Sabemos que el rango de sargento en la milicia se ubica como un intermediario entre las clases de tropa y  la oficialidad. Anteriormente se les distinguía bajo el rubro de suboficiales. Algunos cuerpos de policía, fuerzas de seguridad y bomberos han adoptado esta jerarquía como cuadros con rango, dotados de mando y de carácter de intermedio. Su labor fundamental consiste en la instrucción, adiestramiento, coordinación y supervisión de los efectivos de tropa subordinados a su cargo. Tanto en ámbitos instructivos como operativos,  cooperativos y técnicos. Comúnmente asumen el mando y liderazgo de unidades primarias tipo pelotón. Es el típico líder y responsable de la disciplina de la tropa ante sus superiores jerárquicos. Es el primer eslabón donde los alistados acuden con la finalidad de solicitar consejo o mostrar inquietudes personales.

Cuando un primer teniente asume la conducción de un pelotón, su labor requiere del asesoramiento fundamental del sargento para la debida conducción de la tropa. Se presenta una especie de pacto no escrito en el que el oficial es el superior jerárquico, pero la experiencia del sargento facilita el cabal manejo del mando eficiente por parte del oficial; recién egresado de la academia. Es la adecuación práctica en la conducción directa del componente. Comúnmente el sargento suele dispensar consejos útiles que el oficial –si es inteligente– debe atesorar y valorar.

El despliegue profesional del oficial comienza así su carrera ascendente. Ejercerá el comando de tropas en las diversas compañías o componentes y alcanzará, al final, el comando del batallón. Último eslabón en su carrera militar como comandante directo de tropas. En el ínterin aprobará el necesario curso de Estado Mayor –entre muchos otros– que lo acreditará como estratega militar a gran escala. Alejandro, César, Napoleón y nuestro Libertador forman parte del exclusivo “club” de estrategas militares en la historia de la humanidad.

El papel de los sargentos en el mundo militar –entonces– es más discreto. Necesarios siempre en grado sumo como miembros insoslayables del engranaje militar. Pero constreñidos y limitados a sus particularidades propias. Ha existido una evolución intrínseca aleccionadora en el tiempo y en el espacio. Atrás quedó el concepto originario tomado del francés “sergent” que significó –primero– como sirviente. Después como hombre de armas, (infantería) y, a partir del siglo XIII, como el de oficial subalterno. (Wikipedia, enciclopedia libre).

En la historia castrense de nuestro país –una vez establecida la Escuela Militar en sus diversos componentes como “alma mater”– hubo una particularidad que permitió la coexistencia fraterna entre los egresados académicos y los diversos sargentos, quienes una vez aprobados los cursos respectivos de especialización formaron parte integral como oficiales. La antigua Escuela de Clases de La Grita produjo muchos de estos oficiales. Tal costumbre –con sus naturales variables– aún se mantiene operativa en la FAN. Obvio que muchos de los “ex sargentos” que cumplieron los requisitos llegaron a ostentar el rango de general. De tal manera que su preparación intelectual adquirida y sobrevenida en el ejercicio del mando les permitió un desempeño profesional idóneo.

El general en jefe José Antonio Páez –para el año 1813– ostentaba el grado de sargento primero. En noviembre, luego de la batalla de Las Matas Guerrereñas, fue ascendido a capitán. Su desarrollo como líder táctico fue indiscutible a partir del año 1814. En 1816 ostentaba el rango de teniente coronel. En la Trinidad de Arichuna se reunió una junta militar en la que se ungió  al “taita” Páez como jefe absoluto de la llanura. Por tal razón, fue ascendido a general de brigada. En la sabana inmortal de Carabobo el 24 de junio de 1821 el Libertador lo ascendió a general en jefe.

En el Caribe el sargento más famoso fue Fulgencio Batista. Como buen milico –utilizando el azar– como siempre lo utilizan los aventureros, asumió un levantamiento militar denominado la revuelta de los sargentos en 1933 con mando hasta 1944. El 10 de marzo de 1953 –convertido en general– asumió nuevamente el poder mediante un golpe de Estado. Batista demostró que carecía de las facultades necesarias de Estadista o un buen político. También para ser un estratega competente en el arte de la guerra. La carencia de ambas facultades permitió el triunfo militar y político de Fidel Castro el 1° de enero de 1959. Se destacó –eso sí– en la aplicación de una inaudita y cruenta “violencia de Estado” traducida en asesinatos, tortura y exilio en contra de sus oponentes.

Finalizando marzo observamos impávidos que en nuestra sufrida Venezuela se ha logrado hilvanar un inexcusable pacto político electorero entre Maduro y su combo; con el del sargento y el suyo. Ambos combos están revestidos de amalgama peculiar. Son aventureros inescrupulosos y pragmáticos a todo dar. Provienen de una rama frondosa de buscadores de prebendas y canonjías. La del gobierno presenta un “prontuario” novedoso donde se observan a ex comunistas, comunistas, socialistas, socialdemócratas, milicos, y, también, hasta demócratas cristianos (Roy Chaderton). El sargento –para no quedar atrás– tiene un “staff” similar compuesto de ex comunistas, comunistas, socialistas, socialdemócratas, milicos y, también, demócratas cristianos (Eduardo –dejó de ser ventrílocuo– y Pedro Pablo Fernández)… ¡Dios los crio, ellos se juntaron!

Ambos candidatos presentan una gestión de gobierno palpable a toda luz. La del gobierno se puede resumir como la proveniente de un periódico de ayer. Son noticias conocidas; y, a la prueba, nos remitimos los venezolanos que formamos parte de más del 80% de la ciudadanía que nos oponemos al totalitarismo. La candidatura del sargento seudooposicionista no puede cacarear –como lo hacen las gallinas cuando ponen sus huevos– obra alguna que merezca algún tipo de reconocimiento. Su fracaso administrativo es público y notorio. Su derrota por carambola ante una colega “milica” con rango de almirante no tiene explicación alguna. Salvo la de su incompetencia manifiesta como administrador del estado Lara por dos periodos.

Sus primeros finteos demagogos son de ontología. Propone regalar 25 y 10 dólares a adultos y niños respectivamente. No aspira a la reelección; y, “borrón y cuenta nueva”. Tiene también a un jefe de campaña sui géneris; un estratega consumado (¿en qué?); dos hijos de papá con pedigrí; una cohorte de cuarentones y cincuentones con ansias de “pegarse al apamate”. Todo esto me hace pensar que su formación político-milica está más cerca del cubano Fulgencio Batista que la del Centauro de los Llanos. Por tal razón, su parangón con la “sargentería” no debe tomarse como un desprecio al ejercicio de esa útil profesión. ¡En lo absoluto! Debe asumirse –es mi única intención– como una realidad aleccionadora e incuestionable que le impide –a todas luces– ejercer el comando de cualesquier conjunto operativo que sobrepase al de comandar un pelotón.

De igual manera, su falta de preparación adecuada predispone a que se repitan experiencias similares adquiridas y experimentadas en otras latitudes: la señora Chamorro en Nicaragua hace años. La del recién renunciado presidente peruano. Todos como producto de la práctica indiscriminada del ejercicio de la “política de gabinete”. Muchos aspiran a ejercer la brujería sin conocer de manera fehaciente las hierbas. En Venezuela el ejemplo impoluto lo dio Carmona (“el Breve”). Llegué a esa inequívoca conclusión cuando lo vi y escuché en su alocución televisiva en abril de 2002 anunciando las directrices del nuevo gobierno. Su evidente carencia de atributos como cabal hombre de Estado y su torpeza manifiesta fue sencillamente apabullante.

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@CheyeJR

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