El 16 de noviembre de 1959 apareció en el New York Times la noticia del asesinato de 4 miembros de una familia originaria de Kansas, los Clutter. Este crimen no dejó indiferente a la sociedad norteamericana, a los medios de comunicación de aquel entonces, y mucho menos a un joven y menudo escritor que se encontraba en plena búsqueda de su personalidad literaria, me refiero a Truman Capote.

La originalidad, soltura, agudeza y precisión fueron pieza clave en la creación de la novela A sangre fría, una obra que nos desvela el origen de la tragedia que se cernió sobre la familia Clutter, ese atroz acontecimiento que se suscitó en una granja de River Valley, en Holcomb, un pueblo del estado de Kansas, en los Estados Unidos.

La brutalidad con la que fueron asesinados nos deja claro que, ante la avaricia, el hombre sigue siendo presa de sus más terribles pensamientos, que de paso continúan carcomiendo a la sociedad, cualquiera que sea esta. Los asesinos, Perry y Dick, dos ex convictos que imaginaron dar su último y gran golpe, no solo no se conformaron con el intento de robo de la supuesta fortuna de esta familia, sino que además la acribillaron ferozmente con armas de fuego; aquí, nos encontramos de frente ante el elemento “muerte”, esa sombra pesada que hiere la conciencia humana de los que hemos quedado vivos y que fungimos únicamente como espectadores en lo que alguien se atrevió alguna vez a denominar “el circo de la vida”.

Capote dividió la novela en cuatro capítulos, y la trama la entretejió con tanto talento como solo él podía haberlo hecho: una sucesión de episodios que corre en dos planos simultáneos y que encierra el origen mismo de la muerte; de esa manera logró penetrar el alma humana y a la sociedad como pocos lo han hecho.

Truman Capote, un joven menudo, de penetrantes ojos azules, sumergido en su mundo sombrío y con fama de genio, vio la noticia del múltiple asesinato y de inmediato le propuso a The New Yorker relatar los acontecimientos de aquel crimen desde el mismo lugar de los hechos. Pasó seis años en un arduo trabajo periodístico recogiendo “observaciones y notas tomadas de los archivos oficiales o el resultado de entrevistas con personas directamente afectadas; entrevistas que, con mucha frecuencia, abarcaron un período considerable de tiempo”, dicho por él mismo en los agradecimientos de la novela.

Antes de emprender la aventura de escribir A sangre fría, Capote únicamente había publicado Otras voces, otros ámbitos y Desayuno en Tiffany’s, obras que le habían valido situarse en el mundo artístico como un mundano intrigante y, al mismo tiempo poseedor de una mente fuera de lo corriente y de un talento privilegiado.

Toda esa fuerza que envolvía al escritor no procedía de la opulencia, sino más bien de una infancia miserable, oscura, triste, de un hogar destruido, de una madre alcohólica, del abandono de sus padres y, sobre todo, del miedo que ejercía el mundo sobre él, quien, acostumbrado al rechazo desde niño, encontró en su genio poético la mejor manera de conquistar a Nueva York, al mundo literario y al mundo en general.

Poseía ya dos novelas publicadas que le habían servido para hablar de sus fantasmas, sus miedos, experiencias propias convertidas en ficciones, quiero decir que, la realidad había estado al servicio de su imaginación. Ahora el reto que le significaba el caso de los Clutter consistía en poner toda su imaginación al servicio de la realidad; eso es lo que algunos llaman periodismo literario. Investigar periodísticamente un suceso real para novelarlo.

En noviembre de 1959 se traslada a Holcomb[1], con la intención de entrevistar a los habitantes de la comunidad, examinar los acontecimientos, hablar con todas las amistades y vecinos de los Clutter, con los policías que llevan el caso y, en su momento, con los mismos asesinos, detenidos y recluidos en la prisión estatal de Kansas[2]. Una tarea que termina en 1965, seis años trepidantes en la acumulación de conocimiento sobre la naturaleza humana que lo dejaron marcado para el resto de su vida.

A sangre fría es una novela que le dio descomunales satisfacciones a un escritor que se bebió la fama a grandes tragos, sumergido en el constante ajetreo de alguna fiesta. La energía vital contenida en Capote fue la que lo empujó en los últimos años de su vida de amante en amante, al alcohol, a las drogas, al deterioro constante e imparable hasta que optó por el suicidio en 1984.

Cuatro años antes de su muerte, hizo un intento por volver a los corredores literarios con Música para camaleones; fue una excelente tentativa, debo confesarlo, pero ya era demasiado tarde, en Truman Capote ya corría una “sangre fría” que le devoraba la vida. Incontables excesos lo agotaron por completo.

En 1966 la novela fue publicada; 50 años prácticamente han transcurrido ya desde aquel asesinato. De ese día a la fecha millones de muertes han ocurrido e incluso algunas más terribles y con más saña; seguimos sin aprender la lección de este espejo, el cual nos muestra indefensos ante nuestra propia naturaleza.

La muerte de los Clutter fue observada por un escritor fuera de serie que dejó un testimonio –tal vez sí, su testimonio–, pero un testimonio que ha servido para detenernos a observar con más detalle la codicia, el egoísmo y la avaricia del hombre; por desgracia, el hombre seguirá siendo presa de su avaricia… mientras Truman Capote lo fue de su propio genio.

 


[1] En compañía de su buena amiga Harper Lee, por quien estuvo siempre acompañado.

[2] Perry y su compinche Dick fueron ejecutados entre la medianoche y las 2:00 am del miércoles 14 de abril de 1965, por decreto del Tribunal Supremo de Kansas.


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