Aproximadamente 50 medios de comunicación impresos han desaparecido en Venezuela en los últimos años. Es demasiado cruel su suerte, como genuina expresión de nuestras realidades como nación.

Cada uno de ellos vio reducidas sus páginas como quien amputa el alma de un cuerpo inerte. Fueron succionándolos hasta dejarlos exangües de la información fundamental. Se transformaron en enanos que poco divertían al circo que logró convertirlos en polvo cósmico. Es una verdadera pesadilla ejercer el periodismo en condiciones tan patéticas. Algunos, para impedir ser sacrificados, pidieron clemencia ante el verdugo; vimos entonces diarios hablándonos de nimiedades para no molestar a quien decretó su salida. Empresas de gran raigambre histórica, con años de inquebrantable vocación en defensa de la libertad, tratando de cohabitar con el gobierno concediéndoles sus poquísimos espacios para que la administración oficial los llenara con sus verdades. Uno de los pocos que ha mantenido incólume su inmenso prestigio y responsabilidad histórica es esta casa editorial. El Nacional, respondiendo a su origen, no cede en su empeño de ser el faro incansable del periodismo venezolano. Un hijo de preclaros hombres de bien no puede terminar siendo un corifeo para la ignominia. Si lamentable es ver cómo cierra las puertas una gran cantidad de periódicos, dejando sin trabajo a muchos venezolanos, peor es transformarse en un cooperante. Es por ello que resaltamos la gigantesca contribución que este diario suministra en la hora menguada. Estos son momentos en los que los medios de verdad recurren a su pasado antidiluviano para mostrar el temple. Leer a las mejores plumas de la nación escribiendo sin cortapisas, disfrutar la posibilidad de seguir teniendo la verdad a través del trabajo de los colegas es un hecho admirable. Vale más exponerlo todo, que renunciar a la dignidad por un poquito de vida en papel. Son los valores profundos los que escriben en el paraninfo de la vida.

Las emisoras de radio padecen el mismo vía crucis. Este medio, de tan relevante importancia en la historia venezolana, luce una feroz arremetida de quien no creen en la democracia. Durante décadas los noticieros llevaron la denuncia popular hasta los oídos de los entes responsables. Los programas de opinión eran el receptáculo de las inquietudes ciudadanas; en esos espacios aprendieron a escuchar las posiciones en disputa. Los candidatos presidenciales exhibían sus programas a través de las emisoras, vivíamos en una Venezuela donde el debate de las ideas se producía. Paulatinamente este proceso fue desactivándolas cuando no pudo secuestrar sus principios. Al inicio llenaron el dial con emisoras de dudosa calidad. Toda una fauna de mediocridades que se abrogaron el papel de insultar y agredir de manera inmisericorde sin derecho a réplica. Auspiciaron toda una red de pseudocomunicadores para que hicieran el papel de imponer un excluyente modelo de información. En una suerte de hachazo comunicacional, los entes reguladores cortaron las ventanas de desahogo colectivo para conducirnos a la sola opinión oficial. El secuestro de poder disentir con libertad nos llevó al acorralamiento. Una sola opinión que prevalece para cubrirnos con el manto del silencio, los gravísimos problemas nacionales sometidos al ghetto informativo. Un país hundido en lo profundo que no cuenta con las voces que denuncien su desgracia.

[email protected]


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!