La dictadura venezolana secuestró al voto. La suprema voluntad del pueblo es un rehén sometido a los vejámenes propios de los sistemas totalitarios, siempre estrujándolos para producir un resultado distinto al sueño de las mayorías.

El CNE nuestro es un órgano con rostro amargado, con unas damas comprometidas hasta en los tuétanos con la revolución. Sus intereses de toda índole son precisamente parte del desequilibrio en la toma de decisiones. Son fervientes adoradoras en las mazmorras del socialismo. Sus actividades son complacientes decisiones que halagan los oídos de Miraflores; en todos estos años nunca han producido un fallo que contraríe los intereses del régimen. Cada propuesta que realizan es previa orden impartida desde el PSUV. En definitiva, su alma está corrompida por un ente podrido: un agente fraudulento que actúa con absoluta inmoralidad para sostener al gobierno con mayores márgenes de rechazo en el continente.

Todo está diseñado para que el régimen no corra riesgo alguno al momento de presentarse en cualquier elección, sirve además como un eficaz instrumento para lavarle la cara a la dictadura en el escenario internacional. Quien ose presentarse como opción frente a los candidatos del gobierno sabe que tendrá que cruzar una increíble carrera con obstáculos para alcanzar la meta. Si llega a coronar con éxito su empresa, entonces surgirá la otra etapa preparada por los cerebros fermentados por la felonía para impulsar todo tipo de mecanismo que terminen asfixiando al demócrata.

Los venezolanos estamos sometidos por el más descompuesto de los sistemas electorales. Es en definitiva el brazo ejecutor de un proyecto hegemónico que se basa en los marcados abusos. Quien se postula en estas condiciones sirve a los intereses de una dictadura. Es lamentable que la desmedida ambición de algunos prive en detrimento de una nación saqueada por rufianes. Mientras los organismos internacionales condenan al régimen, otros lo convalidan asistiendo al circo electoral con tiquete de mafias.

El secuestro del voto es el último eslabón de una cadena que buscó liquidar nuestra democracia para instaurar un sistema absolutamente demencial. Hundirnos completamente en el foso es el siguiente paso. Es la tarántula que teje la tupida telaraña de fabulaciones patrioteras hasta llevarnos directo al terreno de sus fortalezas. Son movimientos paulatinos que envuelven la conciencia general hasta llenarla de su pócima secreta. Veneno inoculado que entra en el torrente sanguíneo venezolano para llevar su maldad hasta todos los ámbitos de la vida nacional. Son seres inescrupulosos que no se detienen ante nada para lograr sus desmedidos propósitos.

La patria herida es casi una cavidad donde los sueños de progreso son parte de la ciénaga de mentiras que forman su base. Anhelan que todos seamos parte del club de las penurias. Vernos arrastrados por la necesidad de subsistir en medio de condiciones terribles. Que cada venezolano tenga el sello del proceso es su premisa maquiavélica. Marcarnos como reses que van directo al matadero de la historia: su fin. Que comience la gran molienda en la que solo queden restos de una conciencia a la cual desean pervertir para disfrazarla con sus vetustas ideas de perennidad en el tiempo.

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