalmente en lo que respecta a la lucha antiterrorista de elementos indeseables como el castrismo, los guerrilleros de las FARC, ELN, Hezbolá, carteles de la droga y otros mercenarios foráneos, en los que hoy se apoya el régimen, afectando al país y a toda la región.

A estos efectos, reitero lo que en varias ocasiones he sugerido. Nuestro legítimo TSJ debe proceder, con la prontitud del caso, a tratar la injerencia cubana en nuestro país y la responsabilidad de quienes, para nuestra desgracia, entregaron al país en cuerpo y alma a los cubanos. Eso es traición a la patria y sobre ese supuesto tiene nuestro máximo tribunal que pronunciarse, ahora con más razón cuando estos malhechores tratan de huir hacia adelante, señalando a los verdaderos demócratas del país y el mundo como violadores de una soberanía que solo ellos han pisoteado por años.

Nunca estuvo más vigente Rómulo, cuando bajo la consigna de una Venezuela libre y de los venezolanos marcó la pauta de una verdadera soberanía, al derrotar a los mismos invasores de hoy en Machurucuto y a la guerrilla comunista.


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